Sergio González Levet
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Los mexicanos tuvimos oportunidad de conocer a una persona que había sido una desconocida hasta ayer. Se llama Claudia Sheinbaum Pardo, sola, y es la nueva Presidenta de México.
Hasta que recibió la banda presidencial que por fin se quitó Andrés Manuel López Obrador, pudimos ver quién era ella por sí misma, y no a través de la repetición literal, sumisa, alienadora del discurso de quien fue su factótum, su Mesías, su Patriarca.
Por esa magia de la transmisión del poder que inventamos los mexicanos y lo perfeccionamos durante el siglo del priismo, Claudia se invistió del aura mágica que la convierte en la jefa máxima de las instituciones. A ella. Sólo a ella.
Y así pudimos ver a una política con un pasado, con una historia, con una personalidad y con algunas ideas propias, que se fueron asomando por primera vez entre la cauda de las ocurrencias de su hacedor, que repitió hasta la ignominia durante los seis años del obradorato.
Hay quien opina que su obediencia perfecta hacia el Patriarca fue la estrategia de una política inteligente que supo allanar el camino -lleno de abrojos para su dignidad- con el que pudo llegar a la cima.
Obediencia perfecta… la sumisión de la Sheinbaum fue inmaculada ante el poder de AMLO, tan pulcra que parece artificial. Hasta los más rendidos adoradores de alguien, repente cometen sin querer un error, una indiscreción, una distracción. Pero ella en su papel de delfina fue todo lo servil que era necesario para mantener la evasiva confianza del líder, vuelto loco con el poder… y con el mantenimiento del poder, sobre todo.
La presidenta Claudia tuvo dos momentos en su día inicial que revelan su escalada hacia la independencia: uno, la invitación a la toma de posesión girada a la Presidenta de la SCJN, Norma Piña, que estuvo sentada en un lugar de honor pese a la manifiesta molestia del Peje saliente; dos, el anuncio de que hoy mismo estará, acompañada de los miembros más prolijos de su gabinete, en la zona devastada de Acapulco, para llevar auxilio y calor personal a los damnificados que nunca pudieron acercarse al presidente anterior, a Andrés Manuel, que tanto quería a los pobres… pero lejos de él.
Esos dos signos de autonomía levantaron la esperanza de millones de mexicanos que consideran que Andrés Manuel fue un peligro y una desgracia para el país.
Pasarán los días y los años, y el tiempo cambiante nos irá develando, revelando, quién es realmente Claudia Sheinbaum Pardo, sin la escoriación, el forúnculo, la postemilla que la acompañó durante seis años.
Señoras y señoras, ante ustedes: Claudia, sola.
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