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Los cadáveres insepultos y el dolor de las madres
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2017-03-23 - 05:26

Y sepultaron los huesos de Saúl y los de su hijo Jonatán en tierra de Benjamín, en Zela, en el sepulcro de Cis su padre; e hicieron todo lo que el rey había mandado. Y Dios fue propicio a la tierra después de esto. 2 Samuel 21: 14
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Qué tragedia tan grande es lo que acontece con las fosas clandestinas plagadas de cadáveres, que han sido ubicadas en las cercanías del puerto de Veracruz, tanto al norte como al sur de la Tres Veces Heroica.

Los más grave del asunto, es que de acuerdo al sacerdote Alejandro Solalinde, lo que hasta hoy hemos visto no es nada, porque en Tierra Blanca, Acayucan y Córdoba, habría fosas más grandes atestadas de restos óseos. Vivimos tiempos vergonzantes que denigran al ser humano, nos hemos apartado de los designios del Señor.

Es más que entendible el dolor de los padres que no saben el paradero de sus hijos, su corazón les indica que están muertos, sin embargo, al dolor de perder al vástago, se suma el enorme sufrimiento de no poderle dar cristiana sepultura.

Sabemos que desde tiempos inmemoriales un castigo brutal para un hombre era matarle y dejar su cadáver insepulto, sin rito funerario y sin entierro. Lo digo con mucho tacto, respetando el duelo de muchos, pero lo que han hecho los criminales (y las autoridades que lo toleraron), al asesinar mujeres, niños, hombres y, además, arrojarlos en ‘albercas’ excavadas en terrenos escondidos, es una barbarie imperdonable, al menos para la ley de los hombres, porque al hecho de quitarles la vida, se agrega que les impiden un entierro digno y la posibilidad de que sus deudos sepan donde descansan sus restos.

2 Samuel 21:10, nos refiere como una madre amorosa, Rizpa, cuidó que los cuerpos insepultos de sus hijos y nietos de su marido, no fueran alimento de los animales carroñeros y los cuidó días y noches hasta que el rey David se apiadó de ella, veamos:

“Entonces Rizpa hija de Aja tomó una tela de cilicio y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche.”

El amor de una madre por sus cachorros es magnífico, inmarcesible, a grado tal, que como les señalaba, el corazón de David se conmovió y ordenó que los huesos de Saúl y los huesos de Jonatán su hijo, así como de los huesos de los siete descendientes de Saúl ahorcados, fueran sepultados en la tierra de Benjamín, nos narra 2 Samuel 21: 11-14.

Todo el asunto que les cito se trata de una disputa entre Saúl, David y los gabaonitas, un acto muy duro de justicia divina, que no obstante, llegó a su fin por la misericordia de una madre que no podía descansar hasta ver a sus hijos sepultados. Luego entonces, enterrados los huesos, concluye 2 Samuel 21: 14: “Y Dios fue propicio a la tierra después de esto”.

Esperemos que después de esta tragedia, Dios sea propicio a Veracruz, así sea.


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