Jorge Hernández Aguilera / Oye Puebla
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Recientemente han sido acumulados los reclamos y alertas por parte de “la base” de morena en torno a una posible colonización partidista. En una de las tantas definiciones que encontramos del término, podemos decir que la colonización es la acción de dominar un país o territorio (la colonia) por parte de otro (la metrópoli). El proceso de colonización puede ser de carácter político, militar, cultural, económico o presentar otras manifestaciones, así como desarrollarse de forma violenta o pacífica.
Lo anterior en función a la primera tesis que anticipaba la forma en la que la derecha buscaría descarrilar el proceso de transformación, emprendido por el presidente López Obrador en el año 2018. En el inicio del sexenio, ya se advertía la puesta en marcha de un golpe blando, de constantes hostigamientos desde la agenda mediática, y lo que a la postre sería la gran oposición política de la Cuarta Transformación: el Poder Judicial de la Federación; La Suprema Corte de Justicia.
La tesis de la colonización de morena, es distinta a la del golpe blando. Afirman que no intervendrán con factores externos para debilitar la legitimidad y esperanza histórica del proyecto que encabeza López Obrador. Dicen que se está minando el espíritu revolucionario de morena desde adentro. Que a través de los “infiltrados” está siendo extinguida la posibilidad de ejecutar una revolución real de las conciencias.
Ante ambos postulados queda reflexionar en torno al rol que ha decidido tener la militancia de morena; tanto el rol auto asumido, así como, la marginalidad sistemática que se ha diseñado para mantener a la base morenista fuera de la injerencia en la toma de decisiones trascendentales. Un análisis constructivo y necesario debe darse fuera de los límites de la victimización. La militancia partidista ha hecho el recuento e historiografía de los acontecimientos donde han sido desplazados a partir de asumir un papel de víctima.
Las últimas renovaciones en las dirigencias locales y del congreso nacional de morena, trajo consigo una nueva ruta: La institucionalización de la hegemonía partidista. Con el lema “Unidad y Movilización”, la dirigencia encabezada por Mario Delgado, hace gráfica la tendencia partidista actual: Mantenerse unidos y disciplinados entorno a la definición de las eventuales candidaturas; y movilizados, en cuanto a la operatividad de las estructuras electorales, para garantizar en las urnas el sostenimiento del poder.
Las vigentes reglas son claras: Morena es un partido unido en la disciplina vertical y de movilización en las lógicas tradicionales de las garantías electorales. De garantizar el triunfo en la operación electoral. Ante ese escenario de la praxis del poder es menester cobrar conciencia de la importancia de las alianzas, alianzas incluso con actores políticos de renovada ideología; personas que en el pasado reciente eran críticos irracionales del Obradorismo y hoy euforizan al son: ¡Es un honor, estar con Obrador!
La izquierda auténtica o “la base de morena”, debe empezar a plantearse la posibilidad de ejercer el poder. Y en ese sentido, la toma del poder en disputa dentro de la izquierda misma. Y de las alianzas coyunturales que permitirán mantener el poder electoral. Es impensable plantearse la materialización de un proceso de transformación desde la posición de víctima.
Si no somos capaces de disputar el poder dentro de nuestro mismo movimiento, ganando los espacios a los caciques de los pueblos y a los políticos de intención mercantil, menos podremos ejecutar un proyecto de gobierno que termine con los añejos vicios y que promueva las renovaciones organizacionales para hacer una nueva forma de política mexicana, cuyos fundamentos ejecutores se desprendan de la filosofía humanista.
La izquierda como movimiento social ha peleado por el nuevo México, de manera constante, desde 1988. Hoy que estamos en la antesala de la historia, el propio movimiento social ha sido permisivo con el gandallismo y chapulineo político.
√ Esto no se trataba solamente de llegar al poder.
√ La intención es llegar al poder para transformarlo.
√ De manera inicial, transformemos la idea de víctima y victimario.
√ En la disputa por el poder transformador, no queda espacio para lamentos y pataleos.
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