Decirse nihilista no excluye de pagar impuestos
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El próximo domingo se celebrará la jornada electoral para elegir a los ediles de los 212 ayuntamientos de Veracruz y a los gobernadores en Coahuila (más 38 alcaldes y 25 diputados), Estado de México y Nayarit (también se optan 20 alcaldías y 30 diputados).

En este contexto, la pregunta más recurrente entre los ciudadanos a últimos tiempos es ¿para qué votar si nada va a cambiar?

La percepción es correcta, la anhelada alternancia que empezó a manifestarse a fines de la década de los ochenta del pasado siglo, no ha traído las transformaciones deseadas en ninguno de los tres niveles de gobierno: el país es más desigual, la clase gobernante más corrupta y estamos asolados, como nunca en la historia contemporánea, por la inseguridad.

Sin embargo, al dejar de sufragar por la desilusión que nos provoca nuestra mediocre democracia electoral y, sobre todo, el cretinismo intelectual de la clase política, admitiríamos, tácitamente, la derrota como sociedad.

Lo recomendable es asumirnos como una generación comprometida (y empecinada) con el objetivo de construir una mejor nación. El abstencionismo es visto con beneplácito por buena parte de los integrantes de las elites del poder, porque encima de todo, son cínicos.

Discutamos, argumentemos, hagamos catarsis, pero el domingo, vayamos a votar. Para animarnos, basta evocar toda la sangre derramada para adquirir el devaluado privilegio. Al menos démosle una patada por el trasero a los indeseables…que cada quien tiene los suyos.

Posdata: el abstencionismo es el disfraz del vasallo…sin ambages.

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