Jorge Arturo Rodríguez
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Lo primero que trato de evitar –sin prometer nada ni mucho menos dar por hecho que este 2023 nos irá bien, no digamos que mejor-, es creer, precisamente, en las falsas promesas e ilusiones, porque la vida, esa que vivimos a diario y muchos padecen de una u otra forma, es decir, sobreviven apuras penas, nos abofetea y como que nos dice: “¿A dónde vas, pendejo?” No seamos ingenuos, por favor. La violencia se recrudece; el miedo crece, en consecuencia. La pobreza sigue ahí. Ya lo escribió Augusto Monterroso, pero hay que repetirlo: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Ahora de mil colores; variopinto. Quien se descuide, pobrecito, se lo lleva la tiznada. Las estadísticas, datos y “otros datos” no desmienten que México y, desde luego, el mundo, o al revés, poco o ya nada nos ofrece. ¿Cómo carajos si somos nosotros mismos los depredadores?
Creo haberlo comentado, pero es justo y necesario repetirlo. El Mar de la indiferencia se ha desatado, ¿verdad, mi entrañable Stanislaw Jerzy Lec? No vengamos con el cuento de ser o no positivo u optimista. Desde luego que vale la pena reflexionar sobre ello. Pero, ¿quién a estas alturas lo hace? Mucho menos del amor en tiempos de cólera. Digo, en tiempos de redes sociales, cuando más cerca estamos, más alejados sufrimos. ¿Quién lo duda? Mándenme un watsap y les comentaré, no se las mentaré. Hay que saber usar las herramientas, no que éstas o con éstas nos manipulen. ¡Por Dios! ¡Por las barbas del diablo!
Hace unos días, poco antes de terminar el 2022, escribí algunas pendejadas dirigidas a mi familia y a uno que otro amigo. Me llevé un chasco con los comentarios que me hicieron llegar. ¡Qué barbaridad! Entre otras cosas, dije lo siguiente:
“Tengo por sentado –parado o no- que la vida es bella, y si no, hay que hacerla bella. A lo que voy, dulces amantes invisibles, guardar mis versos –besos- por si vuelvo. Dicen que la mejor forma de mejorar de una enfermedad, y enfermos estamos todos, más ahora, es reconocer que estamos enfermos. No es una tautología, un pleonasmo, pues. Y desde algún tiempo he reconocido mi enfermedad. Bien. Una vez hecho lo anterior, pido disculpas a quienes he ofendido, molestado o mandado a la chingada con mis palabras y acciones. El perdón viene de Dios o del que quieran. Por mi parte ofrezco disculpas. Vida, nada me debes; vida, estamos en paz.”
Estamos porque estamos. Vivimos porque estamos vivos y así al infinito. Quien tenga oídos… Otro año y vamos a ver de qué cuero salen más correas. Pero por favor, sonrían, y no se crean todo.
Repito. Dicen que las palabras se las lleva el viento; preferible las acciones… En vida, en vida. Cierto y no. Cierto por lo que ya saben. No, porque palabras y acciones van juntas, nacen juntas, viven juntas, las une el sentimiento, el sentido humano.
Cada quien que llegue a sus conclusiones. Dicen que el que calla otorga. También muchas veces me he arrepentido de haber hablado, de haber callado nunca. Yo no lo sé de cierto, pero lo supongo.
Dicen que la principal palabra en nuestras vidas es AMAR; pero también está el DAR. (Claro, también el SAT). Son parientas; digamos, mejor, hermanas de sangre.
Repito. Al final y al principio lo único que queda son los recuerdos. Los recuerdos que nos mantienen vivos durante el trayecto. Ahí cada quien que sepa aprovecharlos, echarlos a la basura o, simplemente, ni se acuerde de ellos. Es vida privada y como tal, para qué meterse. En otras palabras, no te metas donde no te llaman o no te detengas donde no te corresponde. El respeto al derecho ajeno es la paz. Errores –y a veces horrores- cometemos todos, ni quien lo dude. Aceptar que los cometimos, conscientes o no, es la base para sobrellevar los días.
Los días y los temas
En este andar, encuentro en el libro La ladrona de huesos, de Manel Loureiro, lo siguiente: “La esperanza, esa hebra fina que jamás dejamos de aferrar con fuerza”. Ahí ‘ta. Más claro, ni el cloro, digo…
De cinismo y anexas
“Es evidente que no puedo decir que nos irá mejor con un cambio, pero sí que para mejorar debe haber un cambio.” (Georg Christoph Lichtenberg).
Ahí se ven.
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