Las leyes electorales reproducen, no acotan la partidocracia
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Las campañas electorales que se realizaron en los 212 municipios, adolecieron de las artimañas comunes del sistema político mexicano: compra y coacción del voto, entrega de despensas, monederos electrónicos y todo tipo de baratijas, además, mucho dinero de procedencia ilícita.

La práctica es común a TODOS los partidos, lo que marca diferencia, es quien tiene más recursos para efectuar las triquiñuelas.

Estos mecanismos ocurren en todo el país (lo cual no es consuelo), sin embargo, lo que es más grave, es que los órganos electorales encargados de vigilar el cumplimiento de la ley nunca ven nada anómalo, ni de lejos se enteran que buena parte de los candidatos rebasan los topes de gastos de campaña.

El meollo del asunto, radica en que la partidocracia echó para atrás todos los avances logrados en la ciudadanización de los organismos electorales logrados a partir de 1994. Una independencia real de los institutos de marras, hubiera dado al traste con la posibilidad de acceder al poder trastocando los reglamentos establecidos.

Por lo pronto, en el futuro cercano no se contempla la posibilidad de una nueva reforma electoral que endurezca los controles sobre las campañas, por lo tanto, en 2018 ‘bailaremos al mismo son’.

A pesar de lo anterior, una cuestión es cierta: cuando la ciudadanía vence el abstencionismo, no hay chanchullo que valga. Tenemos la palabra.

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