Sergio González Levet
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Ayer me puse un tanto sociológico en mi reflexión sobre los cómics (cuentos, les decíamos de niños) y hoy continúo con el tema, pero regreso a mi origen de lingüista convencido y, espero, vocacional.
Y es que las aventuras de los patos disneyescos me recordaron el uso pluvial de interjecciones que hacían los personajes a la mejor provocación. Pero eran unas expresiones totalmente alejadas del habla mexicana y de la latinoamericana en general, con la peculiaridad de que eran aceptadas sin mayor problema, pero nuca arraigaron y menos llegaron a posicionarse en la lengua.
Trataré de explicarme -si eso fuera posible-. El diccionario de la RAE dice de la interjección lo siguiente:
“Del lat. interiectio, -?nis.
“1. f. Gram. Clase de palabras invariables, con cuyos elementos se forman enunciados exclamativos, que manifiestan impresiones, verbalizan sentimientos o realizan actos de habla apelativos.”
A ver: “palabras invariables”, porque no aceptan género ni número; “enunciados exclamativos”, “manifiestan impresiones” y “verbalizan sentimientos” espero que sean más o menos entendibles; “actos de habla apelativos” trata de querer decir que son expresiones que se proponen producir alguna reacción en el receptor.
En pos de la sencillez, diré que las interjecciones son ni más ni menos que exclamaciones, y que generalmente van entre signos de admiración: ¡Ay!, ¡Oye!, ¡Ole!, ¡Bravo!
En el lenguaje cotidiano de México, las interjecciones tienen una estrecha relación con las llamadas malas palabras, es decir el lenguaje malsonante, grosero o vulgar. Las empezamos a usar porque los monjes que mandaban de España para aleccionar a los indios en cosas de la religión católica, tenían mucho cuidado de que no aprendieran las maldiciones hispanas, que se referían sobre todo al acto de defecar en los más extraños lugares, como la “mar océano”. Los vascos, que son bravos con la lengua y la herejía, terminaron por inventar como su porra el “cagundiós”.
Así que cuando un totonaca o un mexica o un tlaxcalteca quería echar una palabrota venida del más bajo mundo madrileño, le decían: “Mejor di c4r4jo, o p3nd3jo o c4brón”.
Para ejemplificar nuestras interjecciones nacionales, echaré mano del manto bienhechor del eufemismo: ¡Cara…mba!, ¡Chi…huahua!, ¡Hambrón!, ¡Hijoe…mala!
Bueno, pues los creativos de Disney trataron de darle vuelta a nuestras exclamaciones tan sonantes, y llenaron sus historietas con palabras tan bonitas y expresivas como: ¡Atiza!, ¡Zambomba!, ¡Recórcholis!, ¡Repámpanos!, ¡Cáspita!
Son, no me lo va usted a creer, palabras que permanecen aún en el diccionario de la RAE, aunque casi nadie las usa, ya sea por extrañas, por inoperativas o por anodinas.
Pero qué risa nos daban los zambombazos de Disney.
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