28 de Abril de 2024
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-Ley Universal-
JorgeFrancisco Cabral Bravo
2015-03-27 - 10:37
Sin su construcción, no puede haber una auténtica democracia. (Victoria Camps)


¡Me vale! ¿Cuántas veces hemos sentido, dicho o escuchado esta frase? Pero ¿sabemos lo que significa y sus consecuencias? Ciertamente, “¡me vale!” expresa indiferencia. ¿Y qué es indiferencia? Según la Real Academia Española, la palabra “indiferencia” se refiere a un estado de ánimo en que no se siente indignación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado.
Muchos han cantado al dolor que provoca la indiferencia en su sentido negativo.
Daré tres ejemplos: Así, la banda de rock The Grillo exclama: “Se me oscurece el mundo al ver tu extraña indiferencia”, Pedro Infante cantaba: “Pasaste a mi lado con gran indiferencia.” Y Julio Jaramillo entonaba: “odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido.” Sin duda la indiferencia es horrible, ya que condena a la prisión de la soledad a quien la elige y a quien se dirige.
La indiferencia para con nosotros mismos consiste en vivir dispersos en muchas cosas sin conocernos, aceptarnos y darnos la oportunidad de mejorar.
Es instalarse en la superficialidad, dejarse llevar por cualquier ideología o moda, y no lograr una verdadera autoestima y una auténtica superación.
La indiferencia hacia los demás consiste en mirar al cónyuge, a la familia, los vecinos, los compañeros de trabajo o de escuela y al resto de la gente como si fuera objetos de placer, de producción o de consumo que podemos utilizar y desechar a nuestro antojo, sin importarnos lo que sientan, necesitan, sufran, ni las injusticias que padecen. Esta actitud egoísta se ha difundido tanto que: Por eso vemos crecer tanta miseria, injusticia, inequidad, soledad, corrupción, impunidad, inseguridad y violencia.
Pero esto puede cambiar.
Esta indiferencia, en mi opinión puede tener tres destinatarios: Dios, nosotros mismos y los demás.
Debemos comprender que la raíz del bien es el amor, que es superar la indiferencia y preocuparse y ocuparse de las necesidades materiales y espirituales de los demás. De lo contrario terminamos solos, sin sentido y sin esperanza.
Pareciera que nuestro mundo está en un constante grito de auxilio, bajo un peligro inminente. La absurda violencia en nuestro país; el atentado en París a la revista Charlie Hebdo; el fundamentalismo religioso; el crecimiento de ideologías radicales y Estados que las implementan a toda costa; crisis económicas y sociales, crímenes de género u odio. Los horrores del mundo contemporáneo parecen no tener fin, aunque la Historia nos recuerda que así ha sido siempre.
Pero ante la ignominia se han levantado voces, se han puesto en acción grupos e individuos, también la Historia es testigo de eso.
He hablado de la importancia de la pluralidad del pensamiento crítico y el vacío que dejan los grandes periodistas.
El debate por la libertad de expresión está abierto, pues es el signo de una cultura con valores continuamente cambiantes. Por eso es importante defenderla, es un derecho que se ha ganado con esfuerzo, lucha, incluso la vida de muchos periodistas y personajes; enriquece y ayuda al desarrollo de las instituciones políticas y sociales. Es el resultado de un pensamiento libre.
La libertad de expresión a veces incomoda pero es un rasgo contemporáneo el aceptar la controversia y la diversidad de opiniones. Porque sabemos que el hilo de la libertad de expresión siempre reventará por su lado más delgado.
Actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal. Esta es la fórmula suprema del imperativo categórico propuesto por Inmanuel Kant.
El imperativo categórico tiene su raíz en el cumplimiento del deber por el deber mismo, sin intenciones o intereses posteriores y se impone al operativo hipotético que condiciona la buena acción a un resultado concreto, por ejemplo, “si actúas bien, obtendrás prestigio.”
Sólo cumpliendo el deber por el deber mismo, según el filósofo, la acción humana adquiere valor moral.
Ante la dificultad de llegar a un acuerdo respecto del deber y de lo moral, Kant ofrece la fórmula con que da inicio este texto y que es conveniente repetir; actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal.
Expondré mi versión, de la que, desde luego, no es responsable el señor Kant.
Para evaluar la moralidad de una acción humana, basta con llevarla al máximo, es decir, imaginar qué pasará si todos hicieran lo mismo.
¿Qué pasaría en México si todos los individuos o todos los movimientos sociales realizaran bloqueos, dañaran propiedad privada, incendiaran oficinas, retuvieran a personas o extorsionaran a los automovilistas?
¿Qué sucedería si todos los maestros del país faltaran a clases 100 días cada año?
¿Qué pasaría si todos los servidores públicos exigieran “su parte” para asignar cada obra?
¿Qué pasaría si todos los elegidos a un puesto de elección popular abandonaran sus cargos para ir tras posición política?
¿Qué sucedería si todos los individuos dirimieran sus diferencias mediante ejecuciones?
¿Qué sucedería si todos secuestráramos, robáramos o traficáramos?
¿Ya vio usted el caos? Nos salvamos de este desastre no por los que sí actúan así, sino por los que no lo hacen y que afortunadamente son mayoría.
Son esos millones y millones los que sostienen el equilibrio de la relación social. Y lo hacen a pesar de que en México campea la impunidad.
Pero si sigue premiándose el delito, si sigue percibiéndose al abusivo como listillo y al ladrón como astuto; sí continúa el sacrificio de los derechos de todos por la presión de los violentos; sí se considera buen político al oportunista y se otorga admiración al corrupto, podemos acercarnos a un escenario catastrófico.
La impunidad reinante puede parecerle deleznable a la persona con principio, pero puede confundir al frágil que quizá concluya que es más benéfico y barato vulnerar los derechos ajenos que respetarlos, que es mejor transgredir la ley porque no habrá castigo o éste será ridículo, que es más lucrativo corromper y corromperse que cumplir honestamente sus responsabilidades.
¿Qué pasaría si todos estudiáramos, trabajáramos y fuéramos solidarios con los menos afortunados, si se sancionara puntual y proporcionalmente al abusivo y transgresor de la ley, si expusiéramos nuestras demandas respetando el derecho de terceros, nos dedicáramos a construir y acatáramos el marco legal o impulsáramos los cambios necesarios con la fuerza de la razón?
En los extremos, hay dos Méxicos posibles, ambos resultado de la acción cotidiana de cada uno y de todos. Parece utópico y sin embargo es viable; podemos tener el país que queremos, pero hay que asumir la porción del esfuerzo y el trabajo que a cada quién corresponde, esto es, actuar de tal manera que la máxima de nuestras acciones pueda convertirse en ley universal.


Los contenidos, estructura y redacción de las columnas se publican tal cual nos las hacen llegar sus autores.

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