Francisco Cabral Bravo
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Ruego al lector permita expresar en la primera parte de esta entrega, el autor comentó el gran parecido que hay entre la novela Moby Dick con las relaciones con nuestros familiares, sobre todo de aquellas donde hubo heridas profundas que no sanaron ni con el tiempo, de ahí que insistió en que se debe aprender a construir acuerdos para aprender ser compañeros de viaje.
Las discordancias se hallan a nuestro alrededor.
Si no existen, entonces es muy fácil discernir lo que sucede. No se tiene vida y se vive aislado de cualquier tipo de contacto humano.
La manera de abordar los desencuentros es lo que hace la diferencia. Cuando el camino nos presenta una discrepancia, tenemos la oportunidad de decidir que la ocasión se convierta en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
Si encauzamos el proceso de manera correcta, es posible salir fortalecidos de cualquier disputa.
Una actitud positiva nos permitirá abordar con apertura la problemática. Nos impulsará a conocernos más a nosotros mismos.
Y nos ayudará a descubrir puntos de vista alternos y divergentes.
Debemos educar nuestra mente. Hay que aprender a soltar. Es infructuoso, imposible, tener control de todo. Menos aún de las opiniones ajenas. Un río sigue su cauce sin esfuerzo. Su propia esencia lo hace fluir y lo lleva a desembocar en el océano. Y aprender a fluir es esencial en la vida, valga la redundancia. Comprender que nadie tiene la verdad absoluta y que cada opinión o juicio personal emitido lleva incluidas las propias experiencias y emociones es inherente a un verdadero y real proceso de crecimiento. Asimilar nuestras diferencias y gestionar nuestros conflictos forman parte del desarrollo del ser.
Tener la capacidad de analizar, de hacerse cargo de sus propias culpas, responsabilidades y, en su caso, de no ahogarse en los errores ajenos, debe volverse parte de nuestra evolución. Construir relaciones sanas es entender que lidiamos juntos contra los problemas. No pelear por definir quién gana o quién impone "su propia razón o verdad" a los demás. Debemos procurar tener muy bien ubicado a nuestro ego, que es el que nos juega las peores pasadas.
Es trascendental, para una sana existencia, comprender y asumir que, al final, la causa de nuestra infelicidad la encontraremos mirándonos al espejo. Ignorar nuestras heridas y no trabajarlas, sólo nos conducirá a un laberinto de desesperanza y frustración vivencial. Seremos participantes en la carrera de la rata. La soberbia nos puede hacer pensar que le ganaremos a las Leyes del Universo.
Nuestro "demonio blanco" no tiene prisa. Si lo repudiamos, nos esperará pacientemente a las puertas de nuestro propio infierno.
Ahab siempre miró a Moby Dick como la causa de todas sus frustraciones, enojos, desventuras, dolor e infelicidad. Lo culpaba de la pérdida de su pierna y sólo era un cachalote existiendo, viviendo en paz. Al cetáceo lo obligaron a luchar por su vida. Era el propio Ahab quien quería asesinar a la ballena blanca para llevarla como trofeo.
La pérdida de su pierna fue consecuencia de sus propias acciones. Jamás quiso asumir su responsabilidad y respiraba por la herida.
¿Cuánto dolor no trabajado llevaba a cuestas el comandante del Pequod? Tan grande era ese dolor que hundió a su propio navío en una inmisericorde y brutal persecución, carente de toda sensatez.
¿Qué tan pesada era el ancla de su tristeza y desasosiego que, a pesar de su gran experiencia marítima, su ofuscada estrategia condujo a su equipo a un estrepitoso fracaso?
No quiso mirarse al espejo de su realidad. Nunca discernió ni trabajo para encontrar la herida de su niño interno. Nunca acogió y sanó a su pequeño "demonio blanco". Y, con el tiempo, se convirtió en un enorme monstruo.
