16 de Abril de 2024
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La aventura de vivir
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2016-11-29 - 15:41
Cuando la información llegó era por demás esperada. En el despacho del presidente Adolfo Ruiz Cortines quedaban las evidencias. No llegaban a cien, todos forasteros menos uno. “Están entrenando para levantar una asonada al presidente cubano”. Hacen gimnasia, montañismo, prácticas de tiro por el rumbo de Chalco. Así fue como se designó al joven capitán Fernando Gutiérrez Barrios, destacado elemento de la Dirección Federal de Investigaciones, para efectuar la aprehensión de ese grupo sedicioso.
El viernes por la noche falleció el cabecilla del grupo. Era el hijo de un gallego inmigrante que se afincó en Santiago, al Oriente, para “hacer la América”. El mayor de sus hijos, bautizado Fidel, se interesó muy joven en los asuntos de las leyes, la justicia y la política. El golpe militar del general Fulgencio Batista, en 1952, decidió su futuro como redentor.
Si lo que se llama “aventura de vivir” existe, la de este cubano se volvió prototípica. Muchos como él después, con más o menos fortuna, intentaron lo mismo: asaltar el cuartel militar de la dictadura, hacerse de más armas, organizar a las masas inconformes, formar un ejército rebelde y proceder al asalto del Palacio de Invierno... como hicieron las milicias bolcheviques en 1917.
La Revolución de radicalizó, enfrentó al gobierno del que denominó “imperialismo yanqui”, y nacionalizó el conjunto de la propiedad privada al declarar la instauración del socialismo. Lo que siguió es más o menos conocido, además que fue la causa crucial de la Guerra Fría que paralizó las relaciones entre el bloque Occidental (afín a los EU) y el Oriental, encabezado por la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia. Como se recordará, en agosto de 1961 fue erigido el Muro de Berlín que aisló a la mitad del continente europeo en manos del ejército rojo que se había encargado de vencer a la Wërmacht de Hitler. En octubre de 1962 la mecha de esa guerra estuvo a punto de encenderse con la llamada “crisis de los misiles”, cuando un avión espía descubrió que en suelo cubano, a 90 millas del territorio norteamericano, se instalaban plataformas para el lanzamiento de ojivas nucleares. Los teléfonos rojos (en Washington y Moscú) enmudecieron durante esos trece días en que todo estuvo a punto de volar por los aires.
La aventura de Fidel había llegado demasiado lejos. A partir de entonces el apoyo de la URSS, en el plano económico y estructural, fue mantenido a nivel de subvención amistosa. El susto había sido mayúsculo. Kennedy y Kruschev así lo entendieron. Cuba no sería jamás invadida por los marines, la URSS no intentaría otra bravuconada nuclear en el espacio norteamericano. Y Fidel quedó como el niño malportado, pero necesario, con su insuperable retórica.
La transformación inicial de la vida en Cuba fue admirable para propios y extraños. La educación, la medicina, el deporte, la cultura remontaron como nunca se hubiera imaginado. Fue el ejemplo del “socialismo alegre” que nunca pudo mostrarse detrás de la Cortina de Hierro. Pablo Milanés, Casa de las Américas, Buenavista Social Club... los ejemplos sobrarían. Sólo que en 1989 el dirigente soviético Mijail Gorbachev, luego del desastre nuclear de Chernobil y del accidente del submarino nuclear Kursk, debió recapacitar en torno a la disfuncionalidad del sistema. Había que hacer algo, urgentemente, para que el país no colapsara. Tal vez con la apertura económica y la participación de la gente fuera del Partido –las famosas “Glasnot” y “Perestroika”- la Unión Soviética tuviera remedio. Pero no.
La nación dejó de existir, el muro de Berlín fue derribado, el mundo entró en un sorprendente giro globalizador... y Cuba quedó en el abandono con su líder envejeciendo.
La aventura de vivir, decíamos, que estuvo en esos entusiastas guerrilleros entrenando en el cerro del Chiquihuite con mochilas cargadas con 20 kilos de piedras... se difuminó con las imágenes del senil comandante que recibía en pants a los visitantes prominentes muy acomodado en su poltrona. El tiempo pasa, esa es la lección.


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