Jorge Arturo Rodríguez
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¿Por qué aprendemos a temer el terrorismo pero no el racismo,
no el sexismo/machismo, no la homofobia? (Activista Angela Davis).
Aclarando amanece; más clarito ni el agua; cuentas claras, amistades largas… Y así por el estilo. El caso es que la realidad nos abofetea, por más palabras “bonitas”, alentadoras, que vociferemos; escondamos la verdad, nos quedemos con la “verdad sospechosa” y entonces vivimos “de a mentiritas”, ahí viene el lobo…
Ahora resulta que según el INEGI, en febrero de 2022 el Índice Nacional de precios al Consumidor (INPC) aumentó 0.83 por ciento respecto al mes anterior y, con este resultado, la inflación general anual se ubicó en 7.28 por ciento, por arriba de la inflación de enero, cuando fue de 7.07 por ciento. O sea, los productos y servicios que registraron aumento de precios y tuvieron mayor incidencia en la inflación general fueron: gas doméstico LP; pollo; servicios en loncherías, fondas, torterías y taquerías; gasolina de bajo octanaje; limón; carne de res; vivienda propia; tortilla de maíz; automóviles y aguacate.
Pero “que no panda el cúnico”, esto estuvo contrarrestado por precios más bajos en el jitomate, chile poblano, tomate verde, calabacita, papa y otros tubérculos, carne de cerdo, lechuga y col, otros chiles frescos, frijol y gas doméstico natural. Tranquilos, todo está bajo control, dijera el Chapulín Colorado: “Mis antenitas de vinil detectan la presencia del enemigo”.
Entretanto, acuérdense que hay que seguir con lo que sigue. La Covid-19, según la OMS, nos ha dejado aislamiento social, miedo a la infección, incapacidad de trabajar, duelo por la muerte de seres queridos, lo que deriva en estrés, situaciones de ansiedad y depresión. ¿A poco?
La directora del Departamento de Salud Mental y Consumo de Sustancias de la OMS, Dévora Kestel, expreso hace unos días: “Aunque la pandemia ha servido para aumentar el interés por la salud mental, también ha puesto de manifiesto la histórica falta de inversión en este ámbito. Los países deben actuar urgentemente para garantizar que el apoyo a la salud mental alcance a todos”. Pos sí que estamos mal.
Al mal tiempo, buena cara, aunque sea con cubrebocas.
Los días y los temas
El 7 marzo pasado fue el Día Mundial de la Lectura y, claro, a quién le importa si se lee a no, la vida sigue igual, o peor. Dicen que algunos de los beneficios de la lectura son:
-Agudiza la astucia.
-Estimula el intercambio de información y conocimiento.
-Estimula la percepción.
-Retarda la aparición de demencia.
-Estimula la concentración.
Dijera, creo, Miguel de Cervantes Saavedra, “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.
O lo que es lo mismo, ahí se leen.
De cinismo y anexas
Juan Domingo Argüelles, a propósito de su nuevo libro, El vicio de leer: Contra el fanatismo moralista y en defensa del placer del conocimiento, escribió: “CON MAGISTRAL IRONÍA paradójica, Oscar Wilde sentenció: “cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre tengo la sensación de estar equivocado”. No es mala idea cultivar esta sensación, sobre todo cuando nos obstinamos en algo con lo que está de acuerdo una mayoría dominante. Un lector, cualquier lector, uno mismo, no es necesariamente noble o virtuoso nada más porque lee libros, y ni siquiera es necesariamente ético porque lee o escribe libros de ética. Hay que ir desechando de una buena vez la falsa idea de que los libros y la lectura nos hacen buenos per se. Hitler leía y tenía biblioteca, y hasta un reciente difunto (culpable de miles de asesinatos y atrocidades), fundador y dirigente, en Perú, de la banda criminal Sendero Luminoso (el nombre lo dice todo), Abimael Guzmán, leía bajo la creencia de que mejoraría al mundo o por lo menos al Perú si exterminaba a cierta gente. Lo mismo que el Che Guevara, que leyó muy buenos libros, sólo para terminar gritando “¡Viva la muerte!”.
Luego agregó: “El moralismo, más que la moral, censura el placer, lo combate, oponiendo a él la disciplina y la obediencia fanática en nombre de la utilidad. Michel Tournier escribió: “Desdichadamente, el horror hacia el placer se parece mucho al odio hacia la vida”. Condenar el placer estético (el del arte y la cultura) es cosa castrense y de políticos, de gobernantes y de militares, de guerrilleros y terroristas, pero también de algunos hombres y algunas mujeres de letras, o letrados por lo menos, que sirven o colaboran con el poder; gente que cree que el placer estético es insano sobre todo por un motivo: porque, al ser incontrolable, conspira contra el poder, no admite disciplinas, no acepta órdenes.”
Lectura obligada, la de su libro, y del artículo que tituló “Por qué escribí El vicio de leer” (larazon.com, 14/01/22).
Ahí se ven.
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