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UNA DE ANIMALES
Ángel Lara Platas
2014-10-28 - 10:48
Vaya lío que se ha armado con la propuesta de unos diputados verdes de la Asamblea del Distrito Federal que, ansiosos de alcanzar notoriedad y ser registrados por la historia, tuvieron la insalubre ocurrencia (por sesgada y coja) de elaborar una propuesta de ley para prohibir la utilización de animales en espectáculos circenses.
Como muchos otros que ven en la diputación la oportunidad de hacer valer su efímero poder y mostrar el músculo de fuerza política, a los aludidos, un día de los pasados, los asaltó la idea de acabar, de una vez por todas, con los espectáculos circenses que utilizan animales salvajes amaestrados, porque supuestamente causan efectos nocivos en la salud mental de los niños que acuden a este tipo de diversiones. La crítica dice que se trata de una medida electorera para granjearse el voto de los animalistas y las sociedades protectoras de los animales.
Sólo que hay un detalle digno de considerarse: los parlamentarios no fueron parejos, fueron selectivos en su propuesta. Es decir, la citada iniciativa de ley está elaborada sólo para sancionar (y en su caso castigar), a los propietarios de los circos que usan animales amaestrados en sus rutinas, pero dejan a un lado las corridas de toros –por ejemplo–, donde frente a miles y con amplia cobertura televisiva, los animales van muriendo a pausas por la inequitativa contienda, en la que el pobre animal sólo cuenta con sus astas para defenderse de las mortíferas espadas de los hombres de cortos y ceñidos pantaloncillos.
Dejaron de lado también las tradicionales peleas de gallos que, forzados por las apuestas de sus dueños, los pobres animales van perforándose mutuamente sus frágiles organismos, hasta quedar sin aliento y sin sangre.
Tampoco chistaron nada de alguna sanción a quienes abandonan en la calle a los perros que antes sirvieron como mascotas; ni contra quienes, poseídos por instintos patibularios, les gastan todo tipo de maltratos.
En la referida propuesta de ley no se lee sobre de las peleas de perros, que aunque se trate de una raza de particular bravura con una extraordinaria fuerza en las mandíbulas, la naturaleza no les dio esas características para destrozarse unos a otros para complacencia de espectadores y apostadores, sino para proteger a sus amos de la ferocidad de otros animales.
Los ya populares legisladores tampoco se dieron un tiempecito para echar un vistazo por las azoteas de los edificios del Distrito Federal, para ver qué pasa con los cientos de miles de animales enjaulados y hambrientos, cuyos lamentosos aullidos parten el alma hasta de los más insensibles. Ni en cuenta.
Y de los equinos sometidos a intensas jornadas de trabajo, que expirantes se les ve por colonias de cualquier ciudad, jalando los cajones con ruedas donde transportan basura doméstica que a cambio de propinas para sus amos, la llevan a tiraderos no regulados.
Ni por asomo los parlamentarios de amplio espíritu protector de animales, le echaron un ojito a los rastros para cerciorarse de las condiciones en las que mueren los animales, con métodos de matanza que horrorizarían al mejor degustador de carnes en cotizadísimos cortes.
Su espíritu defensor no alcanzó para proteger a los animales exóticos, que en cautiverio padecen los siniestros efectos del forzado encierro.
Sin embargo, hay que señalar que no está nada mal que los legisladores en cuestión diseñen una ley de mejores alcances para proteger verdaderamente a los animales del salvajismo humano. Pero se les hubiera agradecido más si se hubiesen aplicado con mayor responsabilidad para considerar, entre otros, los siguientes aspectos:
Al parecer no dimensionaron que los circos se desharán de más de 50 mil animales que por el número no encontrarían acomodo en los zoológicos del país. Al respecto hay que señalar algo importante: los mismos no pueden ser devueltos a su hábitat natural (como ellos en su discurso lo han sugerido), simplemente porque nacieron en cautiverio, en criaderos, y no sabrían cazar a otros animales para su alimentación simplemente porque no tienen esa práctica. Quedarían a merced de sus depredadores naturales, porque tampoco se saben defender. Morirían de hambre o entre las fauces de sus atacantes. Aparte que para disminuir los daños en algún eventual ataque a sus domadores, sus garras y colmillos han sido devastados. Esto los pone en un estado de total indefensión.
Familias enteras se quedarían sin empleo porque para adiestrarse en otras rutinas se requiere tiempo.
Les faltó hacer supervisiones a los circos, a fin de constatar las condiciones en las que viven los animales. También debieron investigar más para saber con precisión si verdaderamente ese tipo de diversiones predisponen a los pequeños a conductas antisociales. Y checar si el personal que procura a los animales está altamente capacitado, y de ahí partir.
Por lo pronto, y tal vez sin querer, ya mutilaron aquella centenaria frase que le acomodaron a los gobernantes: “Para el pueblo, pan y circo”.

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