Lenin Torres Antonio
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“He visto con mis ojos y observado
a un pequeño dominado por los celos;
todavía no hablaba y no podía mirar
sin palidecer el espectáculo amargo,
de su hermano de leche”
San Agustín
“El otro” siempre hemos venido pensado que representaba un amigo, un congénere, un hermano de la misma especie humana, y, por lo tanto, alguien en quien podíamos confiar, echar el hombre, fraternizar, amar; cuando menos así lo habíamos venido pensando desde el mundo griego, pensamiento que se vino a reforzar en el romanticismo, y principalmente en la ilustración. Debió de haber sucedido un momento de ruptura de ese comienzo idílico del hombre en el que el ser humano dejó de “tomarse de las manos” para caminar juntos a nuestros tiempos en el que camina sólo y ensimismado, y comenzó a mirarse con desconfianza; momento en que “el otro” paso a ser un objeto de goce, un plus de ganancia, un enemigo, o simplemente una “cosa”; un punto en que, su yo paranoico sediento de conocimiento sucumbió a su estructura narcisista individualista, imposibilitando construir comunidad en el sentido en que “el otro” era un verdadero “nosotros”.
No sé si el hombre desde el principio reprimió sus impulsos y pulsiones sexuales egoístas para permitir eventualmente “el acto comunitario”, donde “el otro” era vital para la pervivencia, y se hacía a partir de hablar alrededor de la hoguera, lo que sí sé es que ese “fuego eternamente viviente” unió y separó al ser humano, le construyó su pensamiento a través de la imaginación, un pensamiento con una estructura paranoica que hizo que ese ser comunal en un principio, resignificara al “otro” de amigo a enemigo, de sujeto a objeto, de hermano a cosa, y que sólo hoy sobreviva a ese paraíso de los sentimientos y del cuerpo sin sus barrotes conceptuales, unos vestigios de esa solidaridad en las poses de civilidad de los hombres modernos, como son la limosna de la caridad cristiana, las reivindicaciones de la diferencia eufemísticamente llamados derechos individuales, Antígona luce sorda y muda ante un Creonte obligando a vivir la comunidad con el castigo y la ley del más fuerte, la razón es un subrepticio del cuerpo.
Decimos que al verdadero amigo se le conoce en los momentos más difíciles y contraproducentes que podemos vivir, e incluso que la humanidad en los momentos más desfavorables de la vida en sociedad y de su historia natural muestra su comunidad, y “el otro” vuelve a importar como sujeto y no como objeto. Como el momento que vivimos los mexicanos, en el que atribuimos tal hermandad, en el terremoto de 1985, donde creímos ver en esas muestras de solidaridad la esencia del espíritu humano, aunque esas muestras de solidaridad fueran productos de la desolación y el miedo, porque pasado el shock o el trago amargo, el momento traumático, volvimos cada quien distantes “unos de otros” y “otros de unos”, y “el otro”, como en todos esos momentos amargos de la humanidad, volviese a ser un objeto de “un otro” fuerte e inteligente.
El hombre por mucho que intenta confirmar su humanidad o su humanización, pensando que ese término significa el lado contrario del instinto, como si con sólo nombrándose “humano” fuera suficiente para establecer la diferencia que enaltece al animal llamado hombre en relación a los demás seres vivos de esta realidad planetaria, pese a que el hombre siendo un ser vivo contradictorio y sumamente peligroso, incluso para sí mismo, el que mata por placer, el que tiene deseos sexuales más allá de la procreación, y viene a ser el deseo sexual el más fundamental, que incluso usa a su intelecto para satisfacerlo.
Pero insistimos una y otra vez parecer eso que nunca hemos sido, impregnando nuestro lenguaje con una malla de términos que velan y a la vez develan lo real del ser humano, floreando una historia de héroes y heroínas míticas como terrenales, donde siempre triunfa el bien en contra del mal, y que el lado bueno del hombre sale a la luz tarde que temprano, una historia de un ser vivo patéticamente desnudo, frágil, y casi ciego, pero con una gran imaginación que hizo de ese diminutos ser vivo el más destructivo que ha existido en la naturaleza terrenal.
Si hay un virus mortal en esta realidad terrenal es el virus llamado “hombre”, que historial “delictivo” tan pobre tiene el coronavirus con el historial delictivo del virus llamado humano, si tan sólo comparamos sus números de muertos, la historia de sus guerras del virus llamado hombre se lleva de calle al virus llamado coronavirus e incluso a la mal llamada “gripe española”.
