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ARCHIVO MUERTO: LA ‘DOCENA’ TRÁGICA
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2014-11-19 - 10:02
Fueron 12 sexenios de relajo en este país. Doce sexenios de desgobierno que llevaron a México a una de las peores crisis de su historia. ¡Docena trágica si hubo alguna vez una!
¿Qué les pasó a los gobernantes que bien que mal, y aun robando, a manos llenas, habían sabido conducir el barco? ¿Entró en decadencia mental la casta en el poder?
Todo empezó por culpa de Díaz Ordaz. No, no por lo de Tlatelolco, que nunca se olvidará, sino por un “crimen” de otra índole y de mayores alcances: la designación de su sucesor.
Hasta el momento que Díaz Ordaz perdió la brújula, los presidentes, en el instante más difícil de su gestión y probablemente de su vida, se habían mostrado patriotas y habían tenido la suerte de acertar más o menos al escoger a su heredero.
Lo escogían con un gran sentido de responsabilidad, tomando en cuenta en primerísima instancia el interés del país en ese preciso momento. No escogían algún cuate, no escogían a un palero para que les cuidara las espaldas. Calles escogió a Cárdenas ¡y rebién!; Cárdenas consideró que su sucesor debería ser un conservador y no un seguidor suyo y Ávila Camacho la hizo. Éste a su vez pensó que el que le siguiera tenía que ser un hombre audaz y eligió a Alemán, que le dio un buen empujón al país (aunque haya sido el gran saqueador de la riqueza nacional), y en el momento de escoger señaló a un Ruiz Cortines, presidente sobrio y austero, necesario en ese instante. Don Adolfo, el viejo, comprendió en su momento que México necesitaba un poco de agitación y nombró a López Mateos. Finalmente don Adolfo, el joven, siguiendo el mismo ritmo y rito de sus predecesores que pudo definirse con la fórmula: “un sexenio movidito y un sexenio conservador y vuelta a empezar”, apuntó su presidencial dedo hacia Díaz Ordaz. Éste lo hizo bien, salvo naturalmente en los sangrientos errores del final en los que su sucesor, por cierto, cargó con buena parte de la culpa, pero se equivocó lamentablemente en el momento del “dedazo”.
Y se equivocó porque no conocía a Echeverría. De esto se dijo bastante, durante mucho tiempo. Pero hubo todavía quienes lo dudaron. Sin embargo, fue la puritita verdad. Muchos le preguntaron al ex presidente que por qué había dejado a Echeverría ante tan importante responsabilidad, y el señor Díaz Ordaz se limitó a contestar: “No lo conocía”.
¡Qué grave error! Dijeron que Echeverría calló durante 30 años hasta llegar a la presidencia, pero así y todo era obligación de Díaz Ordaz saber a qué clase de hombre le iba a entregar el país. Ese inconcebible error constituyó la primera piedra de la “Docena Trágica” que se vivió.

ECHEVERRÍA Y SUS EFEBOS

Luis Echeverría no fue un eslabón más de la cadena de presidentes revolucionarios paridos por el PRI ordenada y programadamente. Él fue harina de otro costal. Aunque no empezó tan mal, a mediados de su sexenio se le notaba ya cierto deschavetamiento que no habían manifestado sus antecesores, no obstante lo enajenante del inmenso poder que ejercía y de los efectos criminales del abyecto cultivo de que son objeto los mandatarios. No. Los otros se alocaron, mínimamente, en comparación con Echeverría. Él perdió de vista los intereses del país que supuestamente debía gobernar y como su tocayo Luis XIV se dijo “El estado soy yo. Yo, yo, yo, yo ¡y yo!”. Sólo que el ego del rey Sol era mejorcito y más abusado que el del presidente mexicano.
Dije que Echeverría había empezado bien, bueno, eso no fue opinión de todos. Según parecía, desde el principio Echeverría sentó las bases para un largo reinado, que no debía durar los tristes seis años que la ley le permitía. Se dedicó, metódica e implacablemente, a cortar las cabezas políticas existentes en el país y a suplantar a sus portadores con jóvenes efebos –¿recuerda usted la “efebocracia”?– que le debían todo a él y que irían creciendo bajo su guía, bajo sus órdenes, convirtiéndolo de esta manera en una especie de “jefe máximo” de una nueva casta gobernante (entre ellos Rodolfo Echeverría Ruiz, Fidel Herrera Beltrán, Alfredo B. Bonfil, Augusto Gómez Villanueva y otros).
El monstruoso ego de Echeverría y sus ideas distorsionadas nos llevaron a lo que sabemos, al principio de la decadencia de un sistema que, antidemocrático y todo, funcionaba.
Y nos llegó López Portillo, al que adoraron el 1 de diciembre de 1976.
Durante los primeros tres años de su gobierno era usual decirse “menos mal que Echeverría nos dejó a don ‘Pepe’”, pero por desgracia el gusto no nos iba a durar en la segunda mitad de su gobierno. Ya estaba demostrando la perversidad, la corrupción y el desequilibrio.
El cuarto año de un sexenio es la prueba de fuego para los presidentes. Por lo visto lo más que pueden aguantar su excesivo poder, sin perder el sentido de la realidad, se limita a los tres primeros años del mandato. Después se sienten ya los dioses que sus lambiscones les aseguran que son y en ese momento es cuando tienen que mostrar lo buenos o malos políticos que son. En ese fatídico cuarto año se ha decidido el destino del país.
Muchos se preguntaron si Echeverría había escogido a López Portillo porque era un político o porque era su amigo. No mucho tiempo después supimos que lo hizo porque le convenía más a sus intereses. Violó la regla de oro del sistema y la norma que regulaba la elección.
En los primeros años del sexenio de López Portillo se dijo que no era político. Esto le cayó en pandorga al mismo presidente y al PRI, tanto así que Jesús Reyes Heroles, el sí animal político, perdió la chamba como secretario de Gobernación por haber dizque sugerido que el presidente no la hacía en materia “polaca”. La discusión siguió hasta el término de su mandato y hasta su muerte. El gabinete de López Portillo pasó a la historia como un gabinete en el que hubo de todo, como en botica, pero en que los políticos de verdad se contaron con tres o cuatro dedos.
En sus últimos años los secretarios de estado, en su mayoría, fueron una auténtica facha que nos condujeron a la increíble situación actual debido a la cadena infinita de errores y de abusos de un gobierno inconsistente, imprevisor, incompetente y superderrochador.
Las grandes figuras de su gobierno, empezando por su esposa y su hermana Margarita, se comportaron como vanidosas y vanidosos vedettes en un escenario y no como gobernantes responsables y serios. López Portillo fue incapaz de rodearse de la gente indicada. Y por eso se convirtió en el capitán de esa “alegre” nave que completó la “Docena Trágica”.
Con el gran dedo señaló al gris Miguel de la Madrid para continuar la tragedia mexicana llena de pobreza y de crisis. Éste llevó a la silla presidencial al innombrable, que vino a dar el golpe certero a la economía, a la política y a la sociedad entera. Un sexenio lleno de asesinatos, devaluación del peso y el saqueo desmedido de las divisas nacionales. Y para cubrir esta infamia contra el pueblo mexicano decretó, después de haber fraguado el crimen de Luis Donaldo Colosio, que lo sucediera en el trono al no menos impopular, impolítico y cínico: Ernesto Zedillo Ponce de León, que dejó a México en la peor bancarrota de la historia, la cual ha ocasionado una crisis permanente per saecula saeculorum.

*Director de la revista Resumen
rresumen@hotmail.com

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