Jorge Francisco Cabral Bravo
Sin duda, no se equipara el valor de la salud física y financiera de las personas, pero no hay otro ángulo que se ha dejado de lado, porque el COVID-19 algún día se irá y las consecuencias de las decisiones tomadas se quedarán.
El Estado de derecho siempre ha sido nuestro talón de Aquiles. Desobedecer la ley, torcerla, buscarle recovecos que, claramente, violan su espíritu, modificarla para favorecer intereses particulares o de coyuntura y abusar del poder son prácticas cotidianas. Siempre sin consecuencias.
En una situación catastrófica, esto puede agravarse. La prensa, las organizaciones sociales, el sector privado e incluso la academia están volcados, como nunca, en el día a día que está secuestrado por la emergencia sanitaria.
Nadie está pendiente de lo que hoy se consideran “minucias”, pero que pueden acentuar las acciones fuera de la ley y el abuso de poder.
Pero hay y habrá muchas bolas rápidas que pasará el gobierno entre la opacidad reinante, la excusa de la emergencia y la distracción entendible de todos con el COVID-19.
Es imperativo que, ante esta situación, la sociedad, el sector privado y los colegios de profesionistas, la Corte y el Congreso estén pendientes. No hay mejor caldo de cultivo para la corrupción y el abuso que una crisis como la que se avecina.
Decía Graham Greene, gran escritor inglés, que siempre prefería intentar comprender la verdad, aunque eso comprometiera su ideología. No es fácil; en la política y, sobre todo cuando ésta se hace desde el poder, la ideología termina ocultando tanto los hechos como la verdad y transformando decisiones ideológicas en políticas públicas.
El gobierno federal encara la fase dos de la pandemia del COVID-19 recurriendo en el terreno económico a la ideología más que a la constatación de la realidad.
Como ya se había adelantado, el programa económico para enfrentar la crisis se limita a ratificar el apoyo a los adultos mayores; a otorgar créditos, no se dice cómo ni a través de qué instrumentos.
Mientras tanto, cae la bolsa, el dólar llega a niveles históricos y la mezcla mexicana de crudo está a 15.33 dólares por barril.
Está muy bien que el gobierno anuncie que el ingeniero Carlos Slim le informó que no despedirá a nadie en sus empresas ante la emergencia, pero innumerables empresas simplemente no pueden darse ese lujo: despiden gente, suspenden actividades sin goce de sueldo o pagan sueldos, impuestos y servicios.
La enorme mayoría de las naciones ha optado por trabajar sobre apoyos fiscales porque no implica cancelar las responsabilidades en ese ámbito, sino aplazarlas y de esa manera darle oxígeno a las empresas y trabajadores.
Son los momentos en los que el Estado debe intervenir en la economía, para eso está.
Y quienes más la sufrirán serán los trabajadores. La gente no vive de los apoyos de Sembrando Vida o de Jóvenes Construyendo el Futuro, vive de sus empleos, y la destrucción de sus empleos si no hay apoyo del Estado será altísima, sobre todo entre quienes no tienen, como algunas grandes corporaciones, capacidad para sostener el cierre o la suspensión de actividades durante varias semanas.
Esa distancia del gobierno ante las urgencias de la iniciativa privada se da en un momento también inédito.
Que el gobierno federal vulnere la seguridad jurídica de una empresa y cancele en plena crisis una inversión de esta magnitud sin ninguna causa que lo justifique, ha hecho ya un daño que puede ser irreversible en la confianza de los inversionistas y empresarios con la administración federal.
Un escenario que, además, muchos de los principales funcionarios del sector en el propio gobierno, saben perfectamente que debería evitarse.
Como lo comentó Enrique Quintana en su columna Coordenadas que en redes sociales hemos escuchado el término “viralizar” alguna vez, ahora con la pandemia COVID-19 ya sabemos lo que significa: crecimiento exponencial.
Estamos más acostumbrados a observar el crecimiento aritmético.
