Alfredo Bielma Villanueva
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La semana pasada en Jerécuaro y Acámbaro, Guanajuato, estallaron sendos carros bomba, de inmediato la presidenta Claudia Sheinbaum ordenó al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, declarar que no eran actos terroristas, aunque sí acciones de extrema violencia. En realidad, si es o no terrorismo no se reduce a un asunto de semántica, porque el “terrorismo” guarda un significado que en asuntos de seguridad nacional merece tratamiento aparte, sin embargo, para la población mexicana, y particularmente los lugares donde sucedieron los hechos referidos, esa discrepante conceptualización importa un comino porque son expresiones de violencia que la autoridad debe investigar y hacer todo lo posible para evitar su reincidencia. Lo cierto es la tremenda herencia legada por el gobierno anterior en materia de inseguridad pública y para un gobierno que apenas inicia resulta una cuota de elevado rango, pero que sin embargo tiene obligación de garantizar la tranquilidad en la convivencia cotidiana de la población gobernada; de otra manera el discurso de la oficialidad irá perdiendo contenido mientras tanto no haya en el país señales manifiestas de efectivas acciones para combatir a la delincuencia. Hechos, no palabras, de allí que resulte importante lo que este día vaya a decir García Harfuch respecto a la estrategia gubernamental para reducir la violencia en el país.
Porque durante los seis años del periodo de López Obrador solo escuchamos diatribas contra personajes del pasado, insultos alevosamente disparados contra quienes no comulgaron con el gobierno de López Obrador: Felipe Calderón, Genaro García Luna, Claudio X González, etc., fueron tres de los objetivos preferidos en el discurso del expresidente, sufrieron seis años de torpedeo incesante. Ahora Claudia Sheinbaum ha intentado reactivar aquel discurso contra el mismo blanco, pero ya recibió respuesta contundente de Claudio X González, a quien calificó de “junior tóxico”. Ese discurso de descalificación ha perdido vigencia, ya a nadie entretiene, tampoco alcanza ya para desviar la atención respecto de los graves problemas que enfrente el gobierno: nubarrones en el diseño de la política económica y presupuesto público con tintes fuertemente deficitarios, protesta pública contra la reforma judicial (que poco a poco va perdiendo presión porque el daño ya está hecho), y una violencia aparentemente incontrolable en buena parte del territorio nacional. Con esos problemas enfrente los fantasmas de Calderón, de García Luna y de Claudio X ya no espantan ni entretienen, porque sucede como cuando termina la narrativa de un cuento, la realidad se impone, sigue allí y debe ser atendida, tal es responsabilidad de quienes gobiernan porque para eso, para servirle a la población, se supone. buscaron el voto.
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