Samuel Aguirre Ochoa
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En los últimos dos días, el presidente López Obrador arremetió en sus conferencias mañaneras en contra de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): el 21 de octubre dijo “hasta la UNAM se volvió individualista, defensora de esos proyectos neoliberales, perdió su esencia de formación de cuadros de profesionales para servir al pueblo. Ya no hay los economistas de antes, los sociólogos, los politólogos, los abogados… entonces sí, fue un proceso de decadencia” y, al siguiente día, sostuvo que no solo la UNAM, sino que “todas las universidades fueron sometidas por el pensamiento neoliberal, todas…”
Esta acusación a la UNAM y a todas las universidades generó múltiples reacciones en contra del mandatario; y la primera emitió ya una respuesta en la que afirma que “el compromiso y la solidaridad históricos de la UNAM son incuestionables..., pues brindó apoyos y asesoría a gobiernos y población en prácticamente todos los ámbitos, así como la colaboración de expertos en diversos campos a lo largo de la crisis sanitaria que hemos padecido”.
Con estas declaraciones, López Obrador mete a la máxima casa de estudios de México en la misma lista en la que ha apuntado a los que ha llamado el “hampa del periodismo”, a la clase media “aspiracionista”, a los académicos y científicos “corruptos”, a las organizaciones cuyos “líderes se han corrompido”, a los “intelectuales orgánicos”, a la “ciencia neoliberal”, etc.
Como en todos los demás casos, se trata de una acusación en la que no sólo no presenta pruebas, sino que también da muestras de desconocimiento de los elementos básicos de la ciencia social y de incongruencias políticas evidentes.
Una persona que se autodefine de izquierda debe saber que, en una sociedad como la nuestra, las relaciones de producción que se establecen entre los hombres conforman la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, a la que corresponden ciertas instituciones y determinadas formas de conciencia social. Las relaciones de producción en México son de carácter capitalista. Es decir, en las que unas cuantas personas tienen el monopolio de los medios de producción, mientras que el resto de la población está desproveída de éstos y solo cuenta con sus manos para trabajar y si no quiere morir de hambre tiene que vender su fuerza de trabajo a los patrones, los dueños de las fábricas, los bancos, las grandes tiendas, a cambio de un miserable salario.
En este sentido, las universidades y la misma UNAM, son parte de estas instituciones que conforman la superestructura y una de sus funciones es formar hombres y mujeres instruidos, con conocimientos científicos que hagan más diestra esa mano de obra para incrementar la producción y la productividad de las empresas de los capitalistas, lo que, a su vez, les permitirá a éstos incrementar sus utilidades. Necesariamente tienen que desarrollar la ciencia y aplicarla en mejoras tecnológicas. El modo de producción capitalista ha sido campeón en el terreno de incrementar la producción.
Tienen también como función desarrollar la ciencia para cuidar el planeta, las formas correctas del pensar y del conocimiento, entre muchas otras funciones, y deberían también desarrollar la ciencia social, para encontrar los mecanismos que permitan una mejor distribución de la riqueza social, aunque este objetivo no lo cumplen cabalmente, pues cuando mucho, llegan a diseñar programas asistenciales que forman parte de la limosna oficial. Las universidades están diseñadas para impartir una educación clasista y no van a subvertir su función. Sin embargo, tanto en la UNAM como en varias universidades de México se han formado científicos críticos y luchadores sociales que han hecho grandes aportaciones al desarrollo de la sociedad mexicana y que han generado movimientos políticos y sociales importantes como el del 68 y en su interior prevalece un ambiente de pluralidad y de respeto a las diversas ideologías.
El presidente López Obrador también olvida o desconoce que en la actual sociedad, la ideología dominante es la de la clase dominante, lo que conlleva a que en muchas ocasiones se hagan pasar como teorías científicas verdaderas patrañas que en realidad tratan de justificar las injusticias sociales y que la ciencia en manos de las clases dominantes no es utilizada en beneficio común, de toda la sociedad, sino solo de los privilegiados. Y que el individualismo del que acusa a la UNAM es el fruto de la burguesía, la esencia de su ideología: el individualismo burgués es la justificación del derecho a la opresión de unos individuos por otros, el derecho a la explotación del trabajo ajeno y el derecho al enriquecimiento de unos cuantos a costa de la miseria de los demás.
Desconoce que también forman parte de la superestructura las instituciones del poder Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial y que en la sociedad capitalista éstas no son neutrales, forman parte del aparato que permiten la reproducción de las relaciones de producción capitalista.
López Obrador está a la cabeza del Ejecutivo a nivel federal y hasta este momento no se ha visto ninguna acción concreta que pretenda cambiar la base económica capitalista, que modifique las relaciones de producción de explotación que existen en la sociedad mexicana. Por el contrario, se le ve muy cercano a los empresarios más poderosos de México y del mundo, que han hecho del neoliberalismo su forma preferida de enriquecimiento, a costa del trabajo no pagado a los obreros.
Habla de una transformación, que al parecer radica en que: 1. El gobierno monopolice la producción de energía eléctrica y del petróleo, 2. Modificar los programas sociales que ya existían en administraciones anteriores y 3. Acabar con la corrupción. En cuanto a la primera medida, dicho mecanismo estuvo operando en México durante décadas y de nada sirvió a las clases trabajadoras, en cambio, sí permitieron que muchos políticos se enriquecieran, robándose el dinero de las paraestatales, como seguramente se repetirá ahora, con lo cual aumentará la corrupción. Los programas sociales tienen ahora la modalidad de entregar dinero a la gente de manera directa, programas que en realidad le están sirviendo al gobierno de Morena para fines electorales, dejando de hacer obras de servicio colectivo para las comunidades y la corrupción se ha incrementado en los últimos 3 años como lo han señalado organismos nacionales e internacionales.
Como vemos, el gobierno de López Obrador forma parte intrínseca del aparato que asegura a los grandes empresarios seguirse enriqueciendo, ampliar sus fortunas. Sin embargo, utiliza un falso lenguaje revolucionario en contra de otras instituciones, pero nada hace para modificar la estructura económica del país. Esta gran tarea sólo podrá realizarla el pueblo organizado y consciente de la necesidad de instaurar un nuevo modelo económico en México.
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