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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
Cataclismos
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2017-09-25 - 21:23
No es justo, no es justo… –gimoteaba el niño abrazando a su madre. Estábamos todos en pijama, era la mañana del sábado, buscando el punto neutro en el crucero de la esquina. La alerta sísmica había sonado un minuto atrás y ya nos concentrábamos ahí, con cara de susto, luego de bajar a trompicones los dos tramos de la escalera. Pero muy pocos sintieron el sismo de ese sábado, con epicentro en Pinotepa.
Se equivocó el poeta T. S. Elliot al asegurar que abril es el mes más cruel. Ha sido septiembre, en 2017 y en 1985. El miércoles 6 sonó la alarma, pero no tembló. El jueves 7 sonó a eso de las ocho de la noche y tembló fuerte, incluso el cielo se iluminó con las famosas aureolas sísmicas. El martes 19 no sonó a tiempo, el epicentro estaba demasiado cerca, y hubo cerca de 300 muertos. El sábado 23 volvió a sonar, no daban aún las ocho de la mañana, y ya estábamos en la calle presumiendo nuestras pantuflas. El mes más cruel.
Nadie halla la forma de nombrarla: ¿tragedia, fatalidad, catástrofe? Lo decíamos semanas atrás, México está situado en una encrucijada telúrica… siempre ha temblado y siempre seguirá temblando. Como en Japón, como en Chile, como en Italia. ¿No sería el momento de idear construcciones más resistentes, menos pesadas que el muro de siempre de ladrillo y mezcla? Lo más triste de todo es la indefensión del ciudadano común. Nada se puede hacer (casi nada) si estás más allá de un cuarto piso. Quizá como antes, hincarse a rezar, aunque también buscar los muros más resistentes, lejos de las ventanas. Habrá que reiniciar la cultura de prevención sísmica.
En el barrio donde vivo hay varios edificios derrumbados, y no son pocos los que resultaron dañados. Han sido acordonados con cintas de peligro y lucen sus grietas en la fachada. Los jóvenes están ahí, tratando de hacer hasta lo imposible en ese verbo renovado que es “rescatar”. Luego ocurrió algo para lo que no estaba preparado. Curioseando por las inmediaciones de uno de los edificios colapsados, y que era resguardado por una compañía de soldados, me llegó ese efluvio que creía sepultado (es el verbo) en la memoria. El hedor de los muertos, la repulsiva cadaverina recordándonos, una vez más, la fragilidad de nuestro tránsito terreno.
Recuerdo la sentencia que treinta años atrás pronunció el presidente Miguel de la Madrid: “Enterremos a nuestros muertos, iniciemos la reconstrucción”. Es verdad, llegada es la hora de la segunda parte, y que nadie diga que nos estamos quejando. Hay recursos, hay entusiasmo, hay necesidad.
La alarma sísmica, por sí sola, se ha convertido en un elemento cotidiano espeluznante. Apenas saltar al aire nos advierte que, con un poco de mala suerte, seremos cadáveres en el lapso de un minuto. Se ha dicho ya que la última emisión (el sábado pasado) ocasionó por ella misma dos muertes por infarto. Así se escuchaban las alarmas de bombardeo en Londres y en Hamburgo, y todos sabían que la salvación estaba en los sótanos. Pero ante un sismo las posibilidades de respuesta son más restringidas. La verdad.
Las consecuencias políticas del nuevo terremoto están a la vista. No faltará quien quiera llevar el agua a su molino, acusando al contrincante de toda suerte de epítetos, como si votando por X o por Y las placas tectónicas se estuvieran por fin quietas. Los que al parecer se pretende es “culpabilizar” a los partidos, a los diputados, a los dirigentes políticos de una malversación abusiva de recursos, ante las necesidad ingente que representa la reconstrucción de miles y miles de viviendas, centros de trabajo y escuelas en los estados más afectados.
Culpables no hay. La lógica indica que los edificios más viejos, peor construidos y sin mantenimiento, serán los que se vengan abajo a la hora del remolino sísmico. ¿Y esas torres de 18 pisos presumiendo lofts a los Manhattan en el suelo que fue del lago de Tenochtitlan, seguirán siendo tan llamativas?
La verdad es que las apuestas que se hacían hasta el lunes 18 se han trastocado. El terremoto ha marcado los dados. Habrá que recomenzar la grilla… y los sobrevivientes. Bien gracias, buscando su credencial del IFE entre los escombros. Ese otro cataclismo que viene.


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