No es lo mismo ser huesuda…que ser light
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La catrina apareció en México, en las postrimerías del Siglo XIX, gracias al genio creativo de José Guadalupe Posada y originalmente se llamó ‘calavera garbancera’ (gente de origen humilde que vendía garbanza). Posteriormente, fue el artista Diego Rivera, quien le dio su nombre definitivo. Aunque hubo varios caricaturistas como Constantino Escalante, Santiago Hernández y Manuel Manilla, quienes también trabajaron el género.

El motivo principal de su uso, fue para hacer crítica, en el sentido de burlarse de las pretensiones de buena parte de la población necesitada, por imitar los usos y costumbres aristócratas. Por ello, al inicio sólo fue una calavera con refinado sombrero, pero desnuda en el resto del esqueleto, lo cual significaba que a pesar de su pobreza, integrantes de las clases populares copiaban el estilo de los adinerados. Era una burla a la hipocresía social.

En los tiempos actuales, podríamos establecer una analogía de tal fenómeno, con el terminajo de origen anglosajón ‘wannabe’ una contracción de ‘want to be’ (‘querer ser’), mismo que define a todos aquellos que, por motivos aspiracionales, buscan ser iguales a los personajes que son identificados como ‘triunfadores’.

El asunto es que en los años recientes, hemos sido testigos de un boom entre los mexicanos, por utilizar el disfraz de catrina en las celebraciones del Día de Muertos, pero por lo general, todo se remite a una moda, no hay contenido de fondo en la tendencia.

Siendo optimistas, podemos concluir que al menos, dicha búsqueda estética frenó la aculturación derivada de la influencia del Halloween, por lo tanto, es deseable que en el futuro, las catrinas recuperen su capacidad crítica, como un mecanismo para señalar, y revelarnos, ante el funesto estado de cosas.

La catrina ¡lotería!


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