27 de Abril de 2024
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El trabajo infantil, ¿tan malo?
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2016-06-18 - 08:51
En los países del primer mundo (Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra) se acostumbra que autoridades de gobierno y escolares y padres de familia exhortan a que, en sus vacaciones largas de verano, los niños obtengan un empleo temporal. Esto cumple la función doble de evitar la ociosidad y al mismo tiempo que los infantes aprendan a ganarse sus centavitos a base de esfuerzo, lo que siempre será benéfico y positivo.
En las naciones no tan de primer mundo tenemos el fenómeno de niños que tienen que trabajar por necesidad y a veces, en efecto, son sobreexplotados o laboran en condiciones de riesgo para su salud o hasta para su integridad física. Pero ¿hacía falta recurrir a las odiosas generalizaciones y prohibir totalmente el trabajo infantil?
Al oír despotricar contra éste a legisladores y otras personas públicas, me da la impresión de que esos supuestos adalides de la niñez dicen implícitamente que el trabajo es malo; así, a secas. Imponen las leyes como si en todos los casos los niños fuesen explotados como los personajes de las novelas de Charles Dickens.
¿Realmente los legisladores evitaron que los niños sean explotados? ¿O no más bien le habrán quitado a los menores el derecho de ganarse la vida honradamente?
En un país como México había algunos casos en que lo que ganaba un infante era el único ingreso de una familia. Casos en los que, por ejemplo, estaban únicamente la madre que no podía trabajar por estar criando a un bebé, y el niño de 10 u 11 años era quien, con su trabajo, sustentaba a los tres. ¿Pensaron en eso nuestros inteligentísimos representantes en el Congreso?
Todos veíamos en los supermercados a los niños como “cerillos” empacando y embolsando los productos que compraban los clientes. Al menos en lo personal los veía contentos en un empleo sencillo, sin riesgos, bajo resguardo de las inclemencias del tiempo y con personal de seguridad de las mismas tiendas. La empresa les daba uniformes, veía que no trabajaran más de cuatro horas al día, y en algunos casos hasta prestaciones les daban. Ahora ya no están. Ahora están los ancianos en su lugar (eso sí es una vergüenza). Y todos esos niños a los que se les prohibió trabajar, ¿estarán estudiando, jugando sanamente o en alguna actividad edificante? ¿No más bien los habrán mandado derechito a vagar, a limosnear, a drogarse o hasta a prostituirse nuestros liliputienses mentales diputados?
El trabajo dignifica; y dignifica a personas de todas las edades.
Lo que hacía falta era supervisión. Que las autoridades cumpliesen con su deber y verificaran que no se diesen casos en los que, efectivamente, se hiciera trabajar a los menores en condiciones insalubres o fuesen empleados en labores que requieren excesiva fuerza física para su edad o corrieran algún riesgo; y que no les hicieran trabajar más de cuatro o cinco horas diarias cuando mucho. Repito, todo lo que hacía falta era supervisión. Y en la mayoría de los casos las empresas cumplían en ver por el bienestar de los niños trabajadores.
Ahora, tal vez sea por las arduas labores extenuantes en verdad que desempeñan los diputados sacándole brillo a sus curules con el trasero (si es que se presentan), por lo que consideran el trabajo como algo malo.
Está también el caso de los aprendices.
Se acostumbraba (se acostumbra de hecho porque hay quienes se resisten a acatar esas absurdas leyes) que, en los diferentes oficios principalmente en la agricultura, los padres llevaban a sus niños y jóvenes para que aprendieran la ocupación. Una vez más, las odiosas generalizaciones. Si bien se daban algunos casos aislados en que los mismos padres propiciaban la sobreexplotación de sus hijos, lo cierto es que, en general, el aprendizaje del oficio era positivo para esos niños y jóvenes. Ahora, los agricultores, industriales y empresarios de cualquier ramo, tienen que andar verificando que los trabajadores no lleven a sus hijos al centro de trabajo. ¿Y saben qué? Que esos niños y muchachos a los que se privó del derecho de aprender el oficio de sus padres de todas maneras no están estudiando.
¿Que el ideal sería que todos los menores se dedicasen a estudiar y divertirse sanamente antes de entrar en el mundo laboral ya siendo mayores de edad? Tal vez. Pero no debemos basar nuestras disposiciones en la utopía; debemos ver las cosas como son, y no como pensamos que deberían ser.
Además, la presión de los estudios y tareas escolares en algunos casos llega a ser tan extenuante como la del más explotador de los trabajos. Se han dado casos de graves trastornos psicológicos y hasta suicidios infantiles y juveniles. El acoso escolar (hoy llamado de manera moderna y extranjerizante “bulling”) es algo que no se da en los lugares donde trabajaban niños y jóvenes. Creo que a nadie se le ocurriría prohibir las escuelas ¿verdad? (aunque con nuestros diputados quién sabe). En todo caso también en los centros escolares hace falta más supervisión, como hubiese hecho falta en los centros donde laboraban menores.
Está ese otro tipo de “trabajo” infantil. Aquel que realizan niños en las calles como limpiaparabrisas, vendedores de dulces y chicles, de tarjetas telefónicas, etc., etc. Esos son “trabajos” que sí se deben prohibir porque en realidad es limosnear y no trabajar. Aparte del riesgo a la integridad física de los niños que implica el que anden por las calles pidiendo caridad (limpiar parabrisas, vender chicles y otras actividades como esas es pedir limosna y nada más que eso), es totalmente nocivo que el niño se dé cuenta de que puede ganar mucho dinero limosneando, engañando a la gente. La mayoría se sorprenderían si supieran cuánto ganan los mendigos (méndigos algunos) incluyendo los discapacitados (o estos más todavía). Aquellos que se ponen en un mismo lugar todos los días o que se dedican exclusivamente a eso llegan a acumular verdaderas fortunas. La bondad, inocencia y misericordia de la mayoría los hace ricos (en una excelente investigación del ya desaparecido programa televisivo “60 minutos” comprobaron cómo algunos limosneros eran dueños de casas que rentaban y hasta de edificios de departamentos). Visten andrajosos a propósito, para dar lástima, sin necesidad.
Reitero: es nocivo psicológicamente para el niño el que se dé cuenta de que puede sobrevivir y más limosneando. Ese es un “trabajo” infantil que sí se debe prohibir.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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