José Luis Ortega Vidal
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(1)
Un amplio grupo de periodistas en alguna ciudad de Veracruz recibió amenazas –vía mensajes por celular- tras haber compartido la publicación de un comunicado sobre presuntos actos de violación a la ley entre particulares.
La Comisión Estatal de Atención y Protección a los Periodistas (CEAPP) recibió la denuncia del hecho y se preparan acciones legales y prácticas para amilanar el riesgo de los comunicadores.
Sin haber sospechado el fondo, los hoy amenazados habrían tocado intereses sumamente sensibles a partir de una historia que devino información y motivo de nota periodística.
Su publicación fue muy amplia justo porque no parecía algo fuera de lo normal: un delito común con una víctima común en la persona de una mujer de la tercera edad presuntamente a manos de un hombre a quien le confío la administración de un negocio.
En todo Veracruz, de norte a sur, de los llanos y destinos de mar a las altas montañas casi nadie publica información con la etiqueta de riesgo.
Aquí el miedo se ha apoderado de las plumas en todos los géneros.
Se pueden compartir chismes políticos, publicar boletines, hacer recuentos de daños vía reportajes muy bien redactados, analizar de modo superficial escenarios desatados por pugnas entre grupos de poder; jugar incluso al periodista/adivino y presumir “yo escribí que esto pasaría y pasó; ahora pasará esto.”
Pero…
Las secciones policiacas en medios impresos y digitales; en periódicos de línea editorial sensacionalista, de nota roja o incluso los estrictamente políticos impedidos de substraerse a la dinámica de la violencia cuando ocurre algún acto de terrorismo, suelen publicar “a toro pasado”.
Es decir, no más de media docena de reporteros en la entidad se atreven a contar la historia de un delincuente de peso aún no detenido pero señalado oficialmente; o vincular a jefes delincuenciales detenidos con cómplices libres de sectores diversos: el empresarial, el político, el comercial…
Son contados los periodistas que se sumergen en las catacumbas del crimen organizado y lo desnudan así sea eventualmente…
Lo ocurrido en torno a la historia referida: la amenaza a un conjunto amplio de periodistas es un caso poco común: éstos tocaron fibras más allá de su olfato reporteril.
No vieron venir la granada; la confundieron con una pelota de beisbol y la batearon.
Estuvo a punto de estallar.
La orden con violencia verbal fue bajar la información y se obedeció de forma casi unánime.
Si en la ciudad de México o las grandes metrópolis como Jalisco, Monterrey; aún en capitales como Xalapa -en el caso veracruzano- las amenazas al gremio periodístico son reales y los riesgos se comprueban en estadísticas de muerte y ataques; en la provincia de la provincia ser periodista hoy en día resulta casi suicida.
Quienes se dedican a esta labor a pesar de todo suelen poseer una vocación terca y a menudo sus historias de vida justifican la tarea porque son hombres o mujeres mayores que nunca aprendieron a hacer otra cosa; amén de amar el oficio.
Son mayoría quienes se disfrazan de periodistas y viven de la corrupción; los hay que prestan servicios a tal o cual cártel a manera de “jefes de prensa”, corre, ve y dile, informantes o “contactos”…
A los periodistas de verdad les ocurre lo que a las víctimas de alguna adicción: sólo pacientes similares pueden entender el padecimiento y agruparse, reunirse, desahogarse, apoyarse para salir de la crisis bajo el sabio conocimiento de que nunca dejarán de ser lo que son: enfermos.
Ahora bien, en el caso periodístico ocurre algo por demás lamentable: la unión, comprensión, el desahogo, la solidaridad son acciones extrañas entre y para los reporteros.
El celo, la envidia, el ego son virus propios de la tinta.
Si añadimos a ello los contextos de los días que corren el escenario está dado: frente al Estado legal e institucionalmente montado durante siglos, ha surgido un Estado paralelo, ilegal, donde la institución es la muerte, dueño de un crecimiento inexpugnable, atroz y devorador de periodistas.
(2)
Una paráfrasis de Guadalupe Victoria: va mi hipótesis en prenda, voy por ella: el periodismo agoniza en un Estado que no es Estado, sino una hidra alimentada por sangre.
La sociedad civil debe reflexionar al respecto porque si el periodismo finalmente muere, la construcción democrática se vuelve imposible y las estructuras que la sostienen tiemblan.
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