Sergio González Levet
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Con toda seguridad las más recalcitrantes feministas defensoras del lenguaje incluyente estarán de acuerdo conmigo en quejarse del uso de la forma “las y los” para referirse, pretendidamente, a los dos géneros en un enunciado de género común.
Y no solamente se quejan, sino que les da grima pensar que esa forma pretendidamente inclusiva es exactamente lo contrario, porque es total y absolutamente discriminativa.
Sí, explican las feministas que le saben y yo con ellas: en frases como “Las y los mexicanos” -que puso de moda Vicente Fox allá a principios del siglo- se invisibiliza un género en favor de otro.
Veamos, la oración debería ser “Las mexicanas y los mexicanos…”, así que se deja de mencionar el sustantivo femenino “mexicanas”. ¡Qué atrocidad contra el sexo más inteligente!
Y vean la lectora integrada y el lector intrigado que esa forma incorrecta se ha establecido de manera tan generalizada que nos resulta raro decir: “Los y las mexicanas”, “Los y las alumnas”. ¿No es cierto?
Sí es una manera correcta y equitativa en el caso de enunciados que tienen sustantivos de género único, como los participios activos: “Las y los estudiantes” (o “Los y las estudiantes”, para las que creen que la cortesía masculina de mencionar primero a las damas, es una forma de tratar de manifestar una superioridad de parte de sus adversarios del sexo de enfrente).
La incorrección inequitativa de “las y los” tiene varios años que está volando en el lenguaje oral y en el escrito, y se ha ido introduciendo en el habla de manera tal que muchas personas y grupos la consideran políticamente correcta.
Abusan de ella en los comunicados, los spots y los oficios del Instituto Nacional Electoral (lo que no es una causal para desaparecer esta magnífica institución, lo siento chairos fanáticos); la usan tota die et quotidie (latinajo para: todo el día y todos los días) en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (en la Estatal de Veracruz ya no, porque sus trabajadores tomaron un curso de redacción que los sacó del error); persisten en la confusión también en las oficinas del staff de la Presidencia de la República y en sus comunicados que presuntamente sanciona, corrige y autoriza Jesús Ramírez -tan profesional él en el manejo del lenguaje y la información-.
Ah, y en las legislaturas estatales y en las dos cámaras del Congreso de la Unión.
Así que las y los diputados, o los y las diputadas, bien podrían hacer un acuerdo para prohibir definitivamente esta forma tan discriminatoria contra la mujer.
¿O no, mi estimado Juan Javier Gómez Cazarín?
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