El colono corrió, corrió y corrió hasta que alcanzó aquel bulto de gente.
Rayaban las once de la mañana, en aquella colonia golpeada por el irritante Sol.
Como pudo, habilidosamente, filtró a todos hasta que llegó a la parte frontal.
En el olvido momentáneo había quedado su petición de faltar al trabajo para alcanzar a los visitantes.
Sofocante, jadeante, con la respiración accidentada, pidió el favor de ser escuchado.
Atrás, su desesperación por lograr favorecer a su hijo con síndrome de Down.
“¡Señor licenciado, por favor, ayúdeme!”, dijo con voz entrecortada.
Aquel alto funcionario medio lo volteó a ver.
De inmediato se acercó uno de sus colaboradores, le señaló al colono y le ordenó “atenderlo”.
Una hoja en blanco, arrugada por el maltrato ocurrido en aquella persecución, dio en manos al colaborador.
Aquél le pidió una tarjeta al colaborador, éste se la entregó y trastabillando dijo: “Cuándo le llamo para saber si me va a responder”.
“Mañana a media mañana”, respondió segurísimo el colaborador.
“Pero es seguro que me atienda”, volvió el colono.
“Claro, hermano, él a todos atiende”, replicó nuevamente seguro el colaborador.
Con dudas, quizá sin fe, pero el colono regresó a su casa y contó todo a su esposa.
Casi 24 horas después, aquel teléfono que estaba plasmado en la tarjetita con el logo del gobierno sonó y sonó.
Dos, tres, cuatro, varios intentos y nada.
Un whatsApp: “Licenciado, soy quien ayer le pidió apoyo para mi hijo con síndrome de Down en la colonia a donde fue a entregar usted colchonetas para gente de escasos recursos. Ojalá me apoye. Gracias”.
El mensaje llegó a su destino, el funcionario revisó pero no tomó en cuenta.
Un PIN, con las mismas palabras.
La “r” de revisado, se observó de inmediato.
Nada.
Tampoco recibió respuesta del funcionario.
Otra llamada al celular.
Otra a la oficina y sólo gastó saldo de su celular por aquella contestadora que lo dejó colgado.
Nada.
No hubo respuesta.
Una semana después el funcionario volvió al pueblo y allí también fue el colono.
“Licenciado, traté de localizarlo pero he llamado varias veces a su oficina, le he enviado pines, whatsApp y nada... Ojalá me ayude”, dijo suplicante aquel hombre.
“Con todo gusto, hermano. Para eso estamos, claro, qué se te ofrece”, respondió amable el funcionario.
“Pues la verdad, ojalá pudiera ayudarnos con el ingreso de mi hijo a terapias en el centro de atención a personas con capacidades diferentes y la verdad si pudiera con una beca para mi otro hijo que va a la secundaria, soy empleado y gano muy poco para mantener a mi familia”, puntualizó e colono.
“Pero claro, con todo gusto, será un placer”, dijo nuevamente aquel hombre aperfumado, vestido con traje en saco color gris oscuro.
Pasó una semana, 15 días, ya hace un mes, y aquel colono ya perdió la esperanza.
El funcionario ha vuelto al pueblo pero el colono ya no ha ido a buscarlo.
El episodio es irreal, pero la trama es parte de la vida cotidiana de cualquier funcionario.
Hasta el momento uno ignora por qué los funcionarios engañan a la gente.
Son, como decía mi abuelo, agarrapendejos.
Te atienden, prometen ayudarte, te dan sus teléfonos, pero aunque revisen los mensajes, si éstos son de solicitud de apoyo, jamás contestan.
Claro, claro, es un pasaje ficticio, pero si usted funcionario cabe en el saco del amigo, pues póngaselo.

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Lamentable, muy lamentable que un niño de Coscometepec que venía al puerto a vender productos, haya fallecido la madrugada de este martes cuando un espectacular le cayó cuando dormía. Ésas son las situaciones que un padre debe prever con sus hijos: evitar andar en la calle en época de norte, de ventarrones... Un yate que estaba estacionado frente al monumento del Migrante Judío, quedó completamente destrozado cuando los fuertes vientos que azotaron lo desanclaron y pegó en las escolleras... Hasta pronto. Cualquier sugerencia o duda favor de enviarla a redaccion-dpoderapoder.mx@hotmail.com. También puede seguirnos en Twitter: @fidelps.