Francisco Cabral Bravo
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Como lo he comentado en este espacio en varias ocasiones y vuelvo a insistir en el tema, a partir del pasado 5 de octubre, dejamos de ser el país que inspiró la controversial frase de Salvador Dalí, cuando dijo que no soportaba estar en un país más surrealista que sus pinturas, y nos convertimos en una nación fantástica capaz de cambiarlo todo de la noche a la mañana. Fue como sí, a partir de ese momento, una nueva época hubiera iniciado en México. Un país, que con las mismas caras, fracasos y situaciones, tiene la capacidad de pedir una oportunidad, sin saber por qué o para qué, de adquirir más poder a quienes, teóricamente, su función es protegernos ante cualquier amenaza.
No tengo nada en contra de los militares. Creo que son una pieza fundamental no sólo de la cultura y de la sociedad mexicana, sino también del entramado legal y sociológico del pueblo. Aunado a esto es necesario mencionar que el Ejército mexicano siempre has sido una institución respetada por los mexicanos. Además de que durante muchos años ha sido la única alternativa capaz de producir un cambio de situación social con un futuro prometedor y con las herramientas necesarias para asegurar su desarrollo. Si seguimos por este camino, existe la posibilidad de que dentro de poco los valet parking terminen también por estar uniformados.
Estamos frente a una verdadera transformación de funciones y responsabilidades. No quiero ni pensar qué estará pasando por la cabeza de los profesores del Heroico Colegio Militar o qué estarán pensando los alumnos, quienes entran soñando con ser generales del Ejército y que buscan dedicarse a desempeñar funciones militares, pero que existe la posibilidad de que terminen siendo encargados de puestos aduaneros. Tras lo sucedido, da la impresión de que se le está quitando la capacidad del Ejército de ganar las guerras para las cuales fue hecho y se va amoldando para las necesidades civiles que lo requieran.
¿Exactamente qué fue lo que se aprobó la noche del 4 de octubre? Que el Ejército mexicano se haría cargo de toda la seguridad pública y militar, hasta el año 2028.
Esto significa que la próxima elección presidencial de 2024 no sólo será bajo la mirada siempre constitucional y ordenada, hasta aquí del Ejército, sino que también tendrá que hacerse este recorrido con una parte de la economía y seguridad civil en sus manos.
Más allá de que para lo que se suponía que servían los ejércitos, más allá de verlos cruzados de brazos mientras el estallido de la violencia y de la especie de guerra civil en la que estamos es cada vez más notoria, lo que verdaderamente da entender la decisión tomada es que lo que se busca no es la seguridad nacional.
Hemos transformado el uniforme militar en uno de multiuso. Olvidamos cómo y para qué están hechos y les pedimos que sirvan para todo, sin tener alguien encargado para ganar las guerras, que son cada vez más visibles en nuestro territorio. La Guardia Nacional una institución que cada vez es más relevante en la vida diaria del país y que no sabe hasta qué punto será determinante en las decisiones y el rumbo que tenemos y tendremos como nación.
Le daremos el poder en las calles al Ejército hasta 2028. No sabemos si han anunciado los programas que harán. Nos limitamos a determinar que tendrán todo el poder hasta el año 2028, sin tener unas obligaciones claras ni definidas.
Me asombra, me extraña y me sobrecoge ver que podemos hacer una votación donde la epopeya está a cargo del secretario de Gobernación y del presidente del Senado, sin determinar cuándo se elaborará un programa integral de seguridad nacional.
¿Cuándo se aplicará sobre el incendio social actual una política de seguridad completa y de qué las explicaciones que hoy no se tiene sobre las funciones del Ejército? Vivir para creer. Y sin fe, como dice la Biblia, no hay nada. Pero el problema es que, cuando uno ve situaciones tan potencialmente peligrosas como el reciente hackeo a los servidores de la Sedena o el poder que cada vez es mayor del narcotráfico en el país, inevitablemente surge la pregunta sobre quién nos protegerá ante las actuales y venideras amenazas que surjan.
Queremos creer, sin embargo, no hay sustento ni motivación que nos ayude hacerlo. Estamos en una posición en la que cada día que pasa tenemos menos tiempo y menos paciencia, y ante la cual corremos un riesgo que se e incrementa sustancialmente.
Si esta guerra la pierde el Ejército mexicano, también la perderá el Estado mexicano y esto supondrá su fin. Además, tanto poder otorgado en tan poco tiempo y en tantas áreas da lugar, en el mejor de los casos, a cometer errores superficiales u operativos, aunque en otros casos existe la posibilidad de que se cometan faltas irreversibles. Hemos entrado en otra era y esa era, hoy por hoy, tiene una base armada. Esperemos que tenga un buen final.
