26 de Abril de 2024
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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
El ojo de Dios
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2017-03-28 - 06:54


Antes le llamaban temor de Dios. Había que tenerlo pues de ese modo, obraríamos siempre dentro de la moral cristiana y las normas de convivencia, por decir lo menos. Había los que no lo tenían, que era como desafiar la ira divina que todo lo sabe, todo lo ve y conoce, por ejemplo, las ganas tuyas –lector– de abandonar estas líneas.

No lo hagas.

El trasunto ético de todo esto es que el ojo de Dios no descansa. Está siempre ahí observándonos, llevando la cuenta de saldos y haberes para que en la última hora se haga el corte, y sepamos si escucharemos al coro de los ángeles en ese tránsito extremo, o el ruidajo antroso del averno.

Con esa obsesión fue que Aldous Huxley publicó en 1949 su novela 1984, en la que describe al estado totalitario que imperaría (¿imperará?) en el mundo luego que el Guardián Supremo se haya echo del poder para vigilar absolutamente todos nuestros procederes. Ese dictador supremo se denominaba Hermano Mayor, en esa nación transcontinental bajo la hegemonía de una dictadura que tendría lo peor del nazismo y el estalinismo.
La semana pasada me llegó una multa generada por ese sistema de observancia. Una cámara en lo alto de un poste habría fotografiado la placa de mi auto en total flagrancia del reglamento de tránsito. No sé si me pasé un alto o si iba circulando a 51 kilómetros por hora. El caso es que este “Big Brother” me ha sorprendido en falta y debo someterme al castigo correspondiente.

El asunto va más lejos. El robo de la famosa camiseta de Tom Brady al concluir el juego del Super Tazón, el 5 de febrero, ha dado la vuelta al mundo para escarnio (una vez más) de los mexicanos. Resulta que, como ya se ha comentado, el “periodista” Mauricio Ortega Camberos hurtó la manida playera en los vestidores del equipo de los Patriotas de Nueva Inglaterra mientras el relajo del triunfo aún no concluía. Tan campante, Ortega ingresó al recinto haciéndose pasar como reportero deportivo, y en un descuido fue a lo suyo. Robó la prenda y la escondió bajo el brazo. Lo que Ortega Camberos no sabía, o creyó burlar, era que el equipo de vigilancia contaba con centenares de cámaras a todo lo ancho del estadio, y que su fechoría iba a ser exhibida como el escándalo de la fecha.

El famoso jersey fue luego recuperado en su domicilio, para vergüenza de los mexicanos, lo que vendría a confirmar el concepto de “bad hombres” con el que nos prejuzga mister Trump. Lo que nadie dijo es que eso de robar la ropa sudada tiene mucho que ver con nuestras predisposiciones freudianas. A saber, que todos somos perversos, un poco perversos (menos el papa Francisco), y en nuestro fetichismo se esconden los traumas de la infancia. ¿Será?

En estas páginas lo he confesado. Guardo en casa las pantimedias de Liv Ullman que hurté de los camerinos cuando ella vino a México a filmar la película “Gaby”, en 1987. De cuando en cuando las reviso y recuerdo a esa rubia de ensoñación que las arrojó al bote de basura, sin considerar mi proximidad. Sólo que entonces aún no se instalaban las cámaras que todo lo registran en torres y esquinas para beneplácito de los espías totalitarios que aguardan, como arañas en los linderos de su red.

Una amiga mía, escritora de cierta fama, descubrió una tarde que le habían robado los calzones. Había viajado a Tijuana a un encuentro literario y al retornar se halló con que todas sus pantaletas habían sido extraídas de su equipaje. ¿Eso se denuncia ante la autoridad correspondiente? Oiga, me robaron los calzones de la maleta. Quiero suponer que el delincuente no los habrá tomado para la reventa sino para su muy particular perversión fetichista. Diría el doctor Freud, como no puedo poseer el cuerpo del deseo, me conformo con sus chones, al fin que la emoción del hurto es equivalente a la fruición sexual suplantada.

A lo que iba: ya no podemos darnos el lujo de delinquir con la facilidad de antes. Alguien nos está mirando en algún remoto monitor. No queda más que marchar derechitos en el cumplimiento de las tablas de la Ley, porque el Ojo de Dios no está mirando hasta la eternidad.

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