27 de Abril de 2024
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Los siete Pecados Capitales
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2016-01-06 - 08:46
Si ya estamos cerca de la Semana Santa, si por supuesto hace mucho, muchísimo, que se nos consideró en estado de gracia para recibir la primera comunión, no sabemos bien a bien por qué de pronto nos pusimos a recordar el Catecismo.
Y a luego, luego los Siete Pecados Capitales. Esos que se ilustraban –en los libros del padre Ripalda- con alegorías horrendas, con profusión de diablos y dragones, realmente espantables, como los de sombría piedra, en las gárgolas de la catedral de Notre Dame, en París, Francia.
Los sábados por la tarde, bien lo recordamos, en nuestros tiempos de niño se daba la “doctrina”. Aprender el catecismo, recitarlo de memoria con sonsonete. Al cabo, cuando ya la hora vespertina se había gastado en recitaciones penumbrosas en vez de invertirla en juegos mundanos de trompo o de balero, de columpios o de carreras, a la salida del ejercicio disciplinario nos regalaban -¿de premio, de consuelo?- pedazos de panela o chiclosos.
Pero a los “siete” íbamos. Y aunque todos nos estremecían, algunos nos impresionaban, nos conmovían más.
Por ejemplo, en ese entonces lo de la “lujuria” no lo captábamos, aunque lo de “pereza” sí lo entendíamos a plenitud. De los pecados llamados veniales, los que no ponen en peligro insalvable el alma, poco ni mucho nos preocupaba, precisamente por eso: por pequeños, por nimios, por volanderos. Pero los otros…
No queremos decir que a esos otros tan especiales, los que sí pueden matar irremediablemente el alma, los hayamos comprendido, entendido entonces en toda su hondura y lobreguez. Pero digamos que nos asustaban grandemente. Por ello es que no los olvidamos todavía y con un cierto esfuerzo de memoria, los enumeramos: la envidia, la ira…
A estas alturas, incluso los nombramos hallándoles su presencia repetida entre nosotros como defectos sociales o como vicios de humanidad. La pereza, por ejemplo: el círculo de derrotados-vejados-explotados-engañados-deprimidos-desesperanzados-flojos… La ira: violencia-sometimiento-humillación-dolor-miseria-hambre-rabia…
Y aunque no quisiéramos catequizar -¡Dios nos libre!-, sentimos que bajo esos “siete” se ha arrastrado, ha reptado, la historia del hombre.
De la envidia, -del dolor por el bien ajeno- se han hecho los triunfadores. De la soberbia, muchos líderes clamorosos. De la gula, todos los saqueadores (incluidos los niños fidelistas), los hipócritas y los cínicos, los taimados –algunos les dicen “discretos”- y los insolentes.
Si nos ponemos hoy a aplicar, a casar, cada pecado capital, de los siete devastadores que hacen reír a Satanás y sudar a Miguel Arcángel, en las situaciones que nos envuelven y nos conturban como rebaño, daríamos con cierta facilidad claras imágenes de dramática teatral; de comedia y de tragedia, que en un principio y al cabo son imitaciones de la vida.
Porque eso de que el maestrísimo Einstein haya dejado con la física un principio de relatividad en las acciones y reacciones de seres y de cosas, en ningún momento exculpa, “por circunstancias”, a los cometedores de crímenes y a los aprovechadores de alevosías. Los “siete” no se alteran. Si es pecado mortal degollar a un semejante o a cualquier cristiano, no lo es menos robarle su mujer o su portafolio o saquear, junto con sus secuaces, los dineros de un pueblo. Eso puede ser peor que genocidio porque es violar, atropellar, infamar, lastimar a una sociedad entera.
Así como no hay honradez a medias, como no debe admitirse justicia a medias, tampoco hay crímenes “a medias”. “Se es o no se es”. Agravantes y atenuantes sí, tal vez, en un entorno jurídico que dicta la moral de cada momento y de cada época, de cada sociedad, como la que estamos viviendo, en enfermedad de crisis que por lo mismo no admite dilación ni discusión.
Mejor sería, si los “siete” están, reconocer su peso y buscar, siquiera desear su contrapeso.
Contra qué busca el equilibrio o, mejor, la redención, si es posible. Veamos en los siete pecados capitales:
Contra lujuria, castidad.
Contra pereza, diligencia.
Contra gula, templanza.
Contra envidia, caridad.
Contra ira, paciencia.
Contra avaricia, largueza.
Contra soberbia, humildad.
Alguien, tal vez dirá: ¿Y qué madres tiene que ver este mal recitado de doctrina sabatina con lo que nos preocupa: inseguridad, secuestros, corrupción, las arcas vacías, problemas por todos lados, violencia, muertos de norte a sur del estado, jubilados golpeados, pitorreos, carcajadas, burlas, descrédito, cinismo y pobreza?.
Pues, poco… Se llevaron todo y la tranquilidad de la casa. Saquearon el tesoro que era el patrimonio de los niños presentes y futuros.
Pero se aviva la discusión entre si es pecado mortal “cien mil millones de pesos” o sólo es venial ahora…
La avaricia, como pecado capital, ya la hemos visto, la seguimos viendo todos los días: tener más, mucho más, inmensamente más -no importa si se obtuvo lo que se tiene por medios buenos o nefandos- de lo que se necesita.
La soberbia, en el enorme tufo de no reconocer que se tiene, lo que pudo tenerse, gracias a la inteligencia, el cariño y la solidaridad e incluso las lágrimas y el desprendimiento de muchos.
¡Feliz año, pecadores!

rresumen@hotmail.com

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