16 de Abril de 2024
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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
Yo, huchicolero
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2017-04-25 - 08:29

Nada es de nadie y todo es de todos. Así fue en el principio, antes de los evangelistas y de Federico Engels anunciándonos el origen de todos los males, cuando a alguien –una vez domesticadas las primeras borregadas– se le ocurrió decir, “pero ese rebaño es mío”. Cuentan que fue el inicio de la debacle; eso de la lucha de clases y las diferencias sociales, como canta José Alfredo en el rincón dolorido de la cantina.
¿Quién no se ha robado un limón del árbol del vecino? ¿Una mazorca en la milpa al pie de la carretera? ¿Un lápiz de la oficina? Y no es que seamos ladrones, con todas sus letras, pero ese regusto de expropiación habita permanentemente bajo la epidermis. Robar un beso y robarse una servilleta, una novia, una idea. La cuestión depende de las dimensiones de la fechoría; yo me pirateo una canción por la red, tú te llevas 60 mil millones de pesos a salto de mata, hasta que te aprehendan en la Riviera de Atitlán, el lago “más bonito el mundo”.
El asunto salta a la pantalla de los televisores cada semana. Explosiones accidentales y decomiso de tinacos llenos de gasolina robada. La cuenca de Hidalgo, Puebla y Tlaxcala se ha convertido en el paraíso del huachicol, toda vez que por ese corredor se extienden las líneas de distribución de Pemex para surtir de combustible al valle de Anáhuac. El hurto inició una década atrás como una curiosidad pintoresca, sólo que ahora el robo de los ductos se ha transformado en toda una industria, con vehículos cisterna de transporte, centros de acopio y cadenas de comercialización a lo ancho de la red carretera regional. Y las estaciones gasolineras (legales) de Tepeaca, Huixcolotla y Tecamachalco, vacías y a punto de cerrar el negocio por ausencia de clientes.
No es lo mismo llenar el tanque del auto con 700 pesos que con la mitad de ese dinero, lo que significa un ahorro monumental, sobre todo tras los “gasolinazos” de octubre pasado. El argumento de los huachicoleros resulta pasmoso. 1- El producto corre bajo nuestros pies y sólo es cuestión de excavar en el suelo; es decir, se parece al maná divino que obsequiaba Dios a su pueblo. 2- Sobra, hay mucho, se desborda y llena las pozas de los ríos cuando se nos va la mano. 3- Somos pobres y el producto nos llega gratis. 4- Es el mejor negocio de moda. 5- Siempre hay modo de arreglarse con las autoridades, pagando mordidas, de modo que todos quedamos contentos: nosotros, los policías y los consumidores. 6- ¿Hay accidentes?, sí, pero todo en la vida conlleva un riesgo.
El concepto tiene su origen en los licores adulterados (que así se les llamaba) y luego al dísel mezclado con petróleo. Ahora el huachicol es el principal dolor de cabeza de la empresa gubernamental pues se estima que el robo de combustibles le cuesta a Pemex $30,000,000,000 –la cifra en guarismo, 30 mil millones, resulta más impresionante–, y lo peor de todo, que en aquel “triángulo rojo” del saqueo el delito ha dejado de ser una actividad clandestina y opera a todas luces.
El trasfondo del caso viene de la rapacidad natural que tiene (¿tenemos?) buena parte de los mexicanos. Esa tendencia congénita al pillaje y la depredación que asoma en cada rincón del paisaje ciudadano. Robar porque sí y a la menor provocación. Esto me hace recordar el reportaje que hace diez años realizó la revista Selecciones en torno a la honradez del mexicano. Los reporteros idearon un método directo: en distintas ciudades del país “sembraron” en calles y plazas diez carteras aparentemente perdidas con 300 pesos cada una y una tarjeta con los datos del dueño. La ciudad más honrada fue San Miguel de Allende, donde fueron reportadas y entregadas siete carteras, en la ciudad de México fueron devueltas cuatro, en Oaxaca ninguna.
El diccionario lo define con claridad. Rapacidad no es más que la inclinación de las personas al robo y la rapiña. La pregunta, en todo caso, podría ser, ¿es México un país rapaz? Que responda Javier Duarte, el huachicolero mayor, una vez que regrese.

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