Lenin Torres Antonio
Para el mundo prehispánico el tiempo era circular, cada determinando tiempo, la gavilla de años que correspondía 52 años, termino en que representaba el fin del ciclo, y la consumación o extinción del “fuego viejo” para dar paso al “fuego nuevo”, por lo que debían destruir todos los enseres, casas, etc., que representaba lo viejo para dar paso al nuevo ciclo del tiempo. Tenían una visión de la posesión y la propiedad desapegada, por lo que deshacerse, quemarlas, no representaba ningún sufrimiento, ningún dolor. En contraparte, la apropiación (la conquista) instaló una visión del tiempo lineal, acumulativo, con un origen en el legado de la tradición judeocristiana, que nos sitúa ante la visión prehispánica con una temporalidad abierta, misteriosa, incluso peligrosa, se sabe de dónde se viene, pero no se sabe a dónde termina, por lo que el apego a lo construidos es doloroso y ha creado un comportamiento egoísta, pues somos esos que hemos acumulado y construido, podemos decir que el hombre occidental su espiritualidad es “lo externo, lo acumulado, lo poseído, no hay más.
El contraste entre el tiempo prehispánico, cíclico, circular, particularmente del mundo de los aztecas, y el occidental, heredado o impuesto por la colonización, nos deja ciertas lecturas desde donde interpretar el comportamiento presente del hombre del nuevo mundo, incluso del hombre en general, ese tiempo líneo nos dejó a expensa de una teoría de denomino basado en la construcción de una consciencia temerosa ante el tiempo, situándonos ante el acto histórico de la acumulación un apego a lo material determinante para las pocas ganancias de placer y de felicidad que tienen los seres humanos, nos deja siempre en una interrogación paranoica sobre el futuro, que se puede clausurar repentinamente sin que podamos tener tiempo para darnos cuenta del engaño, el presente existe en la medida de lo poseído, acumulación de cosas, el futuro no existe, siempre es una interrogación, y el pasado sólo tiene un origen y es teológico, por lo tanto, tampoco existe, vivimos una orfandad epistemológica y ontológica.
El tiempo lineo interminable, y por lo consiguiente, misteriosos y peligroso, que va construyendo una memoria del martirio y de un comportamiento obsesivo de acumulación de bienes materiales para dar sentido a nuestras vidas, en contraste el tiempo cíclico finito, y por lo consiguiente, predecible, armonioso y confiado, que nos permite la consciencia de finitud, y mortalidad, perdida actualmente por el sentimiento de continuidad inconsciente de lo humano, sin esa espiritualidad material, coloca al mundo de los antiguos en un vertiente más inteligente y liberadora.
Después que se consumó la apropiación, el lavado de cerebro, la desmitificación del nuevo mundo para hacerlo viejo y enfermo, sufridor y zombi, después de cambiarnos nuestra visión del tiempo, por un tiempo misterioso, que nos hace pensar que la desconocida es la muerte, por no deseada, por temida, el mundo que heredamos se volvió contradictoria, y un hibrido que contraviene la condición de la memoria histórica del pensamiento del tiempo lineo occidental, vemos que ese hibrido no tiene memoria histórica, no hay un referente del pasado que refuerce la visión presente para intentar hacerla mejor y liberadora. Solo así podemos explicar que en tan poco tiempo los mexicanos, principalmente, dejaron de ver hacia atrás para darse cuenta que toda esa crisis pública tiene un origen y no en el presente, sólo así podemos entender la ligereza de opinión sobre el esfuerzo titánico que tiene ante sí el buen intencionado presidente Obrador de rescatar la funcionalidad del estado mexicano, y la conciencia de comunidad perdida por más de 100 años de una cultura de la simulación y el engaño.
Parece que no pasó nada, que el que tenemos enfrente debe pagar por los platos rotos, y esto no es así, hubo un origen de ese desmadre que vivimos los mexicanos, que hizo que la política sirviera únicamente para la lucha por el poder, no para hacer viable la vida pública, una política electoral, y una clase política mediática y hecha para hacer campaña electoral eternamente, ahora lo vemos, no se dan cuenta que no estamos en campaña, pero parece que es así, no entienden que ahora es tiempo de comunidad política, y consciencia social y política, y que debemos aceptar que por pasivo o activo todos fuimos responsable del deterioro de nuestras instituciones pública, de que la política se convirtiera en un instrumento para auparse al poder público, sin esa consciencia comunitaria política no será posible salir del grave problema de crisis social y pública que vive la sociedad y el estado mexicano.
Una mirada al origen, una vuelta así sí mismo, de uno y del otro, una clínica de lo social, una vuelta hacia las concepciones que construyó nuestra consciencia, un entender del ser del mexicano, viene bien hacerlo, porque el fuego nuevo podría quedarse en una chispa, en un conato traumatizante, y que lo viejo, el fuego pervertido y pusilánime renazca para sumirnos otra vez en la penumbra y el uso de la fuerza, el acto civilizador que implica ese fuego nuevo, su viabilidad está construida desde lo más simple, hacer hogar alrededor del fuego, reconstruir los elementos que marcaron la diferencia entre el animal llamado hombre y los otros, el rescate del acto comunitario, en romper las barreras egoístas e individualista que nos han hecho presa de la esclavitud de la apropiación que aún existe por los nuevos colonizadores del mundo global y la introyección que nos han hecho del hombre universal sin rostro.
En México la colonia fue más traumática por la resistencia del imperio azteca, nuestros antepasados en la confusión intentaron resistir, por lo que el proceso de domeñamiento fue más cruel, literalmente un genocidio, aceptamos las cosas a fuerza, pero filtramos lo nuestros, nuestra espiritualidad diferente a los colonos, aún hoy nos resistimos a esa nueva colonización que intenta mantener a capa y espada el imperio.
