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Lo inútil de los debates
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2012-02-09 - 03:21
En la contienda electoral un debate ofrece una oportunidad única para lograr que un candidato o precandidato se diferencie de sus oponentes, dando las razones al electorado de por qué debe votar por él. Nada más alejado de la realidad.
Desde que en 1993 Zedillo, Cárdenas y Fernández de Cevallos protagonizaron el primero televisado entre candidatos presidenciales en la historia electoral de México, los debates pasan sin pena ni gloria, a menos de que alguno de los participantes cometa un garrafal error o aviente una ofensa certera con su respectiva carga de “humor”.
¿Alguien recuerda alguna idea de nación, propuesta de gobierno, definición política que algún personaje haya pronunciado durante un debate, marcando la conciencia del electorado de forma definitiva? Supongo que para la gran mayoría la respuesta es negativa.
Y es que la razón no está únicamente en la desmemoria motivada por una clase política alejada del pueblo e instalada en la realidad del poder. El olvido al que se destinan los debates radica principalmente en los lugares comunes y el sinsentido que construyen el discurso político tradicional: crearé más empleo, ya es hora de que gobierne una mujer, no volvamos al pasado, y un interminable etcétera olímpicamente aburrido.
Ayer se realizó el debate entre los precandidatos panistas al Senado, Julen Rementería, Alejandro Vázquez, Fernando Yunes y Mauricio Duck, evento en el que se escucharon incluso propuestas.
Y como si no pudieran evitarlo, afloraron las descalificaciones y denostaciones simplistas, alejadas de las habilidades discursivas, las construcciones ingeniosas o la capacidad de argumentación que se espera de quien será la representación de los veracruzanos en uno de los tres poderes donde se decide el rumbo de la nación.
El nivel de discusión que ostentan hoy nuestros políticos nos da fácilmente la pauta para predecir los cambios que este país tendrá en el corto plazo: ninguno.
Mientras la sociedad se llena de ninis, sicarios y desempleados, los políticos, los primeros ubicados en la línea de la construcción de la nación, se esmeran por ser los elegidos por el pueblo, haciendo lo que consideran su mejor esfuerzo, aunque sólo atinen a decir “cara chueca” o “hijo de papi”. Y por desgracia esto será lo único que todos recordarán.

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