18 de Abril de 2024
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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
ZOMBIES DE LA VIDA COTIDIANA
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2017-08-01 - 00:17
El asunto es no morir, y si morimos, que no sea por la patria sino por seguir fastidiando al prójimo. De qué manera seguir quitándole el sueño, arrastrarlo al diván del sicoanalista, doctor, oigo voces que me impulsan a votar contra mis convicciones democráticas.
Se ha cumplido un año de la muerte de George A. Romero, el inventor del zombie cinematográfico. En 1968, cuando filmó “La noche de los muertos vivientes”, el cineasta no fue consciente del género que estaba inventando… y sus consecuencias. Los muertos redivivos deambulando por las calles en busca de nuestra carne. Algo más allá del sexto mandamiento de la Ley de Dios. Y lo peor de todo, que en su mordida letal viene el beso de Satán, el virus que nos hará inmortales, el germen de la maldad perpetua. Mordidos seremos, a la postre, un zombie más llevando a la quiebra toda la industria funeraria.
El invento fue formidable. Desde aquella película el espectro se ha reproducido en centenares de otros filmes y series televisivas (la más exitosa, desde luego, The walking dead de nuestros desvelos). Nunca se sabrá a ciencia cierta de qué están enfermos, pero andan por allí buscando reventarnos de un infarto …y darnos una buena mordida, igual que los policías en su patrulla.
Hay otras maneras de ser inmortales, pero son más fatigosas. Los próceres de bronce, los rapsodas recitados de memoria, los bandidos más depravados; todos ellos son y serán igualmente sempiternos en el índice de nuestras enciclopedias. Madero, Sabines, el Tigre de Santa Julia. Haz el bien, o el mal extremo, y tendrás tu lápida marmórea. Por ello es que la opción zombie queda para la plebe: ser inmortal en el anonimato de la corrupción de la sangre porque todos los muertos vivientes, hasta donde sabemos, tienen tres semanas de fallecidos.
¿En dónde reside, pues, la estética zombie? ¿En la tiesura de los brazos, la mirada perdida, las ojeras maquilladas, las llagas sin restañar, el gruñido pujante, las greñas al aire, la ropa deshilachada? Algo hay de fascinante en esos muertos vagando como rebaños, algo que atañe al inconsciente primitivo cuando decidimos momificar a Lenin, a Mao, a Ho Chi Minh; todo para que, si algún día despiertan (como en los chistes de antaño) los oigamos clamar… “¡perdónenme!”.
Pobres de nuestros muertos a quienes endilgamos toda la maldad posible. Drácula (que es inmortal bebiéndose nuestra sangre), el Nahual, el Coco, la Momia contra Chabelo y el Piporro, los espectros todos escapando en la noche del cementerio. ¿De dónde procede su maldad? ¿Por qué no retornan, como buenos abuelos, para contarnos historias divertidas y darnos consejos? Será que están desengañados y la esperanza que tuvieron de indulgencias y paraísos fue lo mismo que una promesa de campaña. Y han regresado con todo el resentimiento del mundo para decirnos que no. Nanay de nubecitas y coros celestiales.
El concepto de “zombie” proviene de las culturas africanas radicadas en América. Algo que deriva de las ceremonias del vudú y los rituales de santería. Estamos vivos y nos quejamos de un dolor de cabeza, ellos no lo están y gimen porque no nos dejamos alcanzar. Ello revela que el espíritu religioso que guardamos desde tiempos remotos
está buscando otras puertas. “La vida de santidad no será”, parecen decirnos, porque más allá de aquí no hay más que instinto caníbal y animalidad.
Entonces el cielo es éste, y los zombies que acechan más allá de la ventana son los ángeles de la verdad que han arribado para advertir que no le movamos. Así está todo bien. Más vale hambreados y trajinosos, que muertos llagados recorriendo leguas y más leguas para asestarnos ésa que llamaban “la sabrosa mordida”.
Los muertos vivientes, que se han puesto de moda gracias a la truculencia mental de George A. Romero, no son más que los agoreros del Apocalipsis al que nos está arrimando la despiadada industrialización global, con sus efectos en el plano demográfico y ambiental. Dénme mi casaca llena de polvo y márquenme una tajada en la frente. Me urge ser uno de ellos y no cumplir con el SAT. ¡…Hoajj, ñurr, groann!


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