Teresa Carbajal
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Hace casi veinte años escuché por primera vez a Miguel Carbonell en los foros organizados por el Barzón en la Ciudad de México, fue en la Cámara de Diputados y si no mal recuerdo en Relaciones Exteriores, seguro también en algo de la Segob, se discutía sobre los desalojos forzosos y se alegaba lo de derechos humanos, para ser más concretos sobre los Derechos Económicos Sociales y Culturales, los DESCA que era el capítulo en donde cabíamos los Barzonistas.
Lo digo en este tono, porque en aquel entonces se oía como un canto de locos, como poesía, como tarabilla, y sonaba a necedad que apegados al 133 Constitucional buscábamos el amparo de los Tratados Internacionales y de la Constitución para defendernos de los bancos, porque aquí en México ya no alcanzaban las leyes.
Si tuviera que acompañar esos días y esos recuerdos con una imagen, le pondría una fotografía de cualquiera de las torrenciales lluvias que hoy vivimos en Xalapa, y a todos los Barzonistas bajo una pequeña sombrilla cubriéndonos de la tormenta.
En aquel entonces nos llovía, ¡nos llovía muy fuerte!, pero no era agua, eran embargos, demandas y órdenes de desalojos era como dicen por ahí, que ya no se sentía lo duro, sino lo tupido.
Después vino la reforma constitucional en materia de derechos humanos, de la que ahora, en estos días de regresión a las conquistas de nuestra lucha social en la defensa del patrimonio familiar, y de amagos a los jueces constitucionales seguramente será motivo también de lucha y estandarte de defensa.
Carbonell es un jurista destacado a nivel internacional, su voz como abogado y sus enseñanzas como Maestro han trascendido los límites territoriales de nuestro México, es un hombre de mil batallas, pero sobre todo un profesionista íntegro.
Hace unos días, mientras seguía una de sus publicaciones leí una frase suya que vino a responder la pregunta del millón de dólares que rondaba mi mente desde hace ya varios días, decía que, para ser buen abogado, hay que ser buena persona.
Tiene razón Carbonell. Sí, la abogacía se trata de conocimientos sí, de astucia, de valentía, de estudio, de habilidades, de técnica, de experiencia, visión, estrategia, sensibilidad, habilidad de pensamiento, capacidad de discernir, de comunicar asertivamente, de mucho estudio y lectura, actualización, sacrificio; pero quizá más que nada la abogacía se trata de valores, de principios, de honestidad, y de integridad.
Su teoría viene al caso, porque en una sola semana conocí a dos personas que están a punto de perder sus viviendas por un problema que inició con una deuda que no pudieron pagar.
Pero ojo, el riesgo tan inminente en el que se encuentran, no es por la deuda, no. Es por los abogados que respectivamente las llevaron hasta ese momento, por ganarse unos cuantos pesos, y que aun siendo el día de hoy las víctimas siguen y seguirán creyendo en ellos, por la confianza ciega que les entregaron y a la que los defensores no supieron corresponder.
La primera, Inocencia (nombre usado para proteger su verdadera identidad) empezó con una deuda de 15 mil pesos, dice que hace seis años tuvo ese dinero en la mano y estuvo dispuesta a pagarlo, pero su abogado le aconsejó no hacerlo, asegurándole la victoria de que, por esa suma, no le podían quitar su casa, para lograrlo promovió un amparo, que no tuvo ningún éxito y que provocó una suma aun mayor solo por intereses, porque al final de cuentas, sí fue condenada al pago.
Eso sí, el amparo le salió según ella “barato”; en realidad lo caro, fue el engaño pues si bien pagó cuatrocientos pesos por él, la deuda le aumentó como bola de nieve y hoy su casa ya salió a remate.
La segunda de mis entrevistadas, Rosenda (nombre usado para proteger su verdadera identidad) vino acá desde Puebla, dice que tuvo un emprendimiento y que para hacerlo pidió crédito a una empresa grande, solo recuerda que un notario fue a su casa y que ella firmó unos documentos.
Ese día Rosenda hipotecó su casa sin entender siquiera lo que es una hipoteca, al tiempo, no pudo pagar la senda deuda que se le hizo, el problema de ella fue que el abogado le consiguió un convenio, que hasta el día de hoy va pagando, a las patadas y a cómo puede, pero va. Eso mientras su casa sale a remate al mejor postor en tercera almoneda mientras ella, en mi presencia habla con su abogado y este le dice, “no haga caso” todo va bien.
Uff, que historias, y qué recuerdos, ¡ya llovió!
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