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Maten a Walter
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2015-08-04 - 08:54
Todas sus flechas llevan plumas verdes. La obsesión, quizá, se remita al Robin Hood legendario flechando esbirros en el bosque de Sherwood. Cada temporada el doctor Palmer deja su consultorio dental en River Bluff, Minnestota, guarda su traje camuflado, su arco y sus flechas, para dirigirse a las planicies de África (o los bosques de Canadá donde acecha, persigue y mata leopardos, rinocerontes o bisontes con sus letales venablos que, dicen, pueden atravesar la carrocería de un auto.
Claro, antes de emprender sus expediciones cinegéticas, Walter Palmer paga en los consulados de Kenya, Zimbawe o Quebecq las cuotas por pieza, que van de los 3 mil a los 40 mil dólares, según se trate de un oso kodiak o de un león de melena negra, como es el caso de hoy. En la primera semana de julio el dentista Palmer mató (¿o cazó?) al león “Cecil”, que era el emblema del Parque Nacional Hwange, de Zimbawe, un ejemplar que todos los visitantes fotografiaban por su deslumbrante porte.
Palmer aseguró que de ese modo celebraría su cumpleaños número 55, por lo que los guías hicieron lo necesario para sacar al felino de su entorno. Así, el flechazo fue ilegal. Palmer se fotografió luego con la pieza y la foto en la web fue su sentencia. Ahora el gobierno del país africano lo ha demandado para meterlo en prisión (una condena que va de diez a 15 años), y por ello ha solicitado al presidente Obama su extradición.
En la prehistoria hubo leones por toda Eurasia. El pórtico de Micenas, la ciudad fundacional de la cultura griega, tiene dos leones alzados que reciben al visitante. Leones pintados hay en las cuevas de Lascaux y en las ruinas de Babilonia. Con el paso del tiempo, y el asedio de la humanidad, los leones fueron reduciéndose hasta quedar circunscritos al centro de África, donde quedan algo así como 20 mil ejemplares. Matar un león ha sido, por siglos, la proeza máxima de cualquier cazador. Jean-Pierre Hallet, en su novela autobiográfica “Congo Kitabu” narra el modo en que mata al león que tiene en jaque a la aldea donde habita, y lo hace al mejor modo de los zulúes: con una lanza arrojada cuando la fiera ha saltado, para que la daga le llegue al corazón. Un libro, por cierto, que mi padre leyó más de tres veces… él, que no mataba ni una mosca.
Y qué decir de Ernest Hemingway, que era un depredador natural. Pescó marlines y tiburones, mató leopardos y leones, se mató a sí mismo con una escopeta del calibre 12. Lo suyo era “matar para seguir viviendo” porque algo de la adrenalina primigenia corre, dicen, en las venas del cazador. Matar para comer, como los comanches del siglo XVIII, como los hombres de la edad el hielo que llegaron a América, precisamente, siguiendo el rastro de los bisontes.
El león de la Metro rugiendo al inicio de cada película, el león desafiando a Tarzán, el león que le come la mano a Patrick Wallingford, el personaje de “La cuarta mano”, la delirante novela de John Irving. Leones para soñar y remedar en chistes de todo tipo. El día que nos disfrazamos de león, el león aburrido del zoológico, los leones desempleados por acción y gracia del Partido Verde (el liquidador nacional de los circos). Además que no es lo mismo matar una mosca que matar detrás de la estufa un ratón, porque ya matar un león… es cosa mayúscula.
Los tiempos cambian y ahora ya no es políticamente correcto matar más que el tiempo. Cuentan que Gandhi, en su afán vitalista, convivía con las arañas y las cucarachas, y los aires conservacionistas obligan a respetar la vida animal donde esté y se manifieste. De ahí que los afanes depredadores del dentista Palmer sean, ya, del todo condenables. La expansión humana está liquidándolos. Dentro de un siglo ya no habrá rinocerontes, ni leopardos, ni gorilas, ni lobos, ni águilas. ¿Habrá modo de domar al neanderthal que llevamos en la sangre? En lo que respondemos, y como ya está corriendo en las redes sociales, habrá que unirse a la campaña ésa de “maten a Walter”, que apoyan incondicionales y con las fauces abiertas, los leones del mundo.

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