Amadeo Palliser Cifuentes / Barcelona
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El conflicto español / catalán, iniciado en 1714, siempre ha sido agresivo, como tradicionalmente han sido las relaciones entre las metrópolis y sus colonias; y ahora, en plena época de dominio de las redes sociales, todo se ha complicado más, complicación potenciada por la mediocridad e intereses de los propios ‘líderes’ de ambos lados, como intento explicar a continuación.
Y ese conflicto, iniciado en 1714 con la conquista por las armas del primer Borbón, Felipe V, y la sangrienta derrota de los catalanes, se ha mantenido durante esos 310 años, diferenciando claramente entre el conquistador y conquistado, el vencedor y vencido, el explotador y el explotado. Y, de momento, no hay visos de que se produzcan cambios al respecto.
La constitución española (1978), en su título preliminar, determina que España se constituye en un estado democrático, con la fórmula política de la monarquía parlamentaria.
Evidentemente, las personas nos acostumbramos a todo, pues, por las rutinas y el poder, acabamos asumiendo las cosas más raras y estrambóticas, como las mencionadas, pues los independentistas catalanes tenemos sobradas muestras de que España no es democrática, asimismo, la fórmula política de ‘monarquía parlamentaria’, en estricto sensu, no deja de ser una contradicción en sus conceptos.
Y la constitución señala, también, que ‘la constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles (…) que reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran (…)’, no deja de ser una tautología, ya que determinar que es indisoluble e indivisible, no deja de ser una perogrullada, pues el primer término hace referencia a que no se puede disolver, deshacer, mientras que el segundo término refiere que no se puede dividir, por lo que es inseparable. Y si nos referimos a la expresa confusión e indeterminación entre nación y nacionalidades, ya es rizar el rizo de las redundancias y pleonasmos, como lo son ‘entrar dentro’, ‘el cadáver del difunto’, ‘estaba rodeado por todos lados’, ‘todo lo que está de más, sobra’, etc.
Y siguiendo con la lexicografía, vemos que los independentistas catalanes, cuando pedimos una república independiente, también caemos en esa tautología, pues, si bien no nos referimos a topónimos (nombres propios de lugares), nos referimos a una misma cosa, por lo que estamos haciendo un tautopónimo (tautotopónimo)
Es cierto que, generalmente, las repúblicas son independientes, soberanas, pero también las hay que siendo estados libres, están asociados a otro, como en Nueva Zelanda, que está compuesta por 5 entidades, una de las cuales es Nueva Zelanda; y entre ellas hay 2 estados en libre asociación con Nueva Zelanda, siendo sus estatus equivalentes al de países independientes a efectos de derecho internacional, relaciones diplomáticas u agencias especializadas de las Naciones Unidas, aunque formalmente no sean soberanas.
Excluyendo las mínimas excepciones, como las mencionadas y otras como las Islas Cook, en nuestro caso, al reclamar la República Catalana Independiente, como he dicho, estamos expresando, prácticamente, un tautopónimo, pero en sentido político, no físico.
Pero es sabido que el habla popular tiene asumidos muchos pleonasmos como el que he citado, ya que, por ejemplo:
Está claro que queremos la República Catalana, con plena soberanía social y nacional; no como la República Errante Menda Lerenda, que se refiere a la superficie que ocupa cada persona (micronación) considerada como soberana de su propia república independiente (concepto legitimado por la UE en 1999)
Pero es evidente que ese deseo dista mucho de la realidad actual, ya que:
‘El mensaje que se ha lanzado al mundo es claro: la región díscola ha estado vencida y pacificada. La bandera española está dentro de la Generalitat y ahora manda el gobierno de Madrid. Después de tantos engaños y derrotas, la moral colectiva de los independentistas está por tierra. Toda la administración, empezando por la policía y siguiendo por lo que reparten las subvenciones, velarán para arrancar de cuajo los brotes soberanistas. No habrá piedad, y la lista de colaboracionistas que se ofrecerán a cambio de unas migajas es larguísima.
A pesar de todo, hemos de estar preparados para el día que pueda salir una chispa, porque en el mundo actual la historia avanza a una velocidad inaudita y las etapas se queman rápidamente (¿recordáis cuando Trump fue víctima de un intento de asesinato y todos veían inevitable su victoria? Ese sentimiento duró quince días). El gobierno del president Illa tiene un poder inmenso, y, al mismo tiempo, una mayoría minúscula. Costará que pueda resistir toda la legislatura.
