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Tener y no tener
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2015-08-18 - 09:32
Mi tío Augusto poseía una colección admirable. El tercer piso de su residencia era “el salón de juegos” donde había una mesa de billar, una pantalla del cine, mesas de póker, una cantinita más o menos surtida y un fonógrafo de los antiguos. Era de la marca Philco y en el tornamesa jugábamos con nuestros soldaditos. A 33 revoluciones por minuto resistían como en carrusel; a 45 RPM caían los que estaban de pie, a 78 RPM salían despedidos todos (incluso los pecho a tierra) por la fuerza centrífuga. Una tarde lo descompusimos y qué remedio, se acabó el juego.
Junto al aparato había un mueble enorme donde estaban las colecciones de discos. Desde tiempos inmemoriales (1944, cuando se casó) había reunido una colección con las mejores óperas de todos los tiempos. Verdi, Mozart, Puccini, Wagner. Algún día intentamos escuchar “El barbero de Sevilla”, que sumaba once discos de 78 RPM. Recuerdo que sólo aguantamos el primero, porque estaba rayado.
Esa ópera pesaba dos kilos, y dudo que mi tío haya escuchado ni la mitad de su colección. Pero aquellas discotecas, y aquellas bibliotecas, daban prestigio. Eso era “tener cultura”, es decir, poseerla… haber gastado algún caudal en esos cientos de discos, libros y películas (tenía la colección completa de Abbot y Costello en rollos de 16 milímetros).
La semana pasada traté de visitar el Mixup que frecuento, pero la sorpresa fue que está cerrado. Yo diría que quebrado, como ya me sucedió el año pasado en el Tower Records de Plaza Altavista. ¿No han visitado la sección de música en Gandhi? Desaparecieron las secciones de música clásica, de jazz, de tenores y sopranos. Ya sólo quedan tres estantes con todo revuelto. Potpurris, Luis Miguel, la Banda Cañón. Pidan un disco de Enio Morricone, y la respuesta será una: “Búsquelo en Amazon, se lo mandan a su casa”.
Con los libros comienza a ocurrir lo mismo (y qué decir de los periódicos). “Leí tu novela en mi kindle”, me dicen, “nunca estuvo en la librería”. De modo que ya no es tan importante la cosa, sino la conexión. Algo similar sucedió con las películas, cuando en los años 80 surgió la maravilla de las videocaseteras. ¡Se podía ver cine en casa, al gusto de uno!
El buen Gerardo de la Torre, cinéfilo consumado, se preciaba de poseer más de 600 casetes en su filmoteca, incluyendo la colección completa de Federico Fellini. Luego, con el advenimiento del DVD, aquello pasó a la historia… y vuelta a comenzar. Adquirir uno y dos, tres DVD para reiniciar nuestra colección personal… y ahora, oh sorpresa, nos enteramos que eso ya es página pasada. “Las pelis se ven en Netflix”, me regañan mis hijas, “no seas retro”.
El futuro, que es el presente, es no tener cosas. Ni discos ni casetes musicales, ni libros ni revistas, ni CD’s ni videocasetes, ni DVD’s ni tocadiscos ni walkman ni una moneda de 20 centavos para hacer una llamada telefónica. Lo de hoy son los dispositivos, la conexión, el modem, el Ipad. Es decir, ya no es necesario “tener”.
Es el título de unas de sus primeras novelas, “Tener y no tener”, en la que Ernest Hemingway devela los desfalcos y contrabandos de los yates que hacían la ruta Miami-La Habana. Un día posees un barco, al otro te lo han robado. Un poco lo mismo nos ocurre ahora. Tenemos (y no tenemos) nuestros discos de acetato empolvándose en el armario. Los casetes en una caja de zapatos, los VHS bajo la cama, los CD’s y los DVD’s amenazados por el Spotify y Netflix.
¿Y qué decir de nuestras cámaras en el cajón? Las Nikon, la Rolleiflex, las Leica de lentes alemanas. Los rollos de 35 milímetros son ahora una pieza de comercio arqueológico, lo mismo que los laboratorios. Ya no se hacen fotos. Los álbumes familiares habitan en el chip de nuestro Iphone.
La obsolescencia tecnológica va a galope tendido. Nada queda, el paisaje cultural es campo arrasado.
¿Qué sigue? La pregunta se vuelve angustiante al revisar aquellos anaqueles cargados de “cultura vintage”. ¿Quemaremos los libros? ¿Tiraremos los casetes? Tener, por lo visto, en no tener. La cultura de este siglo será la de los despojados, los desposeídos. La abundancia en la carencia, vaya paradoja.
Los contenidos, estructura y redacción de las columnas se publican tal cual nos las hacen llegar sus autores.


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