27 de Abril de 2024
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García Márquez, formidable escritor; ambivalente persona
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2016-05-14 - 14:14
Fue por ahí de 1986 cuando leí de corrido todas las obras del gran escritor colombiano Gabriel García Márquez, hasta “El amor en los tiempos del cólera” que en ese tiempo era la última. Desde la primera, “La hojarasca”, que si uno la lee sin pensar que la escribió el mismo autor de “Cien años de soledad” y premio Nobel 1982, en realidad no es tan buena. Pasando por los excelentes cuentos de “Los funerales de la mamá grande”, que ya había leído por obligación en la prepa, pero que después, al leerlos por voluntad propia, por el solo placer de disfrutar de la literatura del afamado escritor caribeño, los absorbí profundamente y ya se vislumbraban esas breves narraciones como fatales premoniciones de la historia de los Buendía, esos “Cien años de soledad”, que ya es un clásico imprescindible, no sólo de las letras españolas, sino universal.
Leí “El coronel no tiene quien le escriba”, que es una breve novela perfecta, en cuanto a su forma estructural y narrativa, aunque conceptualmente no tiene un buen mensaje para niños y jóvenes (lo digo porque se hace leer en secundarias y preparatorias), pues al mentado coronel nunca se le ocurrió algo tan sencillo: trabajar.
Releí “Cien años de soledad”, cuya perfección la describió certeramente un amigo: “Parece que se la fueron dictando”. Obra que por cierto se vio envuelta junto a su autor en un affaire político-judicial. Se acusó a García Márquez de tener vínculos con el grupo terrorista de izquierda M-19. El hecho es que el autor colombiano se vio obligado a venir a radicar a México. Nunca se aclaró si esos vínculos existieron realmente, o fue sólo que, sin que él tuviese nada que ver en el asunto, dicho grupo terrorista pedía como requisito para pertenecer a él, haber leído “Cien años de soledad” (no sé si les ponían un examen o cómo se cercioraban de que lo hubiesen hecho). Esto ayudó aún más al mito de la que, en efecto, podría ser la gran novela del siglo XX. A partir de ella y del otorgamiento del Nobel en 1982, el habilidoso narrador se mantendría hasta su muerte en la cumbre de la fama literaria y riqueza monetaria. Era uno de los pocos escritores en el mundo que, sin tener que dedicarse a otra cosa, vivía y muy bien, de la sola venta de sus escritos.
A riesgo de omitir alguna de sus excelentes novelas como “Crónica de una muerte anunciada” (que llevaron al cine en una película malucha) por el limitado espacio de esta columna, diré que la que más disfruté fue “El amor en los tiempos del cólera”. De hecho en encuestas que se dieron en televisión e internet con motivo de la muerte del escritor, en cuanto cuál era la mejor de sus novelas, en algunas la historia del amor de Florentino Ariza y Fermina Daza sobrepasaba a “Cien años de soledad” en el gusto del público. Quizá sea por el aspecto emocional de la obra, precisamente, una historia de amor (algunos críticos moscas en la sopa la llegaron a tildar de “novela rosa” en forma despectiva, sin importar que el mismo García Márquez defendió el género como parte importante de la literatura).
Gabriel García Márquez no hizo otra cosa en la vida para ganarse el sustento más que escribir. Sorprendentemente aún en sus momentos de mayores penurias se resistió a trabajar en otra cosa tanto en Colombia como en París.
Se inició como reportero desde jovencito y no pararía de aporrear la máquina de escribir hasta su muerte. Vivió en moteles de paso (“hoteles de putas” los llamaba él) y llegó a dar el manuscrito de la novela que estaba escribiendo en prenda cuando no tuvo para pagar el alquiler del cuarto (“El olor de la guayaba” con Plinio Apuleyo Mendoza), y el encargado del hotelucho intuyó que se trataba de algo importante, porque lo aceptó.
Fue enviado a París, Francia como corresponsal, pero el periódico que lo mandó cerró, así que quedó a la deriva en la ciudad luz. Se quedó esperando eternamente a que le llegase por correo el cheque de lo que le quedaron a deber por sus reportajes, y fue cuando escribió “El coronel no tiene quien le escriba”. Por aquel tiempo coincidieron en la capital gala, y prácticamente en las mismas condiciones Mario Vargas Llosa y Álvaro Mutis, entre otros. Y aunque siempre me ha parecido un invento dramático de “Gabo” eso de que se prestaban el hueso para hacerse caldo de res, lo cierto es que sí padeció hambres en París, y aún así, se aferró a no aceptar trabajar para ganar dinero, por lo menos para comer, en otra cosa que no fuese escribir.
Cuentan que su compatriota Álvaro Mutis, quien era el encargado de distribuir las novedades literarias de Iberoamérica, llegó un día al cuarto donde vivía García Márquez en París, le aventó sobre la cama un pequeño ejemplar de “Pedro páramo” de nuestro Juan Rulfo, y le dijo: “Lea esta vaina y aprenda”. A partir de ahí se puede percibir en toda su obra una gran influencia del escritor mexicano.
Antes de pasar a hacer cierta crítica hacia su persona, no hacia su obra, le debo hacer alabanza fuera de lo literario por su relación con su imprescindible Mercedes. Ella fue su apoyo incondicional como esposa en el sentido más completo de la palabra, cuando la situación económica era apremiante. Él declaró cómo cuando estaba escribiendo “Cien años de soledad” en México, la fiel mujer le conseguía, quién sabe de dónde porque no había ni un centavo en casa, paquetes de 100 hojas blancas para máquina y carretes de tinta, además demostrando así la fe que tenía en él, la confianza que albergaba en su alma de que aquellas líneas y líneas que surgían del tecleo de los dedos del prosista, algún día rendirían frutos de toda índole, entre ellos el económico. No le exigió, como cualquier mujer normal lo haría, que buscara un empleo en cualquier otra cosa para que tuviesen, por lo menos para comer. Y de parte de él hacia ella, ya llegada la bonanza del dinero, es de alabarse que no lo ofuscó la gloria y la riqueza monetaria; se mantuvo fiel a su Mercedes, a pesar de que por la fama y el dinero pudo (como le sucede a muchos que triunfan) haberla dejado por una bella jovencita, que tenía mucho de dónde escoger. No; le fue fiel hasta la muerte.
Mi crítica es que siempre se dijo socialista, amigo de Fidel Castro, y vivía en una mansión del Pedregal de San Ángel en la ciudad de México, tenía un auto Mercedes Benz último modelo que cambiaba cada año y explotaba a personas como sirvientes y chofer. Muy socialista ¿no? Incongruencia, falta de integridad personal.
Y hasta el próximo sábado, si Dios lo permite.

raulgm42@hotmail.com

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