Sergio González Levet
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En la historia del hombre, los números han tenido un papel muy importante desde que los cavernícolas aprendieron a contar los animales que cazaban y las piezas que podían sacar de cada uno.
Tan crucial ha sido la matemática para el desarrollo de la mente, que ha rebasado su simple importancia aritmética y se ha convertido en un ejercicio intelectual que nos ha permitido desarrollar las más altas creaciones de la ciencia y la tecnología.
Matemáticos ha habido desde los griegos en la cultura occidental (los indios, los chinos y en particular los árabes desarrollaron la ciencia de manera paralela) y hay algunos muy famosos como Leonardo de Pisa, que descubrió la serie de Fibonacci, una sucesión de cifras que no explicaré aquí porque ésta -al igual que pasa conmigo- no es una columna de números, sino de letras. Me contento con decir que él fue uno de los principales introductores de los números arábigos en Europa.
La cosa es que los números son tan importantes que -ah, la naturaleza humana- no han faltado quienes les han atribuido propiedades mágicas y simbólicas, y hasta se ha inventado una seudo ciencia que se llama numerología.
En verdad, cualquier número puede significar algo dependiendo de la imaginación de quien haga una ensoñación con él. El mundo de las matemáticas está lleno de coincidencias; coincidencias que nuestro espíritu mágico nos hace considerar como actos simbólicos.
Cualquier persona en nuestra cultura de inmediato reconoce números especiales como el 7, el 41 en México, el 69 si disculpan, el diabólico 666.
Y como no podía faltar en estos tiempos trágicos de la República, hay un número que se está volviendo viral: el 43.
Y es que 43 fueron los muchachos asesinados de la Normal de Ayotzinapa, por ejemplo, que han convertido la cifra en signo de lo trágico.
El 43 es también un número mágico, muy mágico diría, porque es la suma de los senadores de oposición que podrán con su voto patriótico detener la reforma judicial que nos quiere imponer el capricho del Patriarca de la Cuarta Transformación.
El Gobierno morenista ha hecho los mayores esfuerzos para convencer, amedrentar o comprar a un senador, solamente un senador, de la oposición, porque con eso podría alcanzar la cifra mágica de 86 que significaría el tercio de la votación que se necesita para hacer un cambio a la Constitución Política. ¡Le hace falta un voto para conseguir la mayoría calificada!
Imagine usted lo valioso que se puede volver ese voto de un senador de la oposición. Un voto marcará la diferencia entre la democracia y la dictadura en México.
Recordemos otro número famoso, el del Licor 43, que es el que se necesita para convertir el café… y mandarlo al carajillo.
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