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Duarte, el Fausto
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2016-11-12 - 15:03
¿Qué estaría dispuesto a dar, cuál es su precio si es que lo tiene? Hoy, que en estricto sentido le han puesto precio a su cabeza (15 millones de pesos), es que cabe la pregunta ¿Valió la pena? La trágica historia del Doctor Fausto no podría encajar mejor. Fausto, cansado de su vida, en búsqueda del conocimiento y juventud, decide vender su alma al Diablo para conseguir los favores de uno de sus siervos, el demonio Mefistófeles.

Mefistófeles le ofreció seis años de lujuria y excesos, pero el clausulado del contrato no estuvo claro, la temporalidad no quedó definida y el sueño jamás quedó acotado. Ríos atronadores de increíbles historias se han escrito, sin contar los que faltan por escribirse. Sucesiones interminables de insospechados testigos dan cuenta de esa relación Mefisto-Fausto, que a la distancia no pueden discernir dónde terminó uno y comenzó el otro. Con singular alegría, durante casi seis años, Javier Duarte de Ochoa ostentó gracias a Mefisto, la plenitud del “pinche poder”.

Se generó lo increíble. Mefistófeles, con una mente incansable, se fusionó con Fausto, de una voluntad inamovible. El resultado fue la absoluta destrucción en solo doce años de todo lo que tardamos generaciones enteras en construir, y el desecho inmediato de los sueños que los veracruzanos aún no habíamos logrado imaginar.

Sin embargo, como en la historia del Fausto, el demonio cobra sus cuentas al vencerse las facturas. A la luz de la entrega-aprehensión de Guillermo Padrés, y ante la descarnada pregunta “¿Está Usted preparado para la cárcel?”, bien valdría la pena recordar que en el fondo somos entes benévolos y que veamos llorando a Javier Duarte al momento de ser encarcelado, nuestro lado humano puede aflorar y llamarnos su imagen a la conmiseración y la empatía.

¡Qué precio tan grande tendrá que pagar Duarte por seis años de juventud y conocimiento! Podría pagar con años de postración en una oscura celda, la reclusión y el aislamiento, el desaseo y la convivencia con los de su especie, pero sobre todo, con la ignominia, el olvido, y la herencia de un nombre manchado de por vida.

Yo no pienso en Javier. Pienso en sus hijos, que a diferencia de los hijos de Padrés, no hay duda que son completamente inocentes. ¿Qué pensamientos podrán cruzar por Javier cuando en las regaderas comunales evoque a sus hijos participando en festivales escolares? En un futuro tal vez no muy lejano, ¿Cuántos millones estaría dispuesto a dar por un día, una tarde, una hora, o siquiera unos minutos de completa libertad? Si lo que al final encuentra, es una fría celda, ¿Cuántos ranchos, cuántos caballos, cuántas casas en Woodlands estaría dispuesto a intercambiar, por una noche con su esposa? Si su destino final es una cárcel donde su nombre se perderá en el olvido, ¿Cuántas comidas en el Au Pied du Cochon estaría dispuesto a intercambiar por un sandwich en una modesta cocina familiar? Aún ahora, ¿Qué estaría dispuesto a dejar por no estar viviendo a salto de mata, y con una recompensa sobre sus hombros?

Si estuviera dispuesto a darlo todo… si de corazón estuviera dispuesto a darlo todo para deshacer el bordado que tejió durante seis años; merecería nuestra empatía… pero tal vez no está dispuesto a nada, y por eso decidió invocar a Mefistófeles y éste, gustoso, decidió heredarle la plenitud del pinche poder.

Javier Duarte un futuro por solo seis años. Lo que pase de aquí en adelante es reservado. No sabemos si pisará la cárcel; y si la pisa, si lo llevarán a juicio; y si lo enjuician, si estará muchos años; y si está muchos años, si alguna vez saldrá; y si alguna vez sale… si lo volveremos a ver. Lo único cierto es que conforme pasan los días, más certeza hay de su culpabilidad; o cuando menos, certeza en el juicio popular.

Hoy, el Fausto veracruzano tiene precio. Quince millones de pesos a quien dé informes de su paradero. Innecesario, totalmente innecesarios. Si tuvieran información, millones de veracruzanos lo harían gratis.

¡Que se entregue! Piden unos. ¡Que Padrés fue valiente y digno al entregarse! Advierten otros. Si Javier Duarte se entrega no será ni valiente ni digno como tampoco lo es Guillermo Padrés, no os equivoquéis señores políticos. Valiente y digno hubiera sido vivir en la medianía del sueldo. Valiente y digno, hubiera sido contenerse a la lisonja, a la adulación, a los excesos, a las jovencitas y los jovencitos, al alcohol y al dispendio, a los excesos, a la marca de la casa… a lo Duarte. Valiente y digno hubiera sido haber llevado a cuestas la responsabilidad más grande a la que se puede aspirar en este bello Veracruz, sin haberle vendido el alma al diablo.

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