Francisco Cabral Bravo
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Ya leyó usted del libro Michael Lewis The Big Short, o vió acaso la película que fue titulada en español como "La Gran Apuesta". Yo solo he podido leer el libro, así te ignoro en qué medida lo que él contiene se haya reflejado en la pantalla.
Cuando uno termina de leerlo, no puede sino preguntarse: ¿Cómo fue posible que la irracionalidad llegara a los niveles que llegó? No le cuento la trama para no echarle a perder su lectura. Lo que sí puedo comentar es que un principio esencial para la democracia es la igualdad de los ciudadanos frente a la ley sin prerrogativas ni privilegios.
Difícil no caer rendido frente a ese mundo de tantos prismas y tantas fracturas. Difícil, también, no sufrir y desear, en cada respiro, alguna otra versión, más respirable, de lo mismo.
Somos un rosario de carencias y esperpentos. También somos atisbos de infinitud y fuerza de volcán. Somos el dolor inconmensurable de la madre que no sabe dónde quedó su hija; somos la pasión desmedida por un buen taco, somos los millones que tejen esperanzas desde el hoyo negro de la desesperanza; y somos, también, ese lugar ruidoso de milagros cotidianos y de capacidad para resistir y levantarse. Somos, sobretodo, un país lleno de niños y jóvenes que enfrentan al futuro como quien se enfrenta a escalar el Everest sin equipo ninguno.
No será nada fácil salir del atorón en el que estamos vencidos, aún si nos lo propusiéramos. Si acaso quisiéramos movernos, en realidad de lugar, convendría empezar a atender una tarea clave: construir nuevos referentes de reconocimiento social en los que el esfuerzo y el mérito, y no el origen, o el color de la piel, así como la disposición para alcanzar la excelencia (no la mera medianía) fueran centrales para "hacerla".
José Ortega y Gasset decía que la belleza que atrae, rara vez coincide con la que enamora. Quizá el maestro hacía referencia a la belleza interior, pero yo creo que él iba más allá. La belleza siempre subjetiva, la capacidad individual de apreciarla podría clasificarse mucho más en la pura percepción, entraría a formar parte de los sentimientos y las emociones y, bien me refería a colocarse como en un séptimo u octavo sentido de los seres humanos, para mí éste representa uno de los proveedores más gratos de la alegría y la felicidad. El sentido de lo bello.
La belleza se esconde por momentos y hace falta una doble observación para descubrirla, de hecho, se precisa el deseo de encontrarla. Está ahí, escondida bajo el musgo que cubre una laja y hace que los verdes y los grises se conviertan en reflejos de plata y jade. La belleza puede agazaparse detrás de un mal momento y asomar apenas la nariz en el abrazo o en la palabra de apoyo. El genial Luis Eduardo Aute dedica una de sus composiciones más reconocidas a este tema y escudriña al rudo y al fiero, incapaces de verla en lo cotidiano, y aún, estimados lectores, hay en realidad, muy poca belleza.
La belleza está en la sonrisa de un niño, en el abrazo de la abuelita, en la cervecita entre las risas de los amigos, en los chilaquiles picosos un sábado de cruda, en la llamada de mi hermano para saber cómo estoy. En los mismos de mis nietos, y está también en saborear un libro o recrearme escribiendo. Hay tanta belleza, de verdad, que sería inapropiado negarla en lo simple por su abundancia y tratar de buscarla en lo extraordinario solamente.
Vivir rodeado de belleza tema de educación, y ahora trataré de explicarme, no niego la hermosura de lograr una meta, de luchar por un objetivo y al alcanzarlo, pero visto sólo así, el éxito es vacío, y se queda en eso, en cumplir un deseo, pero ¿y después?
La belleza obliga a pulirse, a superar tus expectativas intelectuales, morales y humanas para poder irte tropezando con ella en el caminar y estar respirando, verla en un acto de bondad, desinteresado o en un sacrificio por alguien. La vida es bella, sí, con sus altibajos, con sus cumbres y sus abismos, con sus cariños y sus trancazos, pero puede serlo aún más si te haces consciente de su presencia y logras apreciarla, tanto en el limo como en el cielo.
Cambiando de tema "La civilización caerá, no porque sea inevitable, sino porque las élites gobernantes no responden adecuadamente a las circunstancias cambiantes o solo atienden a sus intereses propios", la reflexión es de Robert Riemen, en su libro Para Combatir esta Era.
Un rasgo de esta era es el enorme poder político y prestigio social acumulados por el poder económico de las grandes corporaciones y de sus altos directivos, a los que cualquier gobierno pretende imponer políticas diferentes a las del neoliberalismo, debe confrontar.