La coalición integrada por PAN, PRI Y PRD, sin ningún principio ideológico o de proyecto nacional está desintegrada, y deja el camino libre para el oficialismo. La oposición se encuentra en desbandada, sin líderes políticos ni ideológicos que puedan hacer sombra. Que la mayoría de los senadores del PRI y PRD dieran su voto a favor de la iniciativa militarista.
En la naturaleza del escorpión, como la fábula de Esopo el alacrán usa su aguijón en la rana que le salva la vida al cruzar un arroyo, aún sabiendo que morirá al atacar a quien lo ayuda. Esto se ha repetido a lo largo de la historia independientemente de México. La política de nuestro país es un círculo vicioso de avaricia y ganancias personales, corrupción, extorsión, traición y la carencia total de lealtad al país y a la patria. De ganancias personales sobre el crecimiento del país y ahora, incluso, sobre los "valores y misión" de cada partido político. El patriotismo, ideales, ética y decencia son valores de alto riesgo y en vías de extinción. Si eres honesto en México, eres peligroso y la gente desconfía de ti. ¿Si no tienes cola que te pisen, cómo podemos confiar en ti? ¿Cómo podrían extorsionarte si no haces nada ilegal como el resto? Esto no sucede solamente en la política. También en el ambiente empresarial, financiero, educativo, en la sociedad en general.
Todos quieren que se aplique la ley, pero nadie quiere que se la apliquen a uno mismo. Hay quien roba, pero sólo un poco.
La mediocridad ha tomado el alma de nuestra nación y permeado en todos los estratos. Ya no se enseña en las escuelas, ni en muchas familias, a sacar lo mejor de cada persona, lo que podemos y debemos ser.
A ganar en una forma honorable, basándose en el conocimiento, trabajo duro, disciplina, esfuerzo y trabajo en equipo.
El viejo PRI y su reencarnación del siglo XXI, Morena, saben perfectamente la receta. Dales a los que no tienen lo suficiente para que sobrevivan mejor que sus circunstancias, pero no tanto para que deseen más y puedan voltearse en tu contra. Para los políticos, la apertura de expedientes de investigación que asegurarán su lealtad a cambio de no perder su libertad o riquezas. Suma mantener contentos a los altos mandos militares, como se veía desde hace 80 años. Alea iacta est: La suerte está echada.
En otro orden de ideas decía el barón de Montesquieu, padre de la división de poderes, que todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo, hasta que encuentra límites.
Ya en el siglo XVII precisaba que para que no se pueda abusar de éste hace falta, por la disposición de las cosas, que el poder detenga al poder. De allí nace la separación de poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
La decisión posrevolucionaria de darle un papel acotado a las Fuerzas Armadas y que no formaran parte ni de la política "formal" nivel administración pública, es una de las razones más importantes de que nuestro país, a diferencia de todos los demás de América Latina, salvo Costa Rica, no haya tenido ninguna interrupción de orden constitucional. En crudo, una decisión política acertada y bien implementada brindó a México de los golpes militares que padecieron otras naciones. Con esta decisión, ganaron los titulares del Ejecutivo, ganó estabilidad y ganamos los mexicanos.
El acuerdo se tradujo, entre otras cosas, en que las fuerzas Armadas no formarán parte de la discusión pública. Esta regla se rompió algunas veces, como en el 68, pero la tónica prevaleciente fue la de una separación de las fuerzas Armadas de los asuntos públicos de la nación. Sólo ocasionalmente en la academia se le convertía en objetos de estudio y los medios de comunicación no se ocupaban mayormente de sus ires y venires.
Sin necesidad ni presión alguna, el Presidente revirtió tan atinada y conveniente decisión. Hasta donde sabemos, el Ejército no pidió revisar su papel en la política y la administración. Lo más que llegó a demandar cuando se le llamó a ocuparse de tareas de seguridad pública fue el diseño de un marco legal que respaldara esas tareas. Incluso se sabe que en ocasiones el Ejército, a través del general secretario, se resistió a que se le entregaran funciones que el propio estamento militar juzgaba no le eran propias.
El Ejecutivo presto oídos sordos a las objeciones e impuso su voluntad de entregar literalmente cientos de tareas al Ejército y a la Marina.
Sobre las razones que tuvo el Presidente para transformar a las Fuerzas Armadas en un actor central solo caben especulaciones, pero hoy lo que importa son las consecuencias. La mayoría negativas. Quizá la única positiva haya sido el acceso a la transparencia a la que se llegó, sino gracias a los #Sedenaleaks. En el asombroso discurso del Presidente, la razón para darle tantas funciones al Ejército es que es una institución " incorruptible". Nadie es incorruptible pero, si alguien lo duda, hoy tenemos literalmente miles de pruebas a disposición de todos por cortesía de los #Sedenaleaks. El propio Presidente dice que su gobierno no espía, pero si investiga. Según el diccionario, los sinónimos de espiar son: investigar, indagar, buscar, rastrear. ¿Cuestión de semántica? Supongo que sí.
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