(…)
Por desgracia nuestra, los cinco motores principales que tuvo el procés (Junts, ERC, Cup, ANC y Òmnium) van perdidos, se han rendido al enemigo o viven una situación interna de una fragilidad extrema. (…) A ERC, rabiosos por la pérdida de los cargos, lo único que les queda es un odio que les roe contra Junts (si el resentimiento de Marta Rovira o de Oriol Junqueras se pudiera convertir en energía nos ahorraríamos unos cuantos parques eólicos) (…)’
(Josep Sala i Cullell, Vilaweb, 5 de setiembre)
Y siguiendo con la metáfora de la energía, es sabido que, según la ley de su conservación, la energía ni se crea ni se destruye, se transforma en otro tipo de energía, como señaló Antoine-Laurent Lavoisier (1743 – 1794)
Pero en el caso de los independentistas, nuestra energía física, no sé en qué se ha transformado; y, la energía sentimental, la ilusión, la verdad es que la hemos perdido en gran parte.
Es sabido que la ilusión, las ilusiones, pueden perdurar toda una vida o pueden desaparecer de forma inmediata; también hay falsas ilusiones, ilusionistas y fanáticos.
Asimismo, sabemos que las ilusiones prolongadas en el tiempo, pierden su esencia de ser únicas, especiales.
Pero nuestra experiencia nos confirma que las energías e ilusiones que teníamos hasta el 2017, no se transformaron en nada concreto, se rompieron, y ahora las tenemos en límites muy bajos. Pero esas energías e ilusiones que teníamos hasta el 2017, en realidad se han transformado en resiliencia, que es necesaria para persistir, o se mantienen en la memoria, como utópicas, como reserva para el futuro.
Y el problema, en realidad es global, ya que vemos que muchas cosas se desmoronan:
En Francia, cuna de la democracia, Emmanuel Macron, después de dos meses, y despreciando los resultados electorales, ayer nombró primer ministro a Michel Barnier, con el consiguiente cabreo de Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda.
Y en España, el tribunal constitucional se dio un plazo de seis meses a un año, para dictar su sentencia sobre la constitucionalidad de la ley de la amnistía, así que nos demuestra, nuevamente, que la justicia lenta no es justicia; o es nula, como veremos por las declaraciones del presidente de la conferencia episcopal española, el arzobispo Luís Argüello, que disculpó la denigrante actuación del alcalde de Vita, Antonio Martín Hernández.
Y mientras tanto, vemos que Pedro Sánchez con su lacayo Salvador Illa, siguen rizando el rizo de sus fantasías de tener el movimiento independentista en estado catatónico, a punto de fallecer, de ser aniquilado.
Y todo eso, evidentemente, nos desilusiona y desmotiva, pero no nos ha de llevar a la anhedonía (‘Hedoné, en griego significa placer; y con el prefijo ‘an’, la negación: incapacidad de disfrutar de las cosas agradables); y esa incapacidad puede concretarse o generalizarse.
Y ese síntoma, aplicado a nuestra ilusión independentista, puede indicarnos que estamos en un estado depresivo, estresados, irritados; y esos sentimientos impiden que nuestro cerebro genere la dopamina necesaria para facilitar / reconocer nuevas sensaciones placenteras (políticamente, hablando).
Y espero que la próxima Diada (el miércoles 11) pueda ser la chispa que nos genere nuevas dosis de dopamina, y nos reanime en nuestras ilusiones; pero es evidente que, dadas las divisiones y situaciones particulares de los diferentes partidos ‘independentistas’, con una alta probabilidad, la performance que consigamos, no será tan potente como en las Diadas pre-referéndum del 2017, máxime cuando este año la ANC y Òmnium la han programado de forma fraccionada, en diferentes localidades. Y esto, claro, será aprovechado por los unionistas españoles, para denigrarnos y ridiculizarnos más, si cabe.
De todos modos, sea como sea, los independentistas sabemos que ‘la diferencia entre ganar y perder, a menudo está en no rendirse’, por lo que deberemos seguir vigilantes y críticos, para no dejarnos engañar por los cantos de sirenas de los falsos líderes que nos quieran vender remedios curalotodo, con resultados autoevidentes, obvios y redundantes dentro del caldo de cultivo españolista.
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