21 de Noviembre de 2024
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MOMENTO DE ACOTAR - Francisco Cabral Bravo
La democracia, el peor sistema
2024-06-10 - 17:48

 


 


Francisco Cabral Bravo


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La democracia es el régimen de gobierno donde caben y pueden realizarse todos los discursos de vida posible, excepto aquel que niega la propia condición de posibilidad de la democracia.


Esta coordenada básica, contenida en nuestro texto constitucional, implica que en democracia se puede renunciar a muchas cosas, excepto a la responsabilidad del diálogo.


Es falaz, por otro lado, que en los regímenes democráticos se debe imponer la perspectiva de la mayoría. En realidad, lo que ocurre es que las mayorías que se forman, algunas de largo aliento, otras de forma coyuntural, otorgan la legitimidad para aquellas personas que resultan elegidas para el desempeño de los cargos públicos, pero no para que impongan su visión, ni menos aún, constituyen una patente de corso para hacer lo que les plazca desde las instituciones del Estado.


Lo anterior importa, y en demasía, porque lo que no se ha procesado ni al interior de los partidos políticos, ni tampoco en la cultura política general de la población nacional, es que no existen en realidad "proyectos específicos del país", el proyecto mismo está en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y afortunadamente su mandato, implícito y explícito, es que debemos ser nada menos que un Estado social de derecho.


Las diferencias radicales, entonces se encuentran en cuáles son las visiones de política pública, de las responsabilidades asignadas al Estado, al mercado y a la ciudadanía en general, en el despliegue y cumplimiento del texto constitucional. Por ello, el diálogo es irrenunciable para todos y todas los que hacen política profesional, porque tienen la obligación de generar acuerdos y consensos para materializar lo que dice nuestra Carta Magna.


La democracia es una forma de gobierno cuyas estructuras institucionales deben facilitar el entendimiento. Por ello, se configuren o no mayorías en el nuevo Congreso, de lo que debe darse certeza a la ciudadanía es que las minorías serán escuchadas y que habrá mecanismos para procesar sus propuestas y demandas porque si de algo previene la democracia es que mayoría no puede significar jamás "estar en posesión de la verdad" o de "posturas históricas correctas o incorrectas".


Otorgar la mayoría a una propuesta política ideológica, es un sistema de partidos con tan escasa representatividad como la que tienen en nuestro país, implica antes bien un mensaje respecto de la necesidad de construir bloques con la suficiente fuerza como para conducir al país a un nuevo curso de desarrollo.


Claudia Sheinbaum nos debe garantizar que desarrollará, en los escasos meses de transición de gobierno, que generará un nuevo proceso de planeación auténticamente democrático, y que se habrá de construir un Plan Nacional de Desarrollo, con una vocación auténticamente constitucionalista, que lleve a nuestro país a una nueva forma y lógica de cumplimiento integral universal y progresiva de los Derechos humanos.


La magnitud de nuestros problemas es tal que ninguna de las fuerzas políticas podrá por sí sola desarrollar las instituciones y pactos necesarios para las reformas que hacen falta y reconducir al país hacia la paz, la justicia y la dignidad para todas y todos en el país.


Crítico por excelencia de la sociedad de consumo y los medios de comunicación, Jean Baudrillard, sociólogo francés y quien fuera uno de los pensadores contemporáneos más influyentes nos dice que la manera de resistir de la masa es precisamente la de no oponer "aparente resistencia".


Todos los mensajes que llegan del poder son aceptados por la masa, pero de inmediato desviados hacia un código misterioso la espectacularidad.


Baudrillard llama implosión a la destrucción interior que se produce cuando el mundo se vacía de significado: un proceso de entropía social en virtud del cual se derrumban las fronteras entre realidad e imagen, y se abre el agujero negro del vacío de significación.


La obscena transparencia generada por las mass media, la indiferencia de las masas y la sujeción de lo otro a la tiranía de lo mismo, expresan la implosión de lo social. Alexis de Tocqueville sostenía que la opinión pública tendía hacia la tiranía y que el gobierno de la mayoría podría ser tan opresivo como el gobierno de un déspota. Escritor político y estadista francés, en su libro El antiguo régimen y la Revolución (1856), escribe: "Tengo por las instituciones democráticas una simpatía cerebral, pero desprecio y temo a la masa".


La apatía política puede, a veces, convertirse en un signo de comprensión y de tolerancia a la diversidad humana. Puede llegar a ser, incluso, un contrapeso contra dogmáticos y fanáticos, quiénes son los peligros reales de una democracia liberal. La libertad, para Tocqueville, representa una fuerza y una pasión que, para al menos una buena parte de los seres humanos, "arraigada en el corazón, es el placer de poder hablar, actuar, respirar sin coacción bajo el mismo gobierno de Dios y de las leyes", independientemente de sus beneficios.


