08 de Abril de 2025
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ENTRE PARÉNTESIS - David Martín del Campo
ALTA, LA ESTRELLA
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2018-12-25 - 12:34
–Anda, José, cada vez falta menos.

Eso no estaba en sus planes: cruzar el río no por el puente, sino por medio de aquella extraña embarcación de neumáticos inflados a todo y que alguien, con alguna imaginación, habría ubicado en el Mar de Galilea. Tierra del Jordán, a fin de cuentas, porque los peregrinos iban conociendo mundo de esa manera… a pie, andando, desde luego, aunque también a lomo de jumento, a ratos, y luego en las trocas que se prestaban para darles el “empujón”, que le llaman.

María estaba preñada y sabía que pronto, cada vez más, habría de parir a su primogénito. José, que laboraba como carpintero, ya comenzaba a extrañar los lienzos de madera deslizándose frente a la sierra eléctrica… los travesaños de caoba, guanacaxtle, pino dulce.

–Y lo que falta, mujer –le respondió su marido–. Y lo que nos falta –porque allá se aproximaba ya la patrulla de agentes de migración acantonados en Tapachula–. ¿Traes los papeles?

Así los presentaron. Que ellos dos, peregrinos como aquel centenar que los acompañaba, procedían de San Pedro Sula, que no traían casi dinero y que sí, eran conscientes de que el niño estaba por nacer. Y los modernos centuriones, sin más, los dejaron pasar.

Andar y andar, buscando la estrella de paz que les habían anunciado, o prometido, lejos de la violencia de las pandillas que un día mataban a cinco, otro a siete, sin que nadie dijera nada. Robar, matar, extorsionar, matar. Eso era la vida en las barriadas de San Pedro. Allá, “en el norte”, eso no existe. Hay trabajo, mucho y no tan mal pagado, advertían los que había retornado masticando palabrejas en inglés. “Pero lo imposible es llegar, por lo menos sin un buen coyote”.

José y María anduvieron así por aquel camino costero, ganando ampollas y fatigas, el hambre mal reparada y la sed permanente.

–Anda, no pierdas la fe –le decía él, y ella:

–No, José, ¿cómo, a estas alturas? –porque lo había dejado todo en suelo hondureño… la casita que nunca fue suya, el local de la carpintería (que una noche incendiaron los pandilleros de la Mara), sus padres mal enterrados en el cementerio local.

Así los peregrinos llegaron a Oaxaca, donde descansaron varios días, comieron caliente, durmieron bajo techo. Y luego Tehuacán, y Ciudad de México, y Guadalajara y Culiacán. Los lugareños les ofrecían alojamiento, colchonetas, caldos de pollo pero anden, les decían, “súbanse al camión, que ya se va”, porque no los querían ahí. ¡Fusha!, que se fueran con sus bendiciones y testimonios de dar pena. ¿Quién asegura que éste, luego, no es un valle de lágrimas?

Por fin, tres semanas después, arribaron a Belén… que así se llama el refugio bajo la Mesa de Otay, atendido por religiosas y gente piadosa.

–Pero, mujer –le dijeron a María–, estás a punto de echar a la criatura –porque era verdad y ella, virtuosa y modesta, “no sé”, les respondía. “Todo fue como de milagro”.

Los peregrinos continuaron buscando posada. En Playas de Tijuana (donde los echaron vapuleados), en Lomas Taurinas, en Los Arenales. Por fin fueron ubicados en el auditorio de El Barretal, donde les aseguraron que podrían reposar sin presiones. Y muy pronto, esa misma noche, se hicieron presentes el Borrego y la Vaca, es decir, los administradores del lugar que, por bonachones, así llamaban. Juan “el borrego”, Evelia “la vaca”.

María supo, esa tarde, que lo suyo no aguantaba más. Llamó a José para avisarle:

–Creo que va llegando el momento. Si nace aquí, aquí será la tierra prometida. Nuestra redención y nuestra solera.

–No te preocupes, mujer, porque mira: han llegado tres príncipes que llegaron en el Transporte de Oriente.

Y al atardecer se presentaron con sus óbolos. Uno era el padre Alejandro Solalinde, otro el coordinador Tonatiuh Guillén, del Instituto de Migración, otro Pat Murphy, de la Casa Scalabrini del Migrante. Les llevaron documentos, permisos de trabajo, credenciales para el Seguro Social.

–Creo que por fin llegamos –dijo María al sentir la primera contracción –y alzando la mirada alcanzó a leer allá, al otro lado del muro, el letrero que anunciaba Star Electronics. Y la estrella, alta y radiante, en esa noche de invierno.



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