19 de Abril de 2024
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2014-11-26 - 10:12
Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe: Federico Campbell

Si se mira el sistema del poder en México –sobre los demás de una manera, digamos democrática, de relativa representatividad–, pocos de sus personeros, sean mujeres u hombres, salen bien librados.
En México hay ejemplos notorios; pocos escapan. Ahí están los ex presidentes de la República. Unos cuantos pasaron a la historia como grandes estadistas, con más o menos limitaciones, errores y aciertos incluidos: Juárez, Madero, Carranza, Cárdenas.
Por eso se ha vuelto lugar común el espacio ocupado por gobernadores, alcaldes, jueces, ministerios públicos, legisladores, policías, dirigentes políticos, con méritos sobrados en la escala del escarnio y el descrédito, con sus muy sensibles excepciones.
Muchos de ésos han propiciado hasta con gusto esa atmósfera de corrupción en que se ha envuelto al país, con la consecuente secuela de atraso, marginación, desigualdad, impunidad, que les caracterizan con abundancia descarada.
Tampoco son los únicos: las leyes que nos hemos dado han beneficiado por años a un sector económico privilegiado –incluida la elite de elites–, como cuadros académicos; iglesias, partidos, sindicatos, beneficiarios directos y hasta indirectos del estado general de esa realidad lacerante.
¿Qué hacen con los dineros recibidos de todos? ¿Cómo los aplican? ¿Cómo hacen los grandes contratos? ¿A quiénes benefician y se benefician? ¿Qué hace la burocracia? ¿Cómo controla el Ejecutivo al Legislativo y al Judicial?
El asunto ha llegado ahora a su límite con los acontecimientos recientes: Tlatlaya, Ayotzinapa, Iguala, tren México-Querétaro, casa en las Lomas de Chapultepec, concurrentes entre sí, hasta el absurdo en algunos casos.
A su regreso de China y Australia, el presidente Enrique Peña Nieto llegó evidentemente preocupado y molesto de la situación, porque toda la inercia que logró impregnar de unidad, reformas y transformaciones de sus dos primeros años de gobierno, se hicieron, en cuanto a expectativas y credibilidad se refiere, casi añicos.
El gabinete ha dado muestras de unidad con su jefe máximo, con más o menor énfasis y habrá que esperar con el tiempo las nuevas políticas que habrán de implementar con el objetivo de revertir la desazón social que tienen enfrente y que se ha manifestado hasta con actos de violencia de pequeños grupos, a los que llaman radicales, en varias partes del interior del país y en la capital.
Es, pues, hora de cambiar por encima de intereses particulares de poder añejo hacia lo que en el fondo todos pretenden de una manera hasta ahora informe o aislada aunque recurrente en medios y redes: recuperar en serio el estado de derecho y entrarle con todo al desarrollo en un mundo de economía e intereses globales evidentemente convulsos.

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