Nos decimos sorprendidos, parecía que nunca habíamos vivido algo similar ni hablado que podría algún día ocurrir lo que ya había ocurrido en otros tiempos en la historia humana, la pandemia de la viruela, tifus, fiebre española, y recientemente el sida o el ébola, etc., menos ahora que nuestra sobrecarga de narcisismo estaba a tope, que pensábamos que teníamos con qué responder a cualquier eventualidad. Y muy nosotros, nos dedicamos a celebrar las luces de la ilustración hasta que nos anocheció y se oscureciera nuestra razón, no nos dimos cuenta de que éramos puro goce, y que el cuerpo denominaba nuestra naturaleza troquelado, marcado por la consciencia enloquecida, no era un alma encerrada en un cuerpo, sino un cuerpo encerrado en un alma perversamente malvada, respondíamos a sus demandas sin resistencia, aun con nuestra propia voluntad; éramos como aquellos que se sacan la lotería y que sin darse cuenta en un corto tiempo se queda sin nada, y al revisar la bolsa de su pantalón encuentra pura basura acumulada de recibos de cuentas de vidrio, colillas de cigarros, preservativos, entradas a exclusivo club vacacional, ticket de estacionamiento, pases de abordaje en “primera clase”, etiquetas de ropas de marca, comprobante de compras de autos de lujo y celulares de última generación, etc.
Todos pensamos que podríamos salir bien librados de la infección de ese nuevo virus que descubrió que teníamos en nuestras bolsas basura, y nunca pensamos que podíamos enfermarnos, porque el término “muerte” no entra en nuestra lenguaje más que como un concepto ajeno y extraño, si hemos de poder hablar de “la muerte” será “la muerte del otro” como bien lo dice Iván Ilich (1), así que despreocupados recibimos las noticias de las olas de la nueva variante del coronavirus como algo lejano y ausente, aun cuando nuestros pies ya estuvieran mojados, como ya nos instruyeron teóricamente como podemos evitarlo, pensamos que teníamos contralado la contingencia, cuando menos teóricamente, porque en la práctica, las andanzas continúan y seguimos pensando que seguimos en lo alto de la pirámide evolutiva, y que somos invulnerables al bicho atrevidillo.
Nunca pensamos que, de un espacio en común, compartido con los congéneres de la raza humana el peligro late insistentemente, que el bicho mortal, fuente de sufrimientos y medición de estatus social para enfrentarlo, podría estar ahí tan sólo flotando, como una telaraña que espera que sólo pase alguien por ahí para ser atrapado por su viscosidad y pueda ser engullido por su tejedora. Tan sólo el saber que como siempre representa no tan sólo novedades sino sufrimientos, como el hecho de saber que personas con quien hemos compartido un espacio público enfermaron sabemos que el bicho existe, y que la muerte está tocando a nuestras puertas, nos incomodamos;más si todavía no se tiene síntomas, y a regañadientes los pocos no todos, acudimos a cerciorar si realmente tenemos el bicho en nuestro cuerpo que estropee nuestra constante búsqueda de ganancia de placer, nuestro apuntalamiento narcisista, y volteamos a ver a “los otros” como lo que siempre han sido una amenaza para nuestra seguridad, o bien volteamos “al otro” como ganancia de placer o bien volteamos “al otro” como una potencial amenaza.
Llega de la prueba del antígeno y feliz responde a los cercanos que salió negativo, que no hay nada que preocupar, en su caso, primero intentó ir a los laboratorios públicos para ahorrarse alguna lana, pero al percatarse de la cantidad de gente y la agenda pública para citas saturadas, prefirió gastarse un ahorrito en uno particular; que por cierto al igual que las funerarias y los grandes laboratorios trasnacionales de medicamentos y vacunas se están enriqueciendo con esta pandemia. Y piensa, si en lo mínimo que es hacerse un examen de laboratorio para cerciorarse si se tiene el bicho hay clases, también en el exceso a las vacunas más de la mitad de su población ni siquiera piensa que pueda vacunarse contra el virus del coronavirus, porque primero son atendidos los hombres de primera clase y después, a medias, los de segunda, y los de tercera, cuarta, etc., nunca les llegará el remedio, así que muchísimos morirán sin saber que mueren por el covid19.
Aun los síntomas no aparecen, y el resultado negativo le hace recobrar fuerzas para seguir la vida sin preocupaciones más que las propias de su vida cotidiana. Aunque tiene presente que los suyos pueden estar expuestos, ese mismo día pese a los resultados decide usar el cubre bocas al interior de sus casas, piensa en sus tres pequeños, su esposa, y su suegra que está con él.
