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LOS MATAMOS TODOS...
José Luis Palacios Blanco
2014-11-10 - 09:56
A los 43 estudiantes de Ayotzinapa los mató el estado mexicano, por tanto “los matamos todos”, pueblo y gobierno, sistema y coyuntura. Fuimos todos: buenos y malos, activos o indiferentes, ricos o pobres; todos contribuimos a que este sistema social permitiera la colusión de una autoridad, de una policía y de unos narcos, para que tantos jóvenes prospectos de profesores perdieran así la vida y se convirtieran en cenizas.
Los jóvenes normalistas son proyectos de vida que sueñan con formar a niños y a jóvenes. Con sus defectos, con sus limitaciones, con sus penas y glorias, pero los normalistas toman esa vocación no siempre por necesidad o tradición, sino por un genuino deseo de servir a los demás. Es cierto que las normales rurales tienen una formación más crítica y acciones más combativas, por eso el inicio de su movimiento se dio al recordar el 2 de octubre y sus muertos y por eso salieron a las calles de Iguala. Pero esa actitud es propia de los jóvenes, su rebeldía, su inconformidad. Dejarían de ser jóvenes si no lo hicieran.
Este viernes el gobierno federal anunció lo que temíamos: la muerte de los normalistas. La noticia es dolorosa, hiere, acaba. Es una derrota para México, para todos. No puede ser realidad tanta saña, tanta podredumbre, tantas vilezas para tratar así a jóvenes que se manifestaban y que terminaron convirtiéndose en un nuevo memorial, mayor que Tlatelolco.
Cuando los seres humanos en las guerras, como en la del narcotráfico, pierden lo básico, lo esencial y se transforman en animales, en seres despreciables, es que nuestro sistema social está descompuesto y que lo hemos ido erosionando con nuestra indiferencia y la gran brecha entre ricos y pobres.
Si perdemos como sociedad la capacidad de dolernos con la muerte de tantos jóvenes y de arrepentirnos por lo que dejamos de hacer, habrá más Acteal, más San Fernando, más Aguas Blanca, más Tlatelolco, más Ayotzinapa. Por eso “los matamos todos” cuando cada día negamos oportunidades a las mayorías pobres; “los matamos todos” por no compartir nuestra riqueza para atenuar las tensiones sociales; por no pagar lo justo como empresarios; por no denunciar lo injusto; por gozar sueldazos como funcionarios públicos; por disfrutar las enormes prerrogativas electorales como partidos; por no ser solidarios cuando hay más pocos ricos enfrente de tantos pobres.
“Los matamos todos” cuando la realidad social lacerante es ignorada y nos conformamos con estar bien sólo nosotros.
Hoy nuestra indignación como pueblo se transforma en enojo, dolor e impotencia. Un primer camino de solución es pedir leyes más duras, policías y Ejército más numerosos; más presupuesto; castigos severos, la muerte incluso para los delincuentes. Es el camino de odio con más odio; es pedir la muerte a los narcos y a los delincuentes. En este camino es fácil, incluso, marchar, reclamar, quejarnos, meternos a las redes sociales, pedir la renuncia del presidente de la república…
La segunda ruta, la difícil, la efectiva, es la de atender el problema de raíz. Es la de la acción, la de regresar al origen y reconstruir el tejido social, pues es fácil echarle la culpa al gobierno, a los políticos, al sistema. Lo difícil es a diario incluir en las vidas a los demás, a los que nada tienen, a quienes como mayoría, viven en los cinturones de miseria del país. Lo difícil es venirse aquí a trabajar solidariamente en Las Joyas, en la 10 de Mayo, en la Jacinto López, en los rincones donde existe, con razón, muchas veces el odio al sistema y a los ricos.
México ya es otro con Ayotzinapa. Esos 43 muchachos con sus vidas han cambiado el panorama nacional; ya no es el del triunfalismo de las reformas estructurales, sino el de la realidad social que brincó por todos lados. Todos los matamos si creemos que el sistema social cambia con dádivas a los pobres; si pensamos que conservando nuestros privilegios todo podrá mejorar.
Los jóvenes de Ayotzinapa han despertado a la sociedad civil casi vencida por la indiferencia; dolida por tantas derrotas de los monopolios y del poder político.
Ayotzinapa ha hecho despertar a muchos jóvenes universitarios que se dan cuenta que el origen del problema es un sistema social que genera enormes diferencias.
Ayotzinapa ha quedado ya grabado en la historia nacional; lo referirán libros, textos, la memoria colectiva, pues “los matamos todos”.

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