Noel Castellanos
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Le ofreceré una disculpa de manera anticipada por los calificativos y lenguaje utilizado, quizá altisonante, que contiene este texto. Está en su derecho de decidir si continúa con la lectura o no.
Las imágenes que circularon a través de distintas plataformas de redes sociales el domingo pasado en las que se observa a un grupo de orates propinando una golpiza al joven Neto en una zona de la ciudad de Puebla, que se supone es de las más exclusivas, son la radiografía perfecta para mostrarnos de cuerpo completo socialmente.
Al ver las imágenes fue inevitable recordar los lamentables sucesos que hemos visto en la historia reciente de las redes sociales en los últimos años, y al mismo tiempo, preguntarme ¿qué nos pasa?, recordando también el emblemático programa de televisión del gran comediante ya fallecido, don Héctor Suárez
¿Qué nos pasa, como para que de manera impune, a la vista de todos, estos juniors de la Anáhuac y el Tec de Monterrey, atenten contra la integridad de otro individuo que su único error fue sacar la casta ante la agresión sufrida cuando les arrojaron una bebida?
-“No se vuelvan a meter con nosotros”- profirió uno de los agresores de Neto, ¿cómo por qué la amenaza?, ¿acaso son hijos de padres con basta capacidad económica o influencia que les garantizaría la impunidad a billetazos? ¿Será que mami y papi van a ir a sacarlos de cualquier problema en el que se involucren sus retoños con un par de llamadas y billetes?
Igualmente causó indignación, en 2011, el video donde se observa a Miguel Sacal, empresario textil conocido como el “gentleman de las lomas”, propinando una golpiza a un trabajador de la recepción de la Torre Altus, ubicada en Bosques de las Lomas, una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México, -y del país-, por haberse negado a cambiar el neumático de su automóvil y no desatender su área de trabajo.
-“Pago 30 mil pesos para que estos gatos hagan lo que les pido”- dijo el hombre alterado antes de la agresión. Una vez más, ¿el poder que da el status económico da derecho a mal tratar y humillar a quien no está en esa misma posición, que únicamente está realizando el trabajo para el que fue contratado, y que no metió ni las manos para defenderse con tal de evitar perder su empleo?
O qué tal, aquél lamentable acontecimiento, también ocurrido en las calles de Puebla en 2017, que por un hecho de tránsito, un hombre que conducía un vehículo color rojo, le arrebató la vida a otro que bajó de su unidad, con arma en mano, para amedrentar al primero, sin embargo, no contaba con que en el conductor del auto rojo también estaba armado y le ganó en el disparo.
Una cosa es la seguridad que te puede brindar un arma de fuego para defenderte legítimamente de un atentado en contra de tu vida o de los tuyos, así como de tu patrimonio; otra cosa es a ver quién es más chingón, y creer que por traer cuete tienes el poder para intimidar y desafiar a quien se ponga en frente por la razón que fuera, y sentir que puedes más que cualquiera.
Del mismo modo causó malestar los múltiples videos que, en semanas recientes, fueron tendencia en múltiples plataformas de internet, respecto a los mandriles taxistas de Cancún, Q. Roo, -el destino turístico internacional más importante de este país-, quienes agredieron a conductores de vehículos de servicio privado como Uber, sin importar que hubiere pasajeros en su interior, pretendiendo obligarles a usar su servicio añejo e inseguro, ocasionando daños en propiedad y, en algunos casos, lesiones.
-Soy turista y yo decido aquí pagar lo que yo quiero, no a ti.- dice el turista.
-Me vale madre lo que digas.- fustiga el taxista
-Me estás perjudicando el turismo.- replica nuevamente el turista
-A mí no me importa si te estoy perjudicando o no. Me vale madre lo que digas.- revira el taxista.
Es el diálogo entre un operador de taxi tradicional en Cancún, afiliado al sindicato de este rubro, mientras intimida a los visitantes y a su conductor, ¿es mucha la influencia y el poder que ostenta el sindicato Andrés Quintana Roo como para decidir, -y obligar-, qué transporte ocupan visitantes y residentes de aquella ciudad turística? ¿Por qué habiendo decenas de escenas similares documentadas son escasas, o nulas, las sanciones impuestas a los afiliados involucrados en estos actos de violencia? ¿Cuántos casos más habrá de los que no sabemos porque no fueron difundidos en redes sociales, o de los que no se han denunciado de manera mediática, social o legal?
Todas estas situaciones, solo por mencionar unas cuantas, porque en realidad tenemos mucha tela de donde cortar, da la impresión de vivir en un país carente de educación y civilidad, donde la base para solucionar problemas es la violencia, la ley del más fuerte, o como coloquialmente decimos: “para cabrón, cabrón y medio”.
Carajo, ¿qué nos pasa? ¿Dónde o en quién cabe la cordura, la prudencia, la inteligencia, la consciencia? ¿En quien agacha la cabeza y permite tales abusos por temor a perder su empleo, patrimonio, o la vida? ¿En quien sí piensa las consecuencias de sus acciones, y que de igual forma termina siendo el más afectado? ¿En el rival más débil?
La violencia es una cuestión generalizada que, lamentablemente, se ha normalizado y hemos hecho parte de nuestra vida diaria; buscamos ejercerla a la más mínima provocación: un hecho de tránsito, un empujón involuntario en una calle o lugar atestado, o hasta porque ‘se me quedó viendo’, lo que Usted guste.
Como sociedad, no podemos continuar por ese camino. Estamos descompuestos, somos insensibles, somos valemadristas, pero lo peor de todo es que somos egoístas, tenemos incrustado este pensamiento de “mientras no me pase a mí o a los míos, no es mi problema”, o su variante, “de que lloren en mi casa a que lloren en la suya, mejor en la suya”.
La violencia pudiera parecer una cuestión cultural, -basta con leer detenidamente la letra del himno nacional-, que admiramos y enaltecemos a través de producciones musicales, televisivas y cinematográficas que la toman como base para corridos, narco series, cortometrajes, películas, etc… Sin embargo, debe caber la prudencia, conciencia e inteligencia para discernir que este tipo de mensajes que recibimos, a través de las pantallas, influya en nuestra manera de desenvolvernos socialmente.
Muchas cosas están mal en este país, lo sabemos, estamos concientes, sin embargo, queda en nosotros mismos, como ciudadanos que compartimos un mismo pedazo de tierra, crear condiciones para cuidarnos a nosotros mismos, queda en nosotros tener la empatía de estirar una mano a quien lo requiera, ser un buen vecino, o lo que usted quiera. Parece una sarta de cursilerías lo que aquí escribo, pero la realidad que tenemos en frente nos grita a la cara que ningún gobierno va a poder, por sí solo, crear condiciones de seguridad para todos y cada uno de los que habitamos este país, asumamos nuestra responsabilidad.
Tenemos que tener clara una cosa: somos corresponsables de los males que nos aquejan, y ninguna solución habrá sin unidad social y ciudadana, y no hablo de unidad de partidos políticos, ni de sindicatos, ni de gobiernos, ni de grupos o sectores empresariales; hablo de unidad como ‘mexicanos de a pie’ como usted y como yo, que vemos y sentimos todo aquello que pone en riesgo nuestra integridad y nuestro entorno.
Entre más divididos, más perdidos.
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