En la experiencia americana descubre las fortalezas y debilidades del nuevo régimen democrático y la importancia del equilibrio de la moderación del régimen político. "Sólo tengo una pasión, escribirá, el amor por la libertad y por la dignidad de la persona humana. Para mí todas las formas de gobierno no son sino medios, más o menos perfectos, para satisfacer esa santa y legítima pasión del hombre". En esta frase, está implícito algo esencial para poder comprender la trascendencia del poder público, desde mi punto de vista todas las formas de gobierno no son sino medios.


La democracia no es un fin en sí misma. Es solamente un medio imperfecto que nos podría o debería ayudar a alcanzar la libertad y la dignidad. Para Tocqueville las consecuencias de la democracia eran "el materialismo, la mediocridad, la domesticidad y el aislamiento'. No comprendía cómo un régimen así podría favorecer el crecimiento de las grandes individualidades.


Hoy podemos afirmar que el mercado y la democracia han evolucionado para convertirse en una relación fraterna y perversa. Se ha cambiado el despotismo monárquico y oligárquico por el despotismo de la masa. Cicerón lo llamaba el "reino de mediocritas". O lo que es lo mismo, de la medianía, equivalente a mediocridad.


La aprobación de la multitud es, normalmente, invicto que la cosa va por el mal camino. "El vulgo es el peor intérprete de la verdad", diría Séneca. En una democracia, muy difícilmente es el sabio el que ejercerá el poder. Es más fácil y probable que la gente elija a aquel que más se les parece. Que habla, actúa y piensa como ellos.


No es un buen momento de escribir con el dedo índice, entre los rastros de nuestra respiración, el nombre de Gregorio Samsa. Tal vez sea oportuno trazar la salida de ese laberinto que se habla a nuestras espaldas. Porque allí seguiremos, reconociéndonos y transitando el devenir de los días, construyendo el andamiaje de nuestras ideas, buscando la yesca que será el combustible de un juego que se comparte en cualquier mesa o mientras se camina por las calles de lo cotidiano.


Desde hace algún tiempo ha rondado por los pasillos de las ocurrencias un poema. El Espejo, del Gran escritor Jorge Luis Borges, cuyas palabras son como esas pequeñas piedras que permitían el regreso de Hansel y Gretel o la madeja del hilo que le señalaba el camino a un Teseo que volvía con los signos de la victoria entre la confusión del laberinto. Yo, de niño, temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que ocultaría algo sin duda atroz. Temí asimismo, que el silencioso tiempo del espejo, se desviará del curso cotidiano, de las horas del hombre y hospedarán, en su vago confín imaginario, seres y formas y colores nuevos. A nadie se lo dije, el niño es tímido. Yo temo ahora que el espejo encierre, el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, el que Dios ve y acaso ven los hombres.


No es momento de detenernos en la paradoja que existe en cada una de las palabras del poeta que supo nadar entre las paredes y los anaqueles de su ceguera. Quizá solo basta con subrayar el eco de las últimas palabras con las que nos revelamos sin la cortapisa del engaño. Así, el día de hoy seremos la imagen y el espejo de nuestra propia sociedad, de quienes llegamos a ser bajo estas circunstancias y cómo nos mostramos ante quienes habitarán el futuro, niños, niñas, jóvenes que, a fin de cuentas, no tienen porque saldar las deudas de la historia. Suficiente tendrán con el cambio climático y la crisis hídrica y de energía que ya se cierne sobre sus hombros. Sí, hay una profunda exigencia en la brevedad de un signo.


Pero volvamos a los pasillos de los versos que han florecido entre la hojarasca de las antiguas batallas y aquellas que hoy se dirimen en el tablero de la incertidumbre y la muerte. Es turno de Cavalis, el poeta que le dio voz a los caballos de Aquiles, el que nos permitió imaginar que la llegada de los bárbaros, al menos, eran un motivo para ser diferentes. Sí, el poeta que convirtió a Ítaca en la rosa de los vientos, nos comparte en su poema Velas, de 1893.


Sí, es imposible que no llenemos nuestros anaqueles con las velas extintas, pero otras tantas se deberán encender para que las próximas generaciones puedan reunirse en torno al porvenir para compartir su propia imagen. Hoy es una de esas jornadas que nos recuerda lo que somos y todo lo que ha costado llegar a emplear un simple signo, como en cada letra, las palabras y su vieja música en el ejercicio de nuestra libertad. Un signo en el que el presente, el pretérito y el porvenir se concentran en el reflejo de quiénes somos y lo que seremos.


 


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