Imàgenes / Òmnium Cultural, CC-By-Sa.
Jordi Oriola Folch / Barcelona
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El 13 de mayo de 2024 ha habido elecciones al Parlament de Catalunya. La prensa española e internacional solo ha destacado que Puigdemont no ha quedado primero. Al candidato ganador, Salvador Illa del PSC (partido catalán del PSOE), casi ni se le menciona, porque no parece haber ganado por quién es, sino por ser el encargado de la campaña estatal para intentar derrotar electoralmente al independentismo catalán, un movimiento que ha ganado todas las elecciones desde 2012 con mayoría absoluta. Y de «¡El independentismo catalán ha perdido!» quieren sentenciar que «¡El independentismo catalán ha terminado!», a pesar de que no está claro que Illa pueda formar un gobierno antiindependentista (porque necesitaría la participación de ERC, un partido independentista). Y ERC puede apoyar más bien a Puigdemont para formar un gobierno independentista o, si no hay ningún acuerdo, se irá a nuevas elecciones.
El PSC (socialdemócratas espanyolistas) ha sacado 42 diputados, Junts de Puigdemont (socialdemócratas y liberales pro-independencia) ha sacado 35 diputados, 20 por ERC (socialdemócratas pro-independencia), 15 por el PP (derecha espanyolista), 11 por VOX (extrema derecha españolista) 6 por los Comunes (izquierda indefinida nacionalmente), 4 por la CUP (izquierda pro-independencia) y 2 por Aliança Catalana (partido nuevo de extrema derecha pro-independencia, en línea con lo que sucede en Europa, pero contrario a la tradición antifascista del movimiento pro-independencia).
A pesar de que está a punto de ser aprobada una ley de amnistía para desactivar la "lawfare" (guerra sucia judicial) que ha estado usando el nacionalismo español contra el independentismo catalán, todavía ha habido persecución en estas elecciones: Puigdemont ha tenido que hacer la campaña desde la Cataluña Norte (actualmente en territorio francés), sin poder recorrer Cataluña, porque hubiera sido arrestado, y tampoco ha podido participar en los debates televisados. Y pese a esta desventaja (que en otros países habría anulado las elecciones por la falta de igualdad entre los contendientes), el resultado de Puigdemont ha sido muy aceptable: Ha superado en 100.000 votos su anterior resultado y ha quedado a 7 escaños del ganador.
El conjunto del independentismo ha mantenido los votos de las anteriores elecciones, pero ha perdido 700.000 votos respecto a 2017. Esta pérdida de voto independentista se ha debido sobre todo a ERC: Ya llevaba tiempo perdiendo votos y ahora ha bajado 170.000 votos respecto a las anteriores elecciones, pero 500.000 respecto a 2017. El electorado ha castigado que el gobierno catalán de ERC hubiera cambiado de rumbo y ahora quisiera frenar el movimiento de emancipación, hablara de postergar la independencia más de 20 años y se sometiera continuamente a los designios del gobierno español.
Por tanto, quien quiera ver en la pérdida de la mayoría absoluta del independentismo que este movimiento ha terminado, tendrá dificultades para entender lo que vendrá, porque el anhelo de libertad sigue de pie, y esto de ahora sólo ha sido una turbulencia electoral por la dificultad de ponerse de acuerdo respecto a cómo gestionar la hostilidad española. Por tanto la derrota independentista, no lo es de aquellos que siguen en pugna con el estado, sino de la parte que había relegado la lucha por la independencia para ocuparse de gestionar los asuntos domésticos. Y estirando ese sentimiento de enfado, muchos votantes no perdonan que, en general todos los partidos independentistas, no se atrevieran a acometer la independencia en 2017 (por miedo a que España provocara un baño de sangre), ni que, habiendo tenido el 52% de los votos en el Parlamento catalán, se hayan inhibido de avanzar hacia la independencia. Todo esto ha empujado la cúpula de ERC a dimitir y a anunciar un proceso de autocrítica y redirección. Será positivo si estas elecciones permiten que los partidos pro-independencia superen la confrontación interna y se alineen para hacer posible la independencia.
Habrá que ver quién acabará formando gobierno en Catalunya, pero incluso si no pudiera hacerlo el independentismo, éste seguirá avanzando porque (a diferencia de lo que piensan en Madrid) los partidos no son el motor del independentismo, sino que es un movimiento social transversal que nace de un anhelo real e históricamente omnipresente en Cataluña. Sin embargo, dado que esta lucha también necesita de la fuerza institucional, si la penalización electoral sirve para salir del estancamiento y provoca que el movimiento avance conjuntamente, el camino hacia la independencia volverá a ser inexorable.
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