Alberto Calderón P.
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Cuando subo una fotografía a una plataforma social de inmediato me percato de la aceptación que tiene al ver los “me gusta” que recibe y es que una imagen es una percepción ligera, concreta, un reflejo de vida o paisaje no requiere ningún esfuerzo o análisis, simplemente la vez y si conoces a la persona o la tienes de contacto casi de forma automática le ofreces un “like”.
Me he percatado que cuando escribo un artículo los índices de aceptación son menores, salta de inmediato la interrogante; se debe a que no tuvo el gusto del interlocutor o es a la gran cantidad oferta que circula y “él otro” no se molesta en detenerse un momento a realizar una lectura. Me inclino un poco más por lo segundo, mucha gente hoy en día prefiere las cosas inmediatas o ya digeridas por otros, sin embargo, el recuento de lo que posteamos en cualquier red sigue siendo una herramienta para medir nuestra aceptación, sea ficcional o real.
Entonces viene a mi mente cómo un simple número, puede impactarnos de tal forma que nos alegre o nos cause desaliento, cuando vemos la cantidad de aceptación o indiferencia ante “lo que subimos a las redes sociales”. Esto que parecería nuevo, en realidad tiene muchos siglos de existir, la medición de nuestro ego o dicho de otra forma de nuestro grado de popularidad, de aceptación a partir de cuantificar nuestros actos, aclaro que no de calidad de los mismos, esa es otra cosa. Muestra de ello es la ópera Don Giovanni de Mozart y su libretista Da Ponte que incluyeron la famosa “Aria del catálogo”, donde su ayudante Loporello hace un inventario de sus conquistas amorosas y las clasifica por país, tantas en Alemania, otras similares en Francia, pero en España ¡suman más de mil!
Desde que existen quienes cuantifican y los coleccionistas tanto ellos como los que vemos colecciones perdemos la calidad en aras de la cantidad, ese ha sido uno de los problemas que enfrentamos en la actualidad, los jóvenes se vuelven literalmente locos por tener al mayor número de contactos en lugar de tener los adecuados o empáticos, por eso creo que el visualizar constantemente la cantidad de seguidores, de “likes” o visitas nos hace convertirnos en los nuevos “Loporellos” que alimenta en narcisismo y esa necesidad de revivir el ser coleccionista.
Sin embargo, cuando hablamos de coleccionar objetos les comparto que tengo un amigo, que vive cerca del río Bobos en Martínez de la Torre, le gusta recorrer el margen del río y levantar pequeñas piedras raras, las hace suyas ya sea por su colorido, forma y otras características que visualiza, cuando uno lo visita te obsequia una como muestra de amistad, al principio uno lo toma como algo raro, pero en realidad se desprende de parte de su colección. Otras colecciones muy destacadas son las de libros, la más grande y fastuosa de los tiempos antiguos la de Alejandría y fue Calimaco de Cierne a quien primero se le ocurrió clasificar las colecciones de ese gran baluarte del conocimiento, sus anaqueles eran tantos y tan llenos de papiros (como lo deja registrado) que se requería de un mapa para conocer su superficie, tener un orden en la clasificación y en ocasiones incluso una brújula ara orientarse en la fastuosa y enorme biblioteca. Este hombre es considerado el padre de los bibliotecarios. Ya con esto me despido esperando que esta intervención haya sido de su agrado.
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores (REVECO).
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