Los odiaba porque en el espejo se veía igual a ellos
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En política, como en la vida, la realidad supera a la fantasía. Un caso ilustrador es el del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien durante su campaña electoral y, aún, breve mandato, ha dado muestras fehacientes de su racista concepto del mundo.

Uno de los objetivos de su xenofobia hemos sido los mexicanos, en particular los trabajadores migratorios, a quienes conceptúa como ‘narcos y violadores’.

Desde luego, el estúpido andamiaje sicológico del señor Trump, se ha enfrentado a una resistencia política, sobre todo mediática, que derrumba todos los argumentos fascistoides del copetudo mandatario.

No obstante, la vida, empecinada en dar sorpresas, acabó ubicando al magnate como un ferviente alumno del sexenio nuestro de cada día. Veamos.

Si algo caracteriza a las instituciones del vecino país es, valga la redundancia, su fortaleza institucional, la planificación gubernamental se eleva por encima de los intereses partidistas.

Pues bien, don Donald, pasándose por el ‘arco del triunfo’ la historia de su país, ha iniciado un desmantelamiento revanchista de las políticas sociales y en materia de relaciones internacionales, construidas por su antecesor Barak Obama, la motivación sólo es un ajuste de cuentas.

¿Les recuerda algo?

Chingao, salió igualito.
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