Nuestros multimillonarios mexicanos tienen también motivos para sentir lastimados sus egos, no porque al gobierno se le haya ocurrido proponer una reforma fiscal progresiva, ni porque sus negocios mineros o mercantiles, ninguno requiere mayor sofisticación tecnológica, no estén en jauja a pesar de la pandemia y de la inflación, o que se les haya molestado con algo más que el pago justo de sus impuestos. Nada de eso, pero les ha perturbado con un discurso del presidente López Obrador que refrenda a diario que " ya no es lo mismo" porque el poder económico ya no tiene el poder político y corruptor que tenía antes, y además de referirse a esa división entre poderes, que sin duda ha sido necesaria, el ejecutivo también insistió durante mucho tiempo el descalificar y desprestigiar socialmente al empresariado con un discurso agresivo y a veces ofensivo, sin que tuviera más consecuencia en los hechos que haber provocado irritación entre el empresariado, volviendo así más difícil entablar negociaciones que suponen un mínimo de respeto y confianza entre las contrapartes para que sean trascedentales.
Las soluciones a los múltiples desafíos económicos, políticos, sociales e internacionales de México no están sólo en el gobierno, ni en la iniciativa privada. Aunque el Ejecutivo federal dice admirar a Benito Juárez, no sigue el precepto de que " el respeto al derecho ajeno es la paz". Tampoco cumple con lo que aquel dijo:" no se puede gobernar a base de impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes". Desde luego, aquello de "La emisión de las ideas por la prensa debe ser tan libre, como es libre en el hombre la facultad de pensar", ni siquiera lo ha leído. Menos aún su vocación: " siempre he procurado hacer cuanto ha estado en mi mano para defender y sostener nuestras instituciones". Tampoco sabe que " los hombres no son nada, los principios lo son todo".
Continúo con la afirmación de Juárez, quién señaló que " no deshonra a un hombre equivocarse; lo que deshonra es perseverar en el error".
Y aunque tenemos que reconocer que la esencia humana con frecuencia no es buena, ni ética, en el caso de los políticos mexicanos, tiene un reto adicional: el mismo entorno en que se desplazan los líderes políticos y sociales es un ambiente que promueve y facilita que los políticos asuman acciones y actividades ilegales, inmorales y anti éticas para poder cumplir con sus objetivos. Este es un problema sistemático y desde hace décadas se ha buscado resolverlo.
El libro de cabecera de la clase política mundial. El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, filósofo italiano del Renacimiento 1469 -1527, es el que continúa promoviendo esa imagen del político dispuesto a hacer casi cualquier cosa para obtener y manejar el poder. En esta obra, Maquiavelo pone sobre la mesa de discusión aquella parte de la naturaleza humana que con frecuencia rehusamos confrontar.
Aunque sus teorías se han convertido en una base del estudio de la ciencia política, ha sido también relacionada con el lado oscuro y negativo del ejercicio del poder, por sus teorías de la crueldad como vía para gobernar o apoderarse de un estado.
Maquiavelo plantea que la obtención y la retención del poder son el fin último y, por lo tanto, todo lo que sea necesario para lograrlo está justificado.
Pero también tiene consideraciones importantes acerca de lo que es la política, qué es el poder y por ende cómo debería ser el liderazgo político.
Concluye Nicolás Maquiavelo en El Príncipe: "La condición humana es ingrata, inconstante y cobarde, por lo tanto, es mejor que el Príncipe (gobernante), sea temido que amado".
Al final de cuentas de lo que trata el liderazgo o mejor dicho, un buen liderazgo, es simple y sencillamente el ejercicio correcto del poder. (El Nuevo Príncipe Dick Morris explica: "El arte del liderazgo es mantener un impulso lo suficientemente adelantado como para controlar los acontecimientos y mover la política pública, sin perder el apoyo público"). Sí Maquiavelo estuviera vivo hoy, aconsejaría el idealismo como el camino más pragmático.
Según Morris, uno puede satisfacer sus intereses y promover los intereses del electorado al mismo tiempo, aunque parecería un tanto y que no hacer tal afirmación.
El filósofo inglés Thomas Hobbes creía algo parecido. En su tratado Leviatán habla del "estado de naturaleza". En ese estado, imagina Hobbes, los humanos actúan aisladamente obsesionados por su propio placer, intereses y perservacion. Su única motivación es un deseo permanente e insaciable de acumular poder, deseo que solo cesa con la muerte.
El estado de naturaleza lleva al hombre a una competencia sin fin y a veces violenta.
En él, no hay confianza ni colaboración. Solo lucha de individuos y conflictos entre sus intereses. Egoístas todos. Todos quieren para sí el mayor provecho.
Así es que, síntesis extrema que espero me disculpe el señor Hobbes, la solución es la existencia del Estado, producto de un acuerdo social en el que todos ceden un poco en sus libertades en pro del beneficio común.
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