Ahab y su propio leviatán terminaron por llevar al Pequod y prácticamente a toda su tripulación, al desastre existencial.
El trabajo interno es imprescindible en la vida.
Cada quien tendrá la responsabilidad de dilucidar y desentrañar a su propio Moby Dick.
La razón primigenia del alma es trabajar y sanar a sus demonios, con el fin de evolucionar en nuestro intrincado proceso espiritual.
Como dice Yehuda Berg en su extraordinario libro Satán, una autobiografía: "En el momento en que admites tus errores, permites que la luz entre en la situación. Y con la luz, todo, absolutamente todo, se puede arreglar. Si no lo hacemos, corremos el infalible e incontestable riesgo de que nuestro "demonio blanco" nos arrastre a los abismos del océano, como al propio Ahab.
En otro orden de ideas, desde el siglo XIX dos proyectos políticos han marcado la historia del mundo: el nacido con el siglo de las Luces y el que nació con el nacionalismo, cuyo máximo exponente fue Herder.
El Poder Judicial se encuentra en el ojo del huracán; ni la historia de México, ni la opinión pública se habían ocupado, salvo excepciones, de él. Es y creo que así ha sido siempre, el tercero en ser nombrado tanto en tratados y estudioso sobre el tema como en las constituciones: 49, textualmente dice lo siguiente: "El supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio el Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
La división de poderes es un instrumento práctico, que obedece a la necesidad de prevenir que el poder se concentre, la distinción tiene un fin formal, no de esencia; el poder soberano es uno solo y su titular es el pueblo, pero para fines pragmáticos y ante la necesidad de evitar excesos de los gobernantes, se adopta la doctrina de la división de poderes. Ninguno de esos poderes tiene formalmente mayor jerarquía que los otros. Y el ideal republicano consiste en que los tres se vigilen entre sí. En ese sentido, es importante volver a lo básico y recordar que el Poder Judicial tiene dos funciones centrales: la de impartir justicia y la de garantizar que todas las leyes que se emitan, así como la aplicación que se haga de ellas, se apeguen estrictamente al contenido y espíritu de la Constitución.
Para realizar lo anterior, el Poder Judicial cuenta con dos grandes estructuras el Consejo de la Judicatura Federal y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Resumiendo, quizá en exceso, al primero le corresponde fundamentalmente la adecuada operación de todos los juzgados y tribunales que hay en el país, a la segunda garantizar el control de la constitucionalidad, entre otras funciones sustantivas.
La otra función sustantiva la realiza la Corte a través de tres mecanismos: la acción de inconstitucionalidad, las controversias constitucionales y la resolución de juicios de amparo, que pueden derivar en jurisprudencia.
Un Poder Judicial plenamente autónomo siempre será una buena noticia para una República democrática. Y, siempre, el uso de la política o de los recursos públicos para intentar someterlo constituirá un grave atentado a las condiciones de normalidad democrática. Eso hay que hacerlo valer en toda su magnitud y dimensión.
¿Cómo podemos ayudar a nuestra democracia?
Esta pregunta es una constante entre muchos de los lectores de este espacio. Hay quiénes al leer estos artículos, se afligen por las circunstancias y hechos que suceden en nuestro país, y quienes me han pedido que haga propuestas que puedan ayudar a las personas a tomar decisiones. México está al borde de un colapso democrático, que no ha sucedido gracias a mexicanos valientes que han ido más allá de lo que dicta el deber individual.
El futuro de México no puede ni debe estar en las manos solamente de los políticos que independientemente de su filiación y salvo muy contadas excepciones, le han fallado al país al buscar su beneficio personal y el de su partido antes que los del resto de los mexicanos y la nación.
Le sugiero manténgase bien informado. Utilice fuentes de información reconocidas por su reputación y trayectoria. No se conforme con un solo punto de vista, debemos conocer posiciones que sean diferentes para entender la forma de pensar de otros y consolidar la nuestra.
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