Lenin Torres Antonio
Las cosas no podrían ir a peor, la involución a todo lo que da, el sentido común hecho pedazos, y el retorno al mundo de las apariencias se empareja con el insoportable dolor de una razón enloquecida, los últimos vestigios de la civilización occidental se sostienen por manos temblorosas, en el enfrentamiento ante el enigma y el mito la gramática del hombre universal se redujo a monosílabos. No es una estupidez preguntarnos ¿cuándo perdimos el sentido de comunidad?, ¿cuándo destruimos el equilibrio con la naturaleza y comenzamos a pensar que este mundo solamente nos pertenecía?
Caro hemos pagado por nuestra arrogancia, por acuñar un mundo aparente en un mundo que no tiene letras ni se oculta, un mundo donde las cosas ocurren, caen, se precipitan en su levedad, un mundo que es más noble porque no hace nada si no es porque representa una necesidad inescrutable, un mundo donde cada quien tiene un lugar y un sentido, donde nada sobra ni falta, un mundo donde nuestras voces no se concatenan con los demás sonidos que provienen de una desviación y representan el origen, y no una prótesis artificial.
Ese mundo artificial que llamamos “humano”, hizo de una ficción su realidad, su meta, su esencia, incluso, para mantener la ficción tuvo que engrosar su percepción, oír más, ver más, oler más, sentir más; nunca le fue suficiente sus ficciones propias de su organismo, y las prótesis se hicieron fundamentales para poder vivir este mundo y alimentar su estructura en déficit.
Estos tiempos hicieron surgir las contradicciones de ese mundo humano, su fragilidad, su obsolescencia, su petulancia, su simplicidad, su ineficacia. Y a la par del miedo, se ha actuado como si todavía estuviéramos en la cúspide de la evolución, que todo es cuestión de tiempo, y de la añorada vacuna milagrosa; de mientras, se ha continuado con la estupidez y la blasfemia, con la irresponsabilidad y la locura.
Cada país del mundo ha vivido su viacrucis, su naufragio, pobres y ricos en la denegación si, pero no, no, pero si, cada uno como si no pasara nada, como si mañana continuaremos con nuestro arguende y nuestra bullanguera vida, con sus fines fútiles y sus ideales carcomidos por la ignorancia del sentido y de los fines de la vida humana.
México no fue la excepción en este tiempo que termina, a la par de un poder público manoseado y prostituido, y la pérdida sentida de los que lo tenían, ha vivido la pandemia del coronavirus en condiciones contradictorias como los demás países. La lucha por el poder público nunca se ha detenido, del oeste al este, del norte al sur; primero el miedo terrible e incontrolable, después poco a poco acostumbrados a la muerte y al sufrimiento del congénere no dimos tregua al trabajo solidario, y clausuramos a la razón y al sentido común, el acto comunitario perdido nunca se hizo presente, como cuando el terremoto en la ciudad de México del 85, al contrario, los apetitos egoístas e individualistas se han exacerbados, y la lucha por el poder emulando al virus mortal que nos acecha se disemina por doquier.
Y la guerra sucia mediática sobre los contagios y los muertos por el coronavirus-covid19 se convirtieron en un arma política para descalificar a propios y extraños, sin voltear a ver que la pandemia es mundial e incontrolable por la movilidad humana y la resistencia a la nueva normalidad, seguimos con nuestra estúpida guerra provincial por el poder público y los ciudadanos incapaces de poner un alto a esta tragicomedia mexicana son expectantes mudos y sordos. Que tan pronto se olvidó o nos los hicieron olvidar, cuando ningún medio de comunicación criticó la movilidad del efímero movimiento “FRENA” en plena pandemia, seguro propagando el virus con sus plantones y marchas, pero lo que importa ahora es la foto del Gattel vocero de la pandemia del gobierno de AMLO, departiendo en una palapa en alguna playa mexicana sin cubreboca, ¡esa sí es noticia!, a parte, las cifras que machaconas nos bombardean cada segundo para recordar a los mexicanos que el gobierno federal es el responsable, olvidando que vivimos en una república, y como tal, hay una corresponsabilidad entre estado, municipio y gobierno federal.
La guerra provincial no deja ver la realidad de la desigualdad que infamemente ha dejado que “seis de las personas más acaudaladas concentran mayor riqueza que la mitad de la población, 62.5 millones, quienes viven en la pobreza”1, sin un proyecto de país, sin una idea del nuevo hombre, se esgrimen las falacias y la retórica como los grandes argumentos para descalificar al otro, y decir que el pasado fue mejor al presente, y no reconocer que México sigue con los mismos problemas porque la política no ha servido.
Hasta cuándo veremos a los rezagos de esa vieja clase política decadente reconocer que se han equivocado y que México debe transitar hacia una auténtica democracia y hacia un nuevo régimen político porque el pasado dejó de funcionar, porque simplemente se convirtió en un régimen corrupto.
Hasta cuándo AMLO convocará a un pacto democráticos donde todos nos hagamos responsables de salvar a México, porque la guerra fratricida de los apátridas no cesará, porque en guerra nunca se podrá regenerar la política y el poder público, porque se cuelan en la 4T por doquier más de los mismos.
La sociedad no puede esperar a que los políticos se pongan de acuerdo, o que se mantenga una mayoría aplastante que se convierta en una dictadura perfecta que tanto daño nos ha hecho, las calles no son seguras, en territorios extensos de nuestra patria el Estado no existe, se acumulan los rezagos históricos en educación, pobreza, marginación, trasgresión de los derechos humanos, etc., y lo peor, la certeza de futuro de las nuevas generaciones está clausurada, los nuevos oficios, youtuber y sicarios tienen más demanda en ellas.
Hagamos que esos apátridas se enfrenten en un debate de las ideas en un nuevo constituyente, previó a una reforma del sistema de partidos políticos, que exija democracia auténtica en los partidos políticos, no podemos seguir permitiendo que los partidos políticos sean los feudos de los señores de la guerra,
Aceptar la caída del viejo régimen es cambiar el paradigma del gobernante y el perfil clasista de los ricos que han gobernado México, lo que está en juego no tan sólo es el poder público sino la igualdad y la libertad.
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