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¡Salve maestro!, a 400 años
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2015-10-24 - 11:01
Cuando decidí releer el Quijote esta vez, en ese momento no pensé ni me percaté, no me acordé, que este año se conmemora y celebra los 400 años de haber sido publicada su segunda parte, tan sólo unos meses antes de la muerte del gran Miguel de Cervantes Saavedra.
Cuando lo leí por primera vez allá en mis veintes, me prometí releerlo cada tres años, lo cual no he cumplido cabalmente (de hecho ahora tenía más de diez años desde la última vez). Y ahora me doy cuenta de que ¡por fin llegué a la edad de don Quijote! que “Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años…” Ahora ya no me parece tan viejo.
Afortunada decisión el volver a arremeter valientemente, junto con el valeroso Caballero de la Triste Figura, los molinos de viento-gigantes gigantes-molinos de viento y salir vapuleado con él ante la mirada desencajada del bueno y fiel de Sancho Panza. El volver a entrar, comer y departir en las manchegas ventas y escuchar las simplicidades de Maritornes, ventera y ventero, o señores del castillo como imaginaba el inmortal caballero andante. Volver a escuchar los coloquios y reclamos de Sancho que, por un lado reconoce y acepta la locura de su señor, pero por el otro cree firmemente que habrá de recibir una ínsula que gobernar, después de alguna descomunal y nunca vista batalla de su amo. El volver a recorrer en ancas de Rocinante la hermosa y verde pradera del campo de Montiel y en sí toda la Mancha, buscando viudas que socorrer, doncellas que amparar, huérfanos que proteger, entuertos que desfacer, gigantes que vencer en cruentas acometidas, vestiglos y andriagos que acometer y destruir. El volver a tratar de convencer, junto con el bachiller Sansón Carrasco, a don Quijote para que salga la tercera vez ante los gritos y maldiciones del Ama y la Sobrina, y amas y sobrinas hacen falta, por cierto, hoy en nuestro siglo XXI, para darle “buen destino” a cierta literatura moderna sandia, inmoral y nada entretenida. Volver a ser testigo del descomunal valor de nuestro andante caballero al enfrentar las jaulas abiertas de enormes felinos “¿Leoncitos a mí?” y al trueque de su apelativo por el de Caballero de los Leones con el que se fuera a la tumba. El volver a ser testigo, asimismo, de las sandeces que lo hacía cometer su platónico enamoramiento hacia su fermosísima y sin par Dulcinea del Toboso, y yo mismo, como diría Ángeles Mastretta, volverme a enamorar como se enamoran todos los hombres inteligentes: como un idiota.
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El 21 de octubre de 1615 el escribano del rey, Hernando de Vallejo, dio su autorización para que se publicara la segunda parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra. Algunos días después, el censor, doctor Gutierre de Cetina, también daba su autorización pues “… no contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres: antes es libro de mucho entretenimiento lícito mezclado de mucha filosofía moral.” Esto es lo que yo celebro hoy, cuando otros prefieren celebrar los 30 años de “Volver al futuro”.
Miguel de Cervantes Saavedra fue bautizado el 9 de octubre de 1547 en Alcalá de Henares, España, y según se cree nació el 29 de septiembre anterior, día de San Miguel Arcángel. Llevó una vida azarosa, pues fue tan soldado como escritor. Desde niño leía, como él mismo dice, “cuantos papeles caían en sus manos”, aparte de una esmerada educación que recibió en su ciudad natal y luego en Sevilla y Madrid. Tomó parte en innumerables batallas, destacando la de Lepanto (ciudad y estrecho de Grecia) el 7 de octubre de 1571, en que la Cristiandad se libró de la amenaza del enemigo turco-musulmán. Combatió bravamente el futuro novelista, poeta y dramaturgo, al grado de que un arcabuzazo le inutilizó el brazo izquierdo, herida que “aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron siglos pasados, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las banderas de don Juan de Austria, del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de felice memoria”, según escribió él mismo.
El maravilloso Manco de Lepanto se describe a sí mismo en el prólogo de las “Novelas ejemplares”: “Este que véis aquí de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; este digo que es el rostro del autor de ‘La Galatea’ y de ‘Don Quijote de la Mancha’”.
El maestro Francisco Montes de Oca nos dice que sus solas “Novelas ejemplares” hubiesen bastado a Cervantes para alcanzar un lugar destacado en las letras españolas. Pero no; todavía habría de darnos la más grande novela de la literatura universal. Privilegio para nosotros que la más grande obra literaria del mundo y de la historia haya sido escrita originalmente en nuestro idioma.
Conoció el cautiverio. Fue prisionero de guerra de los turcos en Argel durante cinco años, en los que también demostró su fiero carácter en sus varios y temerarios intentos de fuga (le hubiesen venido bien unas lecciones chapescas); y ya de regreso en España pisó la cárcel en más de una ocasión por no ser tan buen administrador como literato.
Pero ¿qué se puede decir de Cervantes y su obra que no haya sido dicho ya por cultísimos hermeneutas como Fernando del Paso, Ortega y Gasset, Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga, etc.?
Muy aparte de interpretaciones eruditas del texto, de simbolismos, de la filosofía y de dobles intenciones que probablemente el autor nunca tuvo, mi recomendación personal para que quienes no lo han leído lo lean, y quienes ya lo hicieron lo relean, en su versión completa y original, es porque en estos tiempos de materialismo exacerbado y de malas noticias, a través de las casi 700 páginas de la versión de Porrúa, me las paso con una sonrisa en los labios y de vez en vez una carcajada que me hace interrumpir momentáneamente la lectura.
¡A la goma la guerra árabe-israelí, los ayotzinapos, mi divorcio, el apocalipsis, las reformas y la mala racha del América! Cervantes y su Quijote siguen vivos después de siglos. ¡Salve maestro!, a 400 años.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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