Así que, cuando hay fenómenos que producen crecimiento geométrico o exponencial, este resulta a veces poco comprensible.
Un crecimiento aritmético ocurre cuando se trata de una cifra constante.
Pero si el crecimiento es exponencial, entonces lo que es constante es el múltiplo en el que crece la serie y no la diferencia.
Eso es precisamente la “viralización”. Y se usa como equivalente del crecimiento exponencial por el tipo de contagio que se presenta en las epidemias o pandemias que, por cierto, no siempre son virales pueden ser también bacterianas.
Hay quien no entiende que estamos en una guerra contra el virus.
Pero guerra, literalmente. No es metáfora.
El virus por su genética, busca reproducirse, y sólo puede hacerlo parasitando las células del huésped. No lo puede hacer por sí mismo. Nosotros somos su huésped. En su naturaleza está el buscar infectar a más y más células, y eso sólo puede hacerse a través del contagio.
El distanciamiento social es la estrategia que tenemos al alcance en esta guerra, por lo pronto, para que el virus sea derrotado, sea porque desarrollemos inmunidad al sanar o bien porque el huésped falleció.
Más nos vale imaginar que si no logramos evitar que el virus siga saltando de una persona a otra, como ha sucedido hasta ahora, tendremos un escenario impactante que las tendencias reflejan y que nos llevarían a casi 600 mil casos en México apenas en este lapso.
Decidamos – “Cuidémonos”- “Quédense en casa”. Es nuestra última oportunidad de hacerlo y hacerlo ya.
Quizá la crisis actual requiere que dejemos de lado, aunque sea por un momento, diferencias políticas e ideológicas y recordar que todos compartimos una naturaleza biológica. En momentos como este, las prioridades cambian.
Con esta frase terminé una de mis últimas columnas, en donde abordé el negacionismo que se ha observado en algunos segmentos de la sociedad ante el avance del coronavirus.
Me parece sensato enfrentar la emergencia actual con unidad, lo cual no necesariamente implica renunciar a las creencias ideológicas y afectos políticos propios.
Las encuestas me han mostrado la riqueza de la pluralidad que hay en nuestro país y en el mundo, el significado de tener perspectivas diferentes y la necesidad de reconocer al otro, como iguales, con sus derechos y libertades.
Por eso, frases como “no entiende que no entiende”, me parecen perversamente dañinas, y no tanto por el tufo de superioridad que emiten, sino porque refleja la falta de reconocimiento del otro por quien es, por lo que piensa, por lo que opina.
Creer que alguien no entiende porque opina distinto es no reconocerle; afirmar que “no entiende que no entiende” es discriminarle.
Debemos valorar siempre nuestra pluralidad y nuestras diferencias de opinión y de creencia, de identidades e ideologías, de cosmovisiones. Pero la situación actual requiere, como decía al principio, una actitud de unidad, y en este caso ni siquiera nacional, sino humana.
¿Qué tan factible es lograr eso en nuestro país?
Ya veremos cómo evoluciona el asunto de la tregua y si se profundiza o no con un llamado a la unidad.
Otras Entradas
2020-04-02 La verdad que aplasta la empatía de los políticos
2020-03-26 La marcha de la muerte
2020-03-11 Nada en política es materia de honor
2020-03-08 No quieras morir a besos si matas a puñaladas
2020-02-27 La tormenta antes del desastre
2020-02-25 La sumisión, y uno sigue escribiendo
2020-02-03 ¿Inicio de un cambio?
Lo más visto
13 Dic 2018 Convenio entre el Conmas y Club Rotario, en favor de quienes más lo necesitan
12 Dic 2018 #LaBasílicaMenor de Nuestra Señora de Guadalupe, en el barrio de El Dique
10 Dic 2018 Obtendrían descuento en el Predial discapacitados y adultos mayores
12 Dic 2018 Rinden protesta nuevos funcionarios municipales #Xalapa
13 Dic 2018 Pide Congreso al Orfis un informe sobre la adquisición del Sistema de Videovigilancia