Algunos han escrito sobre la psicología y la filosofía del mexicano, el hombre que con una sola palabra es capaza de decir muchas cosas, como bien describe Octavio Paz en la polisemia de la chingada, el hombre que con un tiempo líneo deja de tener memoria histórica, aunque peligroso, original, ahí está el acto libertario, nos hemos rebelado al designio de la consciencia de dominio, de la culpa, pues sólo así han podido mantener el sistema de explotación, cargándonos hasta la saciedad con la culpa de la muerte de un hombre, Jesús Cristo, y con las pequeñas muertes que permanentemente esa memoria histórica mantiene en su univoca narrativa de una visión de lo bueno, verdadero y bello.
Vine bien hacer memoria histórica, aunque sea de forma temporal, más ahora que se abre un parteaguas determinante para definir el destino de México, y que no hay muchas opciones para enfrentar los exabruptos de esos más de 100 años que construyeron un rostro corrupto y perverso del México posrevolucionario. Primero, hay que establecer ciertas verdades o condiciones necesarias para la viabilidad de una transición hacía una democracia permanente y reactiva, y estos tiene que ver con entender que por más de 100 años ese modelo post revolucionario de la dictadura perfecta presidencialista construyó el México contradictorio, pobre, desgastado, peligroso y sin orgullo que hoy vivimos; entender que la clase política que ha gobernado el poder público en México hizo desaparecer la funcionalidad legal y democrática del Estado mexicano a través de instalar una cultura de la simulación y el engaño (dictadura perfecta), ¡no había Estado!, y que ahora estamos viendo el intento de recuperar la funcionalidad del Estado mexicano, y que eso no es suficiente para resolver los graves problemas de pobreza, marginación e inseguridad que vivimos los mexicanos, que tienen que ver con un rezago histórico; que no podemos continuar topándose con la pared: con las falsas expectativas del mundo global, con la carencia de una identidad de la mexicanidad, con una sociedad ajena a las responsabilidades de la res pública, con la irresponsable y avariciosa oligarquía local y externa que es la única que siempre sale indemne de estas crisis y cambios sociales, con el acecho de los herederos insanos de la praxis política de la vieja clase política, y con una clase política todavía decadente, con esa herencia maldita de degeneración que nos dejó esa dictadura perfecta que hace que comencemos literalmente de cero, sin una cultura de la legalidad y la paz, sin una conciencia social que nos corresponsabilice de la construcción de nuestros espacios públicos, sin un sistema de partidos moralmente correctos puesto que sólo fueron educados para la lucha por el poder por el poder, con una sociedad acrítica y pasiva; que no puede repetir la historia de la cultura de la simulación y engaño que tanto ha gangrenado a México, por lo que tiene que pensar que la participación política no termina en el sufragio, y que la construcción del nuevo México no es cosa de los profesionales de la política, o de un hombre por muy bien intencionado que sea; y que exactamente por esa actitud de silencio, por no pensar, es por lo que ha ocurrido lo que ha ocurrido; entender la obsolescencia de la política y la clase política, es decir, que la política como la hemos venido practicado en México no ha servido para hacer un mundo mejor para los mexicanos, en ese sentido podemos decir que, ¡la política no sirve!; entender que la única vía para transformar México de forma pacífica es refundando al Estado mexicano; creer que, para ello, se necesita una sociedad critica capaz de organizarse para relevar a esa vieja casta de políticos que son causantes directos de la crisis pública y el deterioro de nuestras instituciones; entender que para refundar al Estado mexicano tenemos que convocar a un Nuevo Constituyente; que, si no se hace, continuaremos destinado a la marginación, al hambre y a la muerte a miles de mexicanos incluso aun sin haber nacido; y que, llego la hora de ciudanizar la política y volver hacer comunidad.
Estas obviedades que parece que el sentido común puede dar cuenta de ello, y que no se necesita intelectualidades para darnos cuenta que son verdades y condiciones para la viabilidad de la real Transformación de México, se topa con la pobre memoria histórico del mexicano y quizás, de los ciudadanos del Mundo, no sé si esos poderosos procesos de alienación en que nos tiene sometido el Imperio, y los nuevos procesos de colonización son las causas; o es una particularidad provocada por la filtración espiritual del tiempo cíclico del mexicano antiguo en el tiempo lineo occidental.
El escenario patético y pobre de los analistas, intelectuales, y la farándula política confirma esa pérdida de memoria histórica, en las tiras de opinión, en los artículos sobre actualidades políticas, en el discurso de la pobre oposición política, incluso, en la inocencia o ignorancia de los nuevos poderosos, en las tertulias de los ricos y pobres, la narrativa se repite pobremente, como si no hubiera pasado nada, y es cuestión de ver lo que está haciendo el gobernante en turno, las estadísticas, los exabruptos mañaneros, los indicadores sociales y de seguridad; e insistir que el que tenemos enfrente hay que pedirle que rinda cuentas, olvidando con una ligereza pasmosa que lo que vive México es el resultado de una desviación histórica, aunque albergo mi sospecha que ha sido producto del vecino del norte, le ha convenido tener su patio trasero con un vecino confundido y sin ambiciones.
Más allá de dar respuesta a esas interrogantes de la temporalidad, lo cierto es que México padece una peligrosa perdida de la memoria histórica, al no percatarse que lo que vivimos hoy es la resistencia de ese fuego viejo de no extinguirse, y continuar haciendo estragos en la vida pública del mexicano. Y hay que ponerle un alto, y recuperar esa memoria histórica que nos permita construir un México prospero, seguro y justo.
Diciembre de 2019
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