Pasa un par de días desde que se hizo la prueba y los síntomas aparecen, pequeña molestia en la garganta, dolor leve en algunas articulaciones, pasa ese día aun dudando si realmente pudo contraer la enfermedad, hasta que en la noche los síntomas se intensifican, aunque piensa si lo tengo no pasará nada pues tengo mis tres vacunas, es uno de los afortunados que tiene la vacuna de la tercera edad, y la de refuerzo, así que piensa, aunque la tenga no pasara nada, pese a eso pasa la noche inquieto y sintiéndose levemente mal. Al amanecer decide ir de nuevo a realizarse la prueba del covid19, para constatar si el bicho anda a su placer por su cuerpo, usando el sistema de sus células para reproducirse a diestra y siniestra, se levanta y acude de nuevo a los laboratorios de los milagros, y vuelve a percatarse que cuando menos ese día no podría hacerse la prueba, la demanda de atención había aumentado, así que no dudo en gastarse lo que no tenía demás, y acude a otro laboratorio privado que cobraba menos por la prueba, pero seguro que la gran mayoría de la población nos tienen tan fácil el recurso para pagarlo, después regresa a casa a esperar el resultado, en un par de horas comprueba vía email que el resultado es positivo de la prueba de antígenos a covid19.
Rápido piensa en sus seres queridos, y la posibilidad de contagiarse, se aísla en un cuarto de su casa, y le pide a su esposa que los niños usen el cubrebocas permanentemente. Esa noche la pasa fatal, escalofríos, dolor de garganta, dolor muscular, dolor de cabeza, y comprueba que la vacuna no evita enfermarte ni tener los síntomas, la enfermedad transcurre como cualquier enfermedad viral, aunque en su mente la idea que pueda ser mortal está circulando permanentemente, en la mañana siguiente decide ir a su sistema de “protección” médica que tiene del trabajo, pero se topa que también está saturado las citas y la atención, si quiere atención tendría que esperar un par de días, así que le pide a su esposa que llamé a un pariente cercano que es médico y que está atendiendo pacientes con covid19 de forma institucional y particular, afortunadamente su pariente solicito y con gusto le pide que se dirijan a su consultorio, que no estaba muy lejos por donde andaban, llegan al consultorio, y con una sonrisa confortante son recibidos por el pariente, quien lo revisa, y le detalla la enfermedad y las indicaciones que debe procurar, descanso, aislarse, abundantes líquidos, y no dejar de alimentarse, además le expide una receta de medicamentos para paliar los síntomas, al decirle cuánto sería sus honorarios, el pariente ataja con un cariñoso y atento “no es nada”, “somos parientes”. Salen del consultorio y revisan sus finanzas y ven la receta de las medicinas y acuden a una farmacia a comprarlas, en total gastó menos de 1000 pesos mexicanos, no tanto como lo esperaba.
Vuelven a su morada, y sigue aislado ahora pensando más en la posibilidad que su esposa también se haya infectada, y la protección de sus hijos, las reflexiones son constantes sobre lo que está pasando a la humanidad, vacunas que no te garantizan inmunidad suficiente para estar tranquilos, si es que eres afortunado en tenerlas, atención médica escasa y exclusiva para unos cuantos, en su caso, la fortuna de tener un pariente médico, y tener acceso a comprar medicamentos; pero seguro que la gran mayoría de la población infectada no corre la misma suerte, un sistema de salud precario y escaso, un aluvión de solicitudes de atención urgente no lo soportaría, y cruzando la frontera hacia el país vecino del norte, las condiciones son diferentes, aunque siendo migrante seguro también la pasarías mal. Pero se constata que la pandemia del coronavirus agarró a cada uno con lo que tiene, y lo que se ve, es que en este mundo algunos países tienen las riquezas para hacer más tolerable pasar esta pandemia y la gran mayoría de países del mundo a vérselas como puedan.
Otro gasto básico el oxímetro, fundamental para monitorear los niveles de oxigenación en la sangre, te puede salvar la vida, dado que el covid19 es una enfermedad que ataca el sistema respiratorio y el hombre como un ser vivo necesita respirar para vivir, así que como pudo compró su oxímetro, y monitoreaba constantemente no tan sólo a él sino también estaba pendiente de los suyos.
Le vino bien estar vacunado, los síntomas atribuyéndole a la medicación disminuían, aunque seguía sintiéndose mal, principalmente cansado, lo constataba cuando intentaba entablar una conversación la fatiga se le hacía evidente. Se dio cuanta cuenta que los remedios para bicho son una ruleta rusa, no se tiene la certeza si será suficiente una vacuna echa a vapor, una medicación como paliativo, cuando menos la que tenemos acceso en estas latitudes, seguro que los países ricos tienen acceso a otras terapias medicas de recuperación más efectivas, seguro que las hay, y la rabia que le provocó pensar que no tan sólo el acceso a la vacuna no es universal sino otros medicamentos que evitaría sufrimiento y muertes, y esos más de 6 millones de muertos por el covid19 fueran mucho menos. En esos momentos pensó que realmente es una ilusión la igualdad y la justicia en este mundo humano.
La expresión constante del cariño de sus bebés (de sus tres churumbeles) lo alentaban, pero también le recordaban de la clase de tiempo que les ha tocado vivir a sus pequeños…
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