Amadeo Palliser Cifuentes / Barcelona
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Hoy hemos visto la interesante película ‘Justicia artificial’, dirigida este 2024, por Simón Casal, un thriller político de ciencia ficción, muy sugerente para hacer elucubraciones de todo tipo, como las que intento hacer a continuación.
El término ‘inteligencia’, etimológicamente, tiene su origen en el término latino ‘intellegere’, formado por: ‘inter’ (entre) y ‘legere’ (leer); y expresa ‘la facultad de entender y comprender el entorno, y la habilidad de dar un sentido acertado a una sentencia’.
La American Psychological Association dio la siguiente definición:
‘Los individuos difieren los unos de los otros en su habilidad de comprender ideas complejas, adaptarse eficazmente al entorno, de aprender de la experiencia, de involucrar diversas formas de razonar, de superar obstáculos, mediante la reflexión.
A pesar de que estas diferencias individuales pueden ser substanciales, nunca son completamente consistentes: las características intelectuales de una persona varían en ocasiones diferentes, en dominios diferentes y según criterios diferentes. Los conceptos de ‘inteligencia’ son una tentación de aclarar y organizar este conjunto complejo de fenómenos.’
Es evidente que la inteligencia natural es inherente a los seres vivos, mientras que la inteligencia artificial (IA) es creada por el ser humano.
Pero claro, la burricie, es decir, la cualidad de burro (torpeza y rudeza) también es inherente a los seres humanos, como sabemos muy bien.
Por lo tanto, dado que la IA está desarrollada y programada por las personas, en base al entrenamiento ante múltiples modelos, que permiten, al propio sistema, ir ‘aprendiendo’; es obvio deducir que los resultados dependerán de los algoritmos (conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema) que se fijen como valores determinantes.
Y la definición de esos algoritmos, como se ha debatido ampliamente tratando de los coches totalmente automáticos, es lo que determina la prioridad y preservación de unos valores respecto a otros, como se explica perfectamente en la mencionada película.
Respecto al aprendizaje mecánico, cabe señalar que éste siempre se basa en datos históricos, por lo que no contempla nuevas e imprevisibles situaciones, y nunca presentará soluciones creativas.
Es evidente que, si la IA aplicada a la justicia fuera científica y objetivamente ajustada a las leyes aprobadas democráticamente por los parlamentos, en el reino español ganaríamos infinitamente, pues no estaríamos sujetos a interpretaciones interesadas, torticeras y prevaricadoras, como las que vemos con la inaplicación, o aplicación deficitaria, de la ley de la amnistía.
Igualmente, si esa hipotética IA objetiva, se aplicase a las promociones de los jueces a los más elevados cargos de la carrera judicial, no tendríamos unos altos tribunales con tintes neofranquistas.
Pero nuestra realidad es que el caldo de cultivo de nuestra sociedad está dominado y regido por intereses personales (avaricia, narcisismo, etc.), partidistas, económicos, corporativos, clasistas, etc.
Asimismo, más que la inteligencia humana, a esas personas y organizaciones, lo que les determina y cohesiona, es su mediocridad, limitación intelectual y, especialmente, su falta de ética y de moral. Evidentemente, siempre hay honrosas excepciones, que son las que confirman la regla.
Por todo eso, ya no nos extraña ver que:
Tomando estas noticias de ayer, 9 de setiembre, vemos que todo está podrido, que no hay un palmo limpio, pero, aún así, la totalidad de la ciudadanía española, y gran parte de la catalana, siguen comprando la burra, creyéndose la promesa de que habla, como explica el cuento.
Y ante tanta burricie ciudadana, no es de extrañar que el estado español, siga abusando y machacando al movimiento independentista catalán y, simultáneamente, Pedro Sánchez diga que estamos pacificados, que tenemos una convivencia como no teníamos desde el 2017, y que Salvador Illa nos diga que los catalanes hemos querido pasar página.
Solo ver el lema institucional de la Generalitat de este año, para la Diada, es ‘Molts cors, un sol batec. Sentir Catalunya’ (muchos corazones, un solo latido. Sentir Catalunya), y en su web, su mensaje acaba diciendo: ‘un país que no pregunta a nadie de dónde viene, si no que invita a andar juntos hacia un futuro compartido. Una identidad tan sólida como abierta. Un país orgulloso de ser plural’
Es evidente el mensaje liminal, consciente (ni siquiera se molestan de hacerlo de forma subliminal) del ‘todos juntos hacia un futuro compartido’, que es el unionista español, claro. Y esa es la ‘convivencia’ de la que presume Sánchez.
Pero no olvidamos ni olvidaremos que el estado español, en 2014, nos impuso la ‘operación Weyler’, en memoria del militar Valerià Weyler Nicolau (1838 – 1930), que, entre sus ‘gestas’ se cuentan sangrientas actuaciones ‘pacificadoras’ en Cuba y otros lugares, así como, siendo capitán general de Catalunya, fue el responsable de la dura represión de las protestas durante la Setmana Tràgica de Barcelona, Sabadell, Granollers, etc., en verano del 1909 (que, entre otras ejecuciones, el 13 de octubre, acabó con la vida del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia (1859 – 1909), y todo eso, basándose en la estrategia que Montesquieu y Thomas Jefferson habían descrito muy bien:
Y somos conscientes de que seguimos siendo oprimidos, reprimidos, infrafinanciados y explotados, por la clase extractiva que conforma el estado español, entre la que están, desgraciadamente, los dirigentes de CaixaBank, Banc de Sabadell, etc.
Esa es la doctrina del shock, que nos vienen aplicando desde 1714.
En la Diada de mañana, 11 de setiembre, conmemoraremos la heroicidad de los resistentes catalanes, pese a su derrota ante fuerzas mucho mayores y con sed de aniquilación. Y, claro, nunca deberemos olvidar que esa larguísima represión acabó con muchos de nuestros antepasados, por lo que sería indecente y amoral, olvidarlo y blanquear a los ejecutores, como ha hecho ERC invistiendo al represor Salvador Illa.
Sabemos que los sentimientos de amor y odio son muy humanos, si bien no son antónimos, lo contrario del amor es la indiferencia, el odio está en otro plano. Y, como seres humanos, tenemos una ambivalencia emocional o afectiva, que incluye ambos sentimientos, en mayor o menos proporción y dependiendo del momento y lugar.
Y la experiencia compartida por parte de la totalidad de los independentistas, es que el estado español, todos sus miembros que ostentan los principales cargos, nos odian, aunque nunca lo reconocerán, y nos seguirán mintiendo, diciéndonos que nos aman.
Se dice que del ‘amor al odio hay un paso’, pero del odio al odio, no hay que dar ningún paso, y en ese odio están anclados los unionistas españolistas. Y según Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900), ‘el odio es un sentimiento negativo, propio de los débiles y subalternos’.
Mientras que, en ERC vemos que, efectivamente, los mencionados Marta Rovira y Oriol Junqueras, han dado ese paso del amor al odio; como lo han hecho muchos independentistas desencantados para criticarnos a los que nos consideran quiméricos, que, si bien no nos odian, han pasado a mostrar su indiferencia, que, como he señalado, es lo contrario
Por todo eso, para superar tanta burricie humana, sería preferible olvidar nuestro supremacismo como especie, y confiar en una IA, pero abierta, transparente, acordada y supervisada totalmente por la sociedad civil democrática que sea la única responsable de definir los algoritmos precisos.
Evidentemente, eso comportaría un serio peligro, como señaló Stephen William Hawking (1942 – 2018):
‘El desarrollo de una inteligencia artificial completa podría significar el fin de la raza humana. Despegaría por sí sola y se rediseñaría a un ritmo cada vez mayor. Los humanos, que estamos limitados por una evolución biológica, no podremos competir y quedaremos superados’
Pero dada la constante y progresiva burricie humana, casi carente de inteligencia, y, aunque sea un futuro negro a escala humana, quizás sería preferible introducir la IA, con las limitaciones mencionadas, pues, la alternativa es más de lo mismo que tenemos, si la sociedad no despierta y actúa.
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