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REVIVEN TEMA BIN LADEN
Fernando Padilla Farfán
2014-11-08 - 10:41
Un grupo de investigadores privados con residencia en Nueva York ha tomado en sus manos la investigación extrajudicial de la muerte de Osama Bin Laden, porque según ellos, hay algo que no cuadra en la lógica del procedimiento seguido por las autoridades que oficialmente informaron del caso. Sin restarle credibilidad al informe del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, que en su momento dio a conocer, prevalecen diversas dudas sobre las versiones encontradas de quienes participaron directamente en el operativo (un cuerpo de elite de la US Navy), y la falta de pruebas y evidencias gráficas.
Uno de sus argumentos es que a la fecha no se ha presentado fotografías o videos, como ha sido costumbre en acciones de naturaleza similar, sino que contrario a lo que la opinión internacional esperaba, la prueba máxima quedó fuera del alcance de criminólogos y especialistas forenses, porque el inerte cuerpo de Obama se lo “brindaron” al mar para que se lo “tragara” completamente, en un inusual y exagerado respeto a la religión que profesaba el homicida de más de 4 mil seres humanos, como causante del derribamiento de las Torres Gemelas de Nueva York.
Los militares, en extraño gesto de fe, cumplieron escrupulosamente los ordenamientos de la religión musulmana, que ordena que todo aquél que la profesa, cuando muere, su cadáver debe ser depositado en el mar bajo cierto rito y con las clásicas túnicas envolviendo al cuerpo. Tal cual lo hizo el grupo de elite del país más poderoso del mundo.
Para los investigadores resulta sospechoso que el mencionado grupo de elite, integrado por hombres con especial e intensa preparación para cuestiones de asalto, haya cumplido con una suerte de deseo post mortem de quien realizara diversos ataques terroristas recordados por el profundo dolor que provocaron a la humanidad entera.
Pero también hay otros informes que se contradicen. Oficialmente se ha dicho que fue asesinado porque opuso resistencia, pero existen declaraciones de marinos que aseguran haber visto a Bin Laden desprovisto de cualquier arma. Luego, que lo detuvieron vivo y así se lo llevaron.
Quienes han estado interesados en el caso, han considerado totalmente absurda la decisión del gobierno de Pakistán, país de residencia de Osama Bin Laden, de destruir la casa, fortaleza o escondite donde fue sorprendido y muerto, con el fútil argumento: “Para que no se convierta en un santuario de adoración”. Temieron, supuestamente, que se convirtiera en monumento de inspiración que motivara la conformación de más actos terroristas en el mundo.
Hay quien dice que la decisión de destruirla fue para extinguir la tentación de quienes pretendieran cuestionar la versión oficial de su captura y muerte.
Pero por otra parte, la muerte de Osama, que pudo considerarse un éxito para la estrategia contraterrorista del presidente Barack Obama, no supone el fin de Al Qaeda, y mucho menos de la amenaza del terrorismo global. Pero, del mismo modo que deteriora aún más a aquella estructura terrorista y a su estrategia de desgaste, puede incidir a mediano plazo sobre el modo en que se configura el entramado transnacional del terrorismo yihadista.
Mientras tanto, este fenómeno mantiene su carácter polimorfo y se encuentra, paradójicamente si se quiere, extendido como nunca antes en una multiplicidad de focos de amenaza terrorista.
Cuando aquel domingo 1 de mayo de 2011 el presidente de EU, Barack Obama, anunció la muerte de Osama bin Laden, dijo que suponía el logro más significativo en los esfuerzos de su país por derrotar a Al Qaeda. Tuvo razón en ello porque la estrategia de Al Qaeda es una estrategia de desgaste. No necesita ganar, sino sencillamente evitar ser derrotada. No necesita tomar el poder en algún país de población mayoritariamente musulmana ni cumplir con la quimera de reconstituir el Califato, como proclama su propaganda.
Su métrica de victoria consistía, y consiste, básicamente, en seguir perpetrando atentados y proyectar una imagen de vanguardia e indestructibilidad. Esta aparente capacidad de persistencia y de fortaleza organizativa es para los terroristas algo próximo al éxito. Y el hecho de que, 13 años después de los atentados del 11 de septiembre, el icono por antonomasia del yihadismo global, Osama bin Laden, no hubiera sido hallado, reforzaba extraordinariamente esas percepciones, generando en unos pesimismo sobre las políticas contra el terrorismo internacional, y en otros motivaciones para contribuir al mismo.
Haber dado con su paradero y dejar a Al Qaeda sin el líder carismático e indiscutido que estableció en 1988 ese núcleo fundacional del yihadismo global, es el resultado más importante de la nueva estrategia para combatir el terrorismo adoptada por el actual mandatario norteamericano, aunque en buena medida descansa sobre avances de la pasada administración republicana.
Se espera que la muerte de Osama bin Laden haya sido verdadera y que no se haya tratado de una estrategia publicitaria, tan sólo para que el presidente Obama alcanzara la reelección que actualmente